Dennis Lehane es mucho más que un
escritor de género, pese a ser un espléndido escritor de uno de los géneros más
abismalmente conectados tanto con la suciedad como con lo deslumbrante del
siglo XX y de lo que vino después.
“A veces la vida sólo te da a elegir entre lo malo y lo peor. En momentos así uno no puede perder el tiempo pensando. Simplemente tiene que actuar”.
El escritor bostoniano tiene entre su
extensa y reputada obra una trilogía sin título que es la protagonizada por Joe
Coughlin, de la que la novela que acabo de leer es la primera. Una trilogía que
casi he leído al revés.
Ese mundo desaparecido fue la segunda que leí, y era, es, la que cierra el
ciclo. La primera que devoré fue Vivir de noche. (Puedes leer
lo que escribí sobre cada una en sus respectivos hipervínculos.)
Cualquier otro día es la
que abre esta serie de tres novelas únicas, imprescindibles, las tres obras
maestras que componen una única obra maestra a la que podríamos llamar De
cómo Joe Coughlin entendió el mundo.
Algo así.
Joe apenas es un personaje menor en
esta primera novela de la serie. No importa. En ella Joe reconoce “su deseo del
mundo nocturno” para saber “su lugar en él”.
De cómo Joe Coughlin entendió el mundo es pura novela negra, novela policiaca. Y mucho
más. Mantiene el tipo como obra de género, adscrita o en situación de estarlo a
uno determinado, y como toda literatura que se precie va mucho más allá de los
encorsetamientos con los que los críticos y los editores quieren facilitarnos
el acceso a la lectura a quienes leemos.
Por su parte, Cualquier otro día, que acaba con una frase de este tenor: “¡Qué tiempos para estar vivos!”, es
posible que sea por sí sola una novela que no habría necesitado su excelente
continuación para ser una novela sencillamente extraordinaria con la que nos
mantenemos en vilo mientras sabemos los días en que la ciudad estadounidense de
Boston fue la capital del futuro que tan bien conocemos, ese en el que Estados
Unidos es el peculiar centro neurálgico del mayor imperio de todos los siglos
porque ha aprendido a mantener a raya a las asociaciones que más les estorban a
los máximos defensores del capitalismo. Para bien. Y para mal.
Uno de los truhanes que pueblan Cualquier otro día dice:
“Lo que nos moldea es lo que nos mutila.
Un alto precio, estoy de acuerdo. Pero… la lección que aprendemos de eso no
tiene precio”.
Somos lo que no podemos ser…
Parece decir Lehane por la boca de semejante personaje. Efectivamente. Sigo.
De la ambición moral de una novela de
esta catadura de inmensa calidad humana da prueba que uno de los malvados de la
novela lo sea y aun así pueda decir cosas tan hermosas como las que te muestro
ahora, este elogio fascinante a la música (quien lo dice es músico):
“Federico acercó su silla aún más a la mesa y se inclinó.
“Federico acercó su silla aún más a la mesa y se inclinó.
-La
lengua del hombre se desdobla en el momento del nacimiento. Siempre ha sido
así. El pájaro no miente. El león es cazador y temible, sí, pero es fiel a su
naturaleza. El árbol y la roca también lo son: son un árbol y una roca, nada
más, pero tampoco menos. Pero el hombre, la única criatura capaz de producir
palabras, usa su gran don para traicionar a la verdad, para traicionarse a sí
mismo, para traicionar a la naturaleza y a Dios. Señala un árbol y dice que no
es un árbol, se planta ante tu cadáver y te dice que no te ha matado. Verás,
las palabras hablan para el cerebro y el cerebro es una máquina. La música habla para el alma porque las
palabras son demasiado pequeñas”.
Buenos y malos aparecen siempre en la
ficción de los humanos. En nuestra ficción. Pero hay que ser muy buen creador,
un extraordinario literato, para lograr lo que logra Lehane cada vez que usa su
magisterio deslumbrante para mostrarnos una y otra vez lo cerca que se está a menudo de la maldad. De la pura maldad. Y de
la belleza. De la pura belleza.
“Las
cosas malas de este mundo daban una única lección: somos peores de lo que
habías imaginado”.
Conocemos en Cualquier otro día a algunos de esos hombres a los que “le gustan las cenizas”. Humanos que son alimañas.
“Hombres así que tocan la lira mientras arde la ciudad”.
La vida es actuar, y si
la vida es actuar, la historia es cambio.
Volvemos a saberlo en novelas como esta:
“A veces la vida sólo te da a elegir entre lo malo y lo peor. En momentos así uno no puede perder el tiempo pensando. Simplemente tiene que actuar”.
En Cualquier otro día hay voluntad, acción, pero también una cierta
rendición, algo de asunción de la realidad inquebrantable:
“Decidir
que el mundo era, casi siempre, un mundo bueno. Que otros librasen las nimias y
enconadas batallas contra las asperezas de ese mundo”.
La verdad, la necesidad humana de la verdad vertebra de alguna manera esta
trilogía, pero es en Cualquier otro
día donde encontramos lapidariamente parte del intríngulis de lo que va
todo esto, de lo que va la vida y la literatura que quiere ser la vida:
“La
gente no quiere la verdad, quiere
certidumbre. O una ilusión de certidumbre”.
De cómo Joe Coughlin entendió el mundo es de alguna manera
una saga familiar donde se muestra el amor paterno como lo que es y cuál es su
precio: “el precio de amar a ciegas y demasiado”.
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