La ley, Ian McEwan, Emma Thompson: el arte y la razón

¿Dónde está Dios cuando un humano piensa? El veredicto es una brillante adaptación cinematográfica de una extraordinaria novela de Ian McEwan.

Como en Chesil Beach, el propio escritor británico escribió el guion, algo muy de agradecer y que el director también británico Richard Eyre ha sabido aprovechar para ponerlo en imágenes ante nuestros maravillados ojos, ante nuestros sentidos agradecidos.

Pero todo ello se convierte finalmente en un fulgurante acontecimiento artístico gracias a las interpretaciones de los actores de la película, especialmente a la increíblemente perfecta Emma Thompson, sublime como suele y aquí inolvidable protagonista de una hazaña artística para la que Stanley Tucci aporta una buenísima réplica.

La razón es aquello que hemos querido los seres humanos perfeccionar para sobrevivir a la desdicha de depender de los dioses, dioses que a su vez nos habíamos inventado para salir de la noche oscura de la construcción de la cultura. Y sobre esa base, sobre la base de la razón, del pensamiento, hemos construido la convivencia que impide que nos pasemos los días matándonos los unos a los otros sin hacer nada al respecto.

De eso va este hermoso canto a la filosofía humana, a la ley, al respeto a la moral como sustento casi físico del devenir de una especie: la nuestra.

El veredicto (La ley del menor), de 2017, es, ya digo, la versión cinematográfica de la novela La ley del menor, cuyos títulos originales, el del film y el del libro, son en ambos casos The Children Act. Y es además de ese canto una conmovedora reflexión sobre la paternidad, sobre la maternidad.

Si leer la novela fue ya para mí un inmenso placer, como cada vez que leo a McEwan (lo cual me movió a escribir un poema, una oda a tal genio literario), presenciar su adaptación a la pantalla ha sido una experiencia intensa y viva, algo que recomiendo a todos: leer la novela, disfrutar la película. Por ese orden.

Y el poema era este:

leer a McEwan
ya es un gran título para un poema
“leer a McEwan
leer a McEwan es visitar un museo 
abierto solamente para uno
es descubrir las delgadas líneas de las emociones
diferenciar el color de cada gesto
penetrar en los lugares donde está la vida
sin rozar siquiera los instantes de los otros
es saberse uno un vigilante experto
ajeno a las opiniones
poderoso en su sillón de juez sin sentencias
leerle es dominar lo imperfecto
escuchar una música hecha de silencios
atender sin voluntad la disciplina de un oficio 
es tener en las manos de uno todo y nada
acercarse a lo que nos hace humanos
ser un alma de carne y hueso.

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