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Un capitán de Cantabria

Capitanes de Cantabria, navegantes decimonónicos de los que cantar sus hazañas de marinos señeros. Gentes como Chato Quintana. El otro gran benefactor del Suances contemporáneo fue un vecino, Juan José Gómez-Quintana Cacho, ese Chato Quintana, que había nacido en 1820, año en el que en España reinaba Fernando VII, el monarca a quien los liberales le iban a convencer por las malas de volver a poner en su sitio la mítica Constitución de Cádiz.

Sabemos cómo se llamaban sus padres, José Manuel Gómez Quintana y Manuela Cacho Herrera, y que emigró a Andalucía, y fue a parar a la ciudad de la Constitución aquella de 1812, donde paraba un hermano de su padre, Ángel Gómez Quintana, y que en aquella ciudad de comerciantes milenarios, no querré decir que herederos de los cartagineses, de los fenicios más bien, y no lo digo, al comercio dio en dedicarse. ¿Has leído o escuchado alguna vez la palabra ultramarinos referida a una tienda de comida de aquellas que tenían de todo en los barrios y en los pueblos? Pues cuentan que Juan José trabajó en uno de aquellos comercios de ultramarinos, claro que en aquellos años tenía un sentido pleno pues de más allá del mar llegaban a Cádiz los productos salidos de aquellas tierras coloniales todavía pertenecientes al declinante imperio español, de Filipinas, no sé si de las islas Marianas, y, sobre todo, seguro, de Puerto Rico y de la perla de las Antillas, de la entonces muy española Cuba, adonde me he enterado hace poco que es donde se fue mi abuelo cuando acabó la guerra para evitar la persecución que le acompañaría tras librarse de la pena de muerte que siempre me contaron que le cayó cuando se creyó a salvo en medio de la nueva situación de la provincia santanderina desde finales de agosto del 37.

Gómez-Quintana estudiaba mientras se desempeñaba como dependiente para no depender de nadie, y apuntaba maneras en aquel querer mirar al Atlántico y otear lo que la América muy anterior a la que llegará décadas más tarde Gregorio del Amo tenía reservado para gentes como él. Lo mismo que desde hacía siglos guardaba para quienes se atrevían a llegarse hasta ella desde lo que venía siendo España, lo mismo que todos aquellos indianos como Gómez-Quintana supieron encontrar a base de tesón o a base de las males artes que a menudo muchos han querido ver que se gastan los que se enriquecen en medio de la pobreza general de los sin nada que no llegan a ser nadie. Y a lo que dedicaba su tiempo de ocio era nada más y nada menos que a cursar estudios náuticos, concretamente de maquinista naval, que le permitirían embarcar a los dieciséis años en uno de los barcos-correos que iban y venían de la península Ibérica a América. Y aquello fue el comienzo de su carrera de marino, de su impresionante actividad marinera que le iba a convertir en uno de los fundadores del Suances contemporáneo, del Suances que desembocará en el siglo XX para dar en ser lo que quiera que viene siendo desde que el paisanuco filántropo Chato Quintana dejara su huella en su pueblo natal, en su patria chica.


Años después de que el armador santanderino José Ceballos Bustamante le ponga pronto al mando de un mercante, la goleta convertida en bergantín Tres Hermanas, su pericia merecerá un reconocimiento tal que cuando se refundó la Compañía de Vapores Correos Antonio López, nacida en Cuba en 1849, bajo la afamada y señera denominación de Compañía Trasatlántica Española, La Trasatlántica por antonomasia, su paisano, el comillense Antonio López y López, principal factótum de tan gran empresa naviera, que será nombrado primer marqués de Comillas por el rey Alfonso XII en el año 1878, contará con él como uno de aquellos capitanes intrépidos de las rutas a través del océano surcado siglos antes por Colón que gobernaran los trasatlánticos Infanta Isabel y Comillas e incluso le hará inspector de sus vapores correos de hélices trasatlánticos. ¿Capitaneó Gómez-Quintana uno de aquellos vapores que transportaban las ilusiones de tantos a lo largo del océano llamado Guipúzcoa como el navío aguerridamente aderezado en el que navegó mi abuelo durante muchos meses de aquella guerra del siglo XX?
Teniente de navío graduado en la Armada, Chato Quintana fue condecorado con la Placa de la Orden del Mérito Naval y designado comendador de número de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, al tiempo que se enriquecía notoriamente debido a ser la mano derecha del primer marqués de Comillas y del hijo y heredero de éste, Claudio López Bru, y se casaba con Feliciana Gómez Hornedo, de la que enviudará en el año 92.


En su primer testamento, hecho en 1894, emuló a su amigo el primer marqués de Comillas y dispuso que cada año cualquier “niño pobre” de Suances pudiera viajar en barco para hacer como él hiciera las Américas, eso sí, en tercera clase, que siempre las ha habido: clases. En su segundo testamento, el de 1897, especificó pejigueramente cuál habría de ser el empleo de su fortuna una vez muriera, signando albaceas determinados según el tipo de bienes, como a su propio pariente, Pedro Gómez Oreña, párroco de la santanderina Santa Lucía que hoy cuenta con una calle en la capital cántabra, o el boticario y el párroco de Suances para el caso del edificio de las escuelas de su pueblo natal. Sí, y es que Gómez-Quintana, Juan José Quintana para los suancinos de hoy, sin hijo alguno, usó mucho del mucho dinero que pudo atesorar en vida gracias a sus negocios asociado al primero de los marqueses de Comillas para beneficiar a su pueblo natal, financiando la construcción del edificio del Ayuntamiento, cuando la capitalidad del municipio retornó acabando casi el siglo a Suances desde Ongayo, y el del Colegio San José, hoy Instituto de Enseñanza Secundaria, llamado Juan José Quintana, a la sazón, originariamente, según su disposición testamentaria, dedicado a “dar instrucción gratuita de primera y segunda enseñanza y náutica a los niños nacidos en dicha villa y si los recursos lo permitiesen a los de Cortiguera y Tagle y demás nacidos en el contorno de media legua”.

Dos obras mayores que dan especial lustre desde hace más de un siglo a la villa marinera donde naciera mi madre en el año 1934, como la mismísima capilla-panteón erigida en 1888 por el arquitecto municipal de Santander Casimiro Pérez de la Riva —nacido en la cercana Ruiloba y creador del Matadero municipal y del cementerio de Ciriego santanderinos—, al que irían a parar los restos de su esposa y los de su cuñada, así como los suyos cuando el capitán Gómez-Quintana, Chato Quintana, fallezca en la ciudad de Santander en el año en que se otorgó la mayoría de edad al rey Alfonso XIII, en el segundo de los años del siglo XX problemático y febril. Pérez de la Riva proyectará en el año 89 el citado consistorio suancino, pero el edificio que hoy es instituto es obra hecha en 1910, siete años más tarde de la muerte del capitán, por el arquitecto provincial y de la diócesis santanderina Alfredo de la Escalera y Amblard, inaugurada el día de San José del año 11 y remodelada recién acabada la Guerra Civil española para ser cedida a la Delegación Provincial de Auxilio Social de Santander con el objeto de convertirla en el Hogar Escolar José María de Pereda, el Hogar, como yo conocí que se le llamó durante décadas, y seguir estando regida por los marianistas hasta que en el año 1973 volvió a ser colegio de primera enseñanza y desde hace pocos años ser lo que ahora es.

A aquel colegio de comienzos de siglo se añadiría otra obra benefactora educativa donada por uno de los padres del siglo XX suancino, madre en este caso, el parvulario edificado junto a la iglesia parroquial que otorgara Susana Domínguez, la esposa de Gregorio del Amo, al pueblo de mi madre allá por el año 20, 11 años antes de morir en California. Por cierto, Don Gregorio cedió una casa para alojar a los internos que no cabían en el Colegio San José en aquellos sus primeros años hasta el estallido de la guerra, un colegio donde de náutica nada, aunque a cambio sí se les enseñaba a los niños además de las instrucciones de primera y segunda enseñanza previstas algo de comercio, un colegio del que sabemos que dejaba pingües beneficios a la congregación de los marianistas que lo gestionaba. Sí, la Iglesia católica y la educación, algo que todavía hoy está para muchos en el meollo de muchos de los desperfectos de la democracia de nuestros días.


[este texto forma parte de mi segunda novela, en proceso de escritura]

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