La cineasta y fotógrafa Leni Riefenstahl (1902-2003) es muy controvertida. Su creatividad resulta inquietante: las mejores mañas fueron originalmente empleadas para un objetivo perverso, la exaltación del Führer.
Detengámonos en su film más conocido.
Su visión aún sobrecoge.
Me refiero a El triunfo de la voluntad(1935).
Es una película documental, de propaganda, de propaganda nazi, con guion de la
propia realizadora y Walter Ruttmann.
Lo que la directora registra es una
concentración política: el Sexto Congreso
del Partido Nacionalsocialista, celebrado en Núremberg el 5 de septiembre de
1934.
La película empieza con Adolf Hitler acercándose a la ciudad alemana en avión (un Junkers 52) del que desciende para pasear en coche descubierto (un Mercedes) por las calles principales de la urbe.
Desde el aeropuerto, el mandamás se
dirige a la ciudad, circulando por sus calles. Lo que vemos es lo que él ve: es
su punto de vista.
¿Y qué distinguimos? Unas aceras
repletas de enfervorizados seguidores que a su paso saludan brazo en alto.
Fundido en negro. Exterior noche.
Preparativos del acto que se va a desarrollar al día siguiente. Amanece en
Núremberg: despuntan las primeras luces en el campamento de las Juventudes Hitlerianas.
Ejercicios gimnásticos y exaltación
del cuerpo: son muchachos bellos, rubios, en los que creemos apreciar una mutua
atracción.
Punto y seguido. Calles de Núremberg,
desfile de gentes ataviadas con trajes regionales. Hitler saluda con calor y
humanidad. Vemos primeros planos que muestran adhesión.
Más tarde distinguiremos distintos
actos de organizaciones nazis que homenajean al líder. También avistaremos
innumerables desfiles de uniformados, gentes del partido que rinden tributo de
sumisión al Führer.
La película incluirá algunas intervenciones
de los dirigentes allí reunidos.
Es Rudolph Hess, primer secretario, quien inicia el Congreso.
Etcétera. Luego intervienen Alfred
Rosenberg, Sepp Dietrich, Fritz Todt, Fritz Reinhart, Richard Walter Darré,
Streicher, Hans Frank, Joseph Goebbels,
Konstantin Hierl y Adolf Hitler.
Los discursos aparecen separados por
rótulos sobreimpresionados. Repito. Estamos en 1934. Rudolf Hess habla a los
asistentes al Sexto Congreso del Partido, el NSDAP.
Ése es el motivo de El triunfo de la voluntad: rodar la concentración
del partido nazi en Núremberg. La directora empleará a numerosos operadores,
utilizará muchas cámaras para ir alternando planos generales con primeros
planos y algunos planos-detalle.
Rudolf Hess se dirige a la multitud,
pero sobre todo se dirige a Hitler: “Usted es Alemania”, dice con énfasis.
“Cuando usted actúa, actúa la nación”, añade con fervor. ¿Y a qué aspira esa
nación gobernada por el Partido?
A “ser patria de todos los alemanes
del mundo”, aclara aludiendo de manera implícita a la población germánica
desplazada..., o a lo que en términos hitlerianos se llamará espacio vital.
Tras Hess, esos otros dirigentes del
Partido hablan. Son los gerifaltes del nazismo: todos ellos precedidos por su
apellido estampado en la pantalla.
Destacan la aportación hitleriana. El
espectador actual queda impresionado: los oradores retuercen el lenguaje en una
sucesión vertiginosa que acaba con fundidos encadenados.
Etcétera, etcétera.
Desde el punto de vista
cinematográfico, la película es
generalmente muy apreciada por sus técnicas: la música como fondo
sentimental, la fotografía aérea como vértigo emocional, las cámaras en
movimiento como ejemplo de agilidad, los teleobjetivos como instrumentos que
alteran la perspectiva, la multiplicación de cámaras como registro múltiple del
mismo hecho desde distintas perspectivas.
Política
y moralmente, el film es repudiable: es el arte
cinematográfico al servicio de la propaganda nazi.
Afirma la exaltación del liderazgo
único y providencial —del hombre, concretamente del varón con atributos— y
confirma la sumisión de los individuos, de los grupos, de las asociaciones, de
las comunidades al partido y por tanto a la nación. Hitler encarna y representa
a la totalidad.
La película está rodada en blanco y
negro y carece de diálogos. Estamos ya en 1934 y, por tanto, estamos en plena
época del cine sonoro.
Sin embargo, las palabras que se oyen
son gritos colectivos o discursos, propiamente monólogos. No hay conversaciones
como las que tenemos en la vida real. La voz humana sólo cuenta cuando es la
masa la que corea o canta.
La voz sólo cuenta, en fin, cuando
son los líderes quienes se expresan en un ejercicio de autoridad verbal. No hay diálogo posible.
Desde el principio, la película se
vale de acotaciones, de cuadros de texto o títulos iniciales –como en una
película muda– para datar los hechos que vamos a ver, para informar de la
circunstancia.
Sobre una pared o muro vemos
impresionadas varias leyendas informativas con tipografía germánica,
enfáticamente germánica.
Entre otras: “16 años después del
comienzo del sufrimiento alemán”; “19 meses después del comienzo del
renacimiento de Alemania”.
Después de esos títulos, los primeros
minutos del film con imágenes nos muestran un viaje. Ya lo sabemos. El film
comienza propiamente en las nubes. A partir de este momento, la cámara nos
permite ver el cielo.
Efectivamente: el cámara está en el
firmamento. Va en un avión y por eso distinguimos una hélice, un ala, una parte
del fuselaje y esas nubes que el aparato atraviesa camino de Núremberg.
En principio no vemos a nadie, sólo
el cielo alemán: un mar de nubes sobre el que avanza suavemente la aeronave. De
repente, al aproximarse a Núremberg, ese firmamento encapotado se despeja.
Es entonces cuando atisbamos las
grandes construcciones de la ciudad, que aparecen conforme las nubes quedan
atrás.
Antes de descender, el avión desde el
que se filman esas imágenes va a hacer un recorrido aéreo, una especie de paseo
a vista de pájaro.
Distinguimos calles, monumentos,
edificios engalanados con esvásticas. También a algunas personas.
De pronto, ese avión que sobrevuela la
ciudad lo vemos enteramente y desde el exterior gracias a un plano general. El
aparato es un bimotor.
Descubrimos con ello algo muy simple:
que hemos estado observando lo ocurrido hasta ahora con una cámara subjetiva,
con otro objetivo alojado en el segundo avión. Inmediatamente después, lo que
vemos es la sombra del primer aparato.
Desde el principio hay banda sonora.
¿Qué música es la que se oye?
Entre otras piezas, la banda sonora
corresponde a Herbert Windt. Pero,
además, escucharemos fragmentos de Los
Maestros Cantores de Núremberg (1868), de Richard Wagner, El ocaso de
los dioses (1876), también de Wagner, Y escucharemos, al menos un par de
veces, la ‘Horst Wessel Lied’ (1929), el himno del Partido Nacionalsocialista.
La calle está libre para que los
camaradas desfilen con paso decidido y silencioso, llenos de esperanza,
portando la esvástica, pendón que es visto por miles de personas. O por
millones, según dice la letra del himno.
Algo semejante es lo que vemos en la
película: multitudes uniformadas que esperan y saludan la llegada de su Führer.
Hitler marcha en vehículo descubierto
seguido por un larguísimo convoy, entre los aplausos y las aclamaciones de los
ciudadanos.
Saludado, brazo en alto, por
multitudes que se agolpan a su paso. Adultos y jóvenes en primeros planos que
muestran su contento: incluso muchos niños rubísimos, a los que las madres
llevan en brazos para recibir al Führer.
Los pequeños y Hitler representan la
esperanza de Alemania, según se nos muestra en el film.
Junto a la música, la banda de este
film es el ruido ambiental, los gritos, los saludos y los cánticos
enfervorizados de las multitudes.
Durante buena parte de su desarrollo
asistimos a una película muda a la que se le han añadido el sonido o los
himnos.
La ciudad entera –como símbolo de esa
Alemania joven– parece estar dedicada a un único menester: preparar el Congreso
del Partido Nazi.
¿Qué vemos en el resto del film? El
colofón, el clímax, será el mitin con el discurso de Hitler.
Pero previamente asistiremos a la
antesala de los actos: por ejemplo, a un mitin nocturno, la vigilia del pueblo;
o al amanecer ciudadano, el despertar simbólico de Alemania.
Y asistiremos también al desarrollo
de otras actividades llevadas a cabo por distintas asociaciones a lo largo de
los días que preceden al Congreso: entre otras, el Servicio de Trabajo del
Reich, las Juventudes Hitlerianas, u oficiales y caballería de la Wehrmacht.
Son actos viriles y actos femeninos,
de entrega, con banderas y estandartes.
Todo está concebido para que los
presentes se afirmen como una multitud orgánica, como una comunidad que encarna
a Alemania y se subordina a su líder.
Todo está encaminado hacia el gran
mitin final, con los grandes jerarcas y su Führer, que hablará, gesticulará y
representará un gran drama.
¿Qué sentido le da a las palabras?
Eso, palabras, es lo que nos falta cuando glosamos esta película. Nos quedamos
mudos: la imagen –tan elaborada– parece imponerse sin glosa.
El
espectador actual siente un malestar inexpresable, un dolor inespecífico.
Sabemos lo que pasará en 1935, en
1936, en 1937. Etcétera. Pero queremos ver la película como si estuviéramos en
su estreno.
Como si estuviéramos en Núremberg en
septiembre de 1934…, y la impresión es de asfixia.
¿Qué puede hacer un individuo en
medio de esta concentración tan bien orquestada? ¿Qué puede hacer el yo en
medio de esta masa uniformada?
El individuo, efectivamente, no tiene
papel al margen de la masa a la que por fuerza pertenece.
La desazón que experimentamos es
incluso corporal.
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