Mucho de lo que he aprendido sobre la gran obra de Miguel de Cervantes que inaugura ese género literario al que llamamos novela disfrutando el libro del escritor español Antonio Muñoz Molina titulado El verano de Cervantes (publicado en 2025) está en el texto que sigue, donde también hago aparecer las cosas que no sabía que sabía sobre ella y algunas otras que creía olvidadas…
“Don Quijote no es una novela, sino dos novelas muy distintas entre sí,
escritas con una diferencia de más de diez años, por alguien que había cambiado
mucho en ese intervalo, y que podría haber dicho, igual que Montaigne, que si
él había hecho su libro, su libro también lo había hecho a él”.
El Don Quijote completo que nosotros conocemos, explica Muñoz Molina, “Cervantes nunca llegó a verlo. Murió mucho antes de que empezaran a publicarse juntas las dos partes, las dos novelas tan diferentes entre sí”.
“La sustancia última” del personaje
central de la gran novela cervantina no es su (posible) locura, “sino la
teatralidad”.
“La imaginación de Cervantes es
avasalladoramente narrativa y conversadora. Cervantes posee en grado máximo lo
que podría ser el talento específico del novelista: el don de sintetizar
reveladoramente las complejidades de lo real y de la mente humana dándoles la
forma de ficción narrativa”.
Cervantes (“un escritor de ficción al
que le gusta atenerse tanto a las normas aristotélicas de la verosimilitud”), a
diferencia de Shakespeare (con quien de alguna manera parece ir unido
en la historia universal de la literatura), no da la sensación al leerle de que
sea capaz de imaginarlo todo. Lo que ocurre cuando leemos a Cervantes es que
“parece que lo ha visto todo”, y pareciera “haberlo atesorado todo a lo largo
de su vida, tan incesante de aventuras como de lecturas y proyectos literarios,
y que ha prestado atención a cada historia escuchada o leída”. Tiene el autor
de Don Quijote “la cultura literaria de alguien que hubiera pasado la
vida sosegadamente entre libros, y la frescura de percepción de alguien que
no ha dejado nunca de comprometerse a fondo en la vida real, por voluntad
propia o por azar, incluso por mala suerte”.
“Es Cervantes
quien lo vive todo y lo cuenta todo. Él ha estado en el corazón de las
tinieblas”.
Don Quijote,
sentencia Muñoz Molina, “es una gran enciclopedia del mundo, un retrato
completo de la sociedad”. En él “están retratadas todas las clases sociales,
de lo más alto a lo más bajo, duques, virreyes, canónigos, labradores ricos,
jueces, soldados, cuadrilleros de la Santa Hermandad, molineros, maleantes,
prostitutas, cabreros, jornaleros del campo, moriscos, renegados, párrocos,
frailes, barberos, cómicos, titiriteros, penitentes, disciplinantes, venteros,
arrieros. Hay locos de atar, hay asesinos, hay suicidas, hay porqueros, hay
mercaderes, hay mozos de mulas, hay mujeres disfrazadas de hombres, hay hombres
que se disfrazan de mujeres, hay incluso un hombre muy joven y muy guapo,
cautivo en Argel, que se hace pasar por mujer para no sufrir el acoso de los
varones aficionados a los muchachos. Cada estrato social y cada oficio está
representado en el lenguaje que le corresponde. Cada personaje, por muy
fugaz que sea su aparición, tiene su plena identidad singular, y no solo como
ejemplo o muestra del grupo al que pertenece”.
Es tan de agradecer que Cervantes
no adoctrine nunca en Don Quijote. ¿No es cierto? En su obra, toda
opinión expresada “pertenece a algún personaje, y se corresponde con su
carácter, con el momento de su vida en que lo encontramos, con su educación y
sus peripecias. Quien da más opiniones explícitas y emite juicios literarios es
Cide Hamete, o en su defecto el traductor de la historia, o incluso ese lector
nebuloso que parece estar leyéndola para nosotros. La razón narrativa prevalece
siempre. Y casi todas las opiniones o juicios de los personajes se muestran no
en monólogos aislados del texto, sino en la viveza de una conversación”.
Don Quijote de la Mancha es varias cosas a la vez. Es “un largo relato de ficción”, evidentemente, pero también es “un tratado crítico y disperso sobre todas las artes de la literatura y todas las formas de contar”. Y, además, “es un libro cómico que contiene una reflexión profunda sobre la risa y la comedia”.
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