A finales del año 2022 se publicó un singularísimo libro escrito por Elena Cianca y Soledad Puértolas, su título: Alma, nostalgia, armonía y otros relatos sobre las palabras.
Se trata de un libro que pretende
responder a la pregunta...
“¿Qué queremos decir cuando hablamos?”
Somos, dicen las autoras (Soledad Puértolas es la responsable del texto central y Elena Cianca de las muy eruditas y filológicas notas, que ocupan más de la mitad del volumen), “lo que hablamos”, pero también “lo que callamos” e incluso “lo que pensamos y no decimos”.
“Es
el uso que hacemos de las palabras
lo que nos caracteriza como individuos humanos y como miembros de una
colectividad en un lugar y un tiempo determinados”.
Aunque pretenden hacernos creer que
es este un ensayo “informal”, lo que yo he leído es un ensayo-ensayo. Muy
literario, eso sí. Como todo buen ensayo. Un ensayo sobre la función que cumplen las palabras: ayudarnos a conocer el mundo.
Palabras cuyo significado no es estable, pues es el contexto en el que las
empleamos lo esencial “para desentrañar su auténtico significado”.
“Cada lengua expresa o sustenta una
concepción del mundo. Cada lengua tiene su propia y exclusiva historia,
poblada de contradicciones y dudas, de creencias, de certezas, de valores. Toda
lengua responde a determinada filosofía o se guía por determinadas corrientes
de pensamiento. Toda lengua revela algo y esconde algo. Tiene mucho de
acertijo.
Los
diccionarios, en suma, son fruto de
la importancia que le damos al lenguaje. Son testimonio del valor que tiene la
lengua para los seres humanos. Necesitamos llegar a un acuerdo sobre el
significado de las palabras que utilizamos. Queremos entender lo que nos dicen y
lo que leemos, y que se nos entienda cuando nos expresamos, ya sea de forma
oral o por escrito. El reto de todo diccionario es ofrecer definiciones
precisas y ajustadas a los hechos, que no se producen en el vacío, sino en el
discurrir del tiempo”.
El lenguaje sirve, en definitiva,
para “poner orden en los recuerdos, los pensamientos y los sueños”.
Los autores citados en el libro como fuente de autoridad son (menciono
solamente algunos, pocos, muy pocos, de la lista completísima de la que se
valen las autoras) Miguel de Cervantes, Sebastián de Covarrubias, Alfonso X,
Gonzalo de Berceo, el infante don Juan Manuel, Juan Alfonso de Baena, Fernando
de Rojas, Lope de Vega, Baltasar Gracián, fray Benito Jerónimo Feijoo,
Gertrudis Gómez de Avellaneda, Benito Pérez Galdós, sor Juana Inés de la Cruz,
Diego de Torres Villarroel, Azorín, Miguel de Unamuno, Rosa Chacel, Mario
Vargas Llosa, Jorge Manrique, Pío Baroja, Ana María Matute, Concepción Arenal,
Pedro de Ribadeneira, Emilia Pardo Bazán, Elena Poniatowska, Federico García
Lorca, Jorge Luis Borges...
Puértolas y
Cianca han utilizado para rastrear las palabras de las que hablan en
profundidad las dos grandes bases de datos de la Real Academia Española: el CORDE
(Corpus Diacrónico del Español) y el CREA (Corpus de Referencia del
Español Actual). Y esas palabras son la palabra imaginación, la palabra fantasía,
las palabras memoria, alma, recuerdo, misterio, identidad, causa, casualidad, destino, normal, humanidad, armonía, nostalgia, persona, salud, enfermedad, moral, imaginación, fantasía...
Las palabras, que “pertenecen al universo de los símbolos y tratan de abarcar el mundo de la realidad”.
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