Cuando hace poco tiempo quedé fascinado por una novela escrita por una joven española de unos 25 años titulada Panza de burro, imaginé, como muchos otros, que esa manera de contar y esos personajes, tan jovencísimos que aún ni eran jóvenes, acarrearía otros libros de ese tenor. Lo brillante es lo que tiene, que atrae. Ese llamar la atención propio de alguna literatura merece tener replicantes. La novela de Andrea Abreu estaba en mi cabeza a medida que leía las primeras páginas del excelente debut literario de alguien de su edad (poco más o menos): el también español Jonathan Arribas. Ahora que me dispongo a escribir sobre esa pequeña maravilla enorme que es Vallesordo solamente puedo comenzar preguntando: ¿y qué? ¿Qué importa que Vallesordo tenga alguna concomitancia con aquella otra destreza que era Panza de burro? A mí me da igual, y, por supuesto, no me parece desdoro alguno para la novela de Arribas. No lo es.
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Jonathan Arribas pareciera escribir,
por lo poco que uno sabe de él, sobre sí mismo, y también eso podría dar lugar
a plantear como crítica, o más bien como queja, eso de ¿ydequévaaescribirapartirdeahora?
Evidentemente, no se puede considerar como crítica semejante consideración.
¿Qué más da? Disfrutemos la notable aportación que es su primera novela, a la
que la palabra fresca no es capaz de calificar por completo. Tampoco vitalista.
Ni enternecedora. Además, Arribas siempre podría seguir escribiendo
sobre sí mismo. Si es que lo ha hecho en este debut tenso y tremendo.
Tremendamente tenso.
Demasiado curarme en salud antes de hablar/escribir, brevemente, de Vallesordo (publicada a comienzos de 2025). Lo sé. Pero he preferido poner los puntos sobre las íes para de inmediato explicar por qué me ha resultado tan grata su lectura. Grata y reconstituyente.
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Sí, el programa televisivo de hace
unas décadas Fama, ¡a bailar! ocupa un ámbito fenomenal en la novela de
Arribas. Lo ocupa y acaba siendo medular en lo que se nos cuenta.
“Algunos días, antes
de cenar, cuando mi madre estaba en la residencia, mi padre cosechando, y
abuela en casa de Tía Justi, no había nadie en casa, solo La Yesi y yo. Era la
mejor hora, porque ya no calentaba el sol como por la tarde, pero todavía
quedaba algo de luz, se veía bien. Además, el aire corría un poco, se notaba
brisa, y el cielo se ponía de color bonito, medio naranja, medio rosa, y yo
miraba el cielo, con la luna ahí arriba, y me entraban unas ganas de bailar más
grandes que una galaxia entera”.
[...]
El protagonista y narrador de Vallesordo
es el niño Nicolás Pérez Rincón, Nico. Él y su voz de escritor enredada en la
propia voz de escritor de un arrebatador Jonathan Arribas, creador de un lugar
(el muy rural pueblo, inventado, de Vallesordo, cercano a la ciudad de
Zamora) y unos personajes admirables en su existencia literaria por encima y
por debajo, dentro y fuera de los sueños, el dolor, el conocimiento y la triste
verdad de lo cotidiano.
“Tardó un rato la
tristeza hasta que se me pasó. […] No me gusta cuando me hablan y no me miran a
los ojos, parece que no existes o algo. […] Podía ver Fama y bailar bumbumplac,
cadera, cadera, melenazo, y hacer una coreo con mucho poder en los ojos y hala”…
[...]
Y bumbumplac.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Vallesordo o el portentoso encanto de una voz’, publicado el 10 de marzo de 2025 en República de las Letras, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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