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La Historia Universal de Jorge Volpi

El ensayo La invención de todas las cosas: una historia de la ficción, del escritor mexicano Jorge Volpi, es una obra maestra publicada en 2024 dedicada al profundo y elaboradísimo análisis de lo que entendemos por ficción. Es mucho más que una historia de la literatura, aunque es sobre todo eso, una magnífica historia de la literatura, mejor dicho, de la creatividad humana. Aunque en realidad, si lo pienso detenidamente, es un libro sobre la historia universal. La invención de todas las cosas podría haberse titulado perfectamente Historia universal.

Comienzo.

Remedios Varo: La creación de las aves, 1957

Etimológicamente, la palabra ficción viene de fingere, que significa ‘tallar’, ‘modelar’: lo que hace pues la ficción es dar forma y volumen, por medio de la imaginación, a la realidad, que no es más que una argamasa. Así comienza Volpi este libro fascinante y sabio. Explicando la palabra que protagoniza esta obra suya.

 

“Narrar es engarzar imágenes en el anzuelo del tiempo. Ordenamos los hechos —los patrones que atesoramos de los hechos— de la misma forma que paseamos sin rumbo, confiados en que al final le daremos sentido al camino. Somos atrabiliarias máquinas de contar”.

 

Cuando recordamos, reacomodamos y retorcemos al mismo tiempo, enfocamos y desenfocamos… Pero, cuando imaginamos, lo que llevamos a cabo es la construcción “de un castillo de juguete con las piezas que extraemos del cajón de nuestra memoria”. Todo lo que nos rodea, explica Volpi, “es producto de nuestra imaginación”, de manera que todo, “el mundo entero”, no es más que “un conjunto de ficciones engarzadas”.

Jorge Volpi (que dice de sí mismo que “vivo en la ficción, por la ficción y gracias a la ficción”) se ha pasado la vida “sumergido entre ficciones” y con La invención de todas las cosas se dispuso a hacerles, a las ficciones, una autopsia: las destripó, las desmenuzó y las abrió en canal. Brillantemente.

Divide su libro (donde la centralidad la ocupa la expresión como si, la suspensión de la credibilidad), a su vez, en libros, que avanzan en un orden cronológico, de tal manera que el primero se dedica a y se titula ‘Los orígenes de la ficción’, el segundo se llama ‘Ficciones del origen’, el tercero ‘La invención del futuro’, el cuarto ‘Ficciones de culpa y redención’, el quinto ‘La invención de lo humano’, el sexto ‘Los monstruos de la razón’, el séptimo ‘El melodrama romántico’, el octavo ‘Ficciones del fin’.

La historia no es más que “un relato inverosímil”. Sí, un relato inverosímil… “de no ser por el apabullante alud de pruebas en su favor”. La disyuntiva humana a la hora de explicar su propia existencia parte de una pregunta:

 

“¿Seremos los ganadores de una lotería imposible o vivimos en el único universo donde habríamos podido crecer y multiplicarnos?”

 

Lo que hacemos los humanos es transmutar energía en “conocimiento: recuerdos, imágenes, ideas, ficciones”.

¿Cómo construimos los humanos las ficciones? Por medio de “minúsculas transiciones entre estados mentales que generan y verifican, eliminan y corrigen, y vuelven a verificar hasta que nuestro cerebro, comportándose como un eficaz programa heurístico, elige las mejores”. Esa selección natural genera unos determinados resultados y produce, así, “un sinfín de criaturas imaginarias: opiniones, hipótesis y teorías; recetas, chismes y narraciones; religiones e ideologías; novelas, series de televisión y juegos de video”. Cada ficción lucha feroz contra todas las demás en un combate sin tregua. Las ficciones que sobreviven son “las que mejor se adapten a otras mentes, otros lugares, otros tiempos”. Pero… Siempre hay un pero. “Como ocurre con los seres vivos, no ganan la carrera las mejores, sino las que adquieren mayor virulencia. Al final, solo unas cuantas rebasarán el umbral crítico que les permitirá infectar a miles o millones”.

No podemos olvidar que, si hay una ficción suprema es esa “a la que damos el empalagoso nombre de yo”. ¿Que cómo los humanos llegamos a todo esto que vemos, imaginamos y pensamos y creamos y destruimos? Volpi tira de magisterio y nos explica lo siguiente:

 

Hace seis millones de años, los homínidos nos separamos de los chimpancés y los bonobos y nuestras cortezas cerebrales iniciaron un proceso de agigantamiento hasta triplicar su tamaño. El salto —la gran encefalización, equivalente al big bang— dio inicio dos millones y medio de años atrás y se completó hace apenas ciento cincuenta mil, antes de la aparición del lenguaje, la domesticación del fuego o la agricultura.

Gracias al flujo de información que el cerebro comenzó a intercambiar con los sentidos, nos volvimos capaces de asimilar la realidad de formas novedosas. En vez de limitarnos a reaccionar ante ella, adquirimos el poder de completarla con nuestra imaginación, acelerando y facilitando nuestra adaptación al medio”.

 

Recurriendo a uno de los muchísimos libros escritos por expertos con que jalona este suyo, el escritor mexicano recurre a uno de 2007 de Chris Frith Descubriendo el poder de la mente: cómo el cerebro crea nuestro mundo mental, donde se nos explica que nuestra percepción del mundo se volvió “una fantasía que coincide con la realidad”. Sería, como dijera Anil Seth, una “alucinación controlada” con la que nos guiamos de una manera tentativa. Más adelante… Sigue Volpi:

 

“Se desarrolló a lo largo de los últimos diez mil años, un salto supersónico cuando se ponen en marcha los distintos motores del neocórtex, en particular aquellos que lo animan a aprender, y a aprender a aprender, en ciclos cada vez más sofisticados. Nuestros cerebros se tornan híbridos: ya no solo están formados por la argamasa de neuronas, células gliales y corrientes subterráneas de los neurotransmisores, sino por las ideas y símbolos producidos por esa materia blanda, sinuosa y gris”.

 

Ante lo inestable del mundo que vamos conociendo, lo que aprendimos a hacer los seres humanos fue producir “escenarios de futuro a partir de los patrones del pasado, hábitos y estrategias de supervivencia que se refuerzan mediante procesos de estimulación y autoestimulación”. Nace así la cultura, que no es más que “una proliferación de memes”. Entendiendo aquí memes por conjuntos de ideas y ficciones. Y el contagio de una mente con otra acaba por ser torrencial pues cada humano desarrolló una suerte de “capacidad para infectar las mentes”. Seríamos, de alguna manera herederos de seres que actuaban de forma altruista pero también de los que lo hacían por puro cotilleo. Así se creó y se desarrolló el lenguaje. Pensar simbólicamente transformó al mundo y nos transformó a nosotros creando un espacio ficcional situado a medio camino del mundo y nuestra mente.

 

“A diferencia del que poseen los simios, el lenguaje humano parece haber sido diseñado para narrar: dividir los sucesos en episodios discretos, provistos con un inicio y un final, ordenarlos uno detrás de otro y viajar mentalmente hacia adelante y hacia atrás.

contadores natos y obsesivos, como puede constatar quienquiera que haya convivido con un niño”.

 

Lo de que seamos capaces de escapar del aquí y ahora es tenido en ocasiones por el gran logro evolutivo de nuestra especie. La ficción estaría situada en un espacio situado entre la ocurrencia y la mentira, mejor dicho, subyacería en ese espacio.


Y, llegados hasta aquí, el autor va diseccionando a partir de entonces meticulosamente cada una de las elaboradas ficciones esenciales (“la narración como espejo del mundo”) que los humanos hemos ido generando, comenzando por los mitos (dando así lugar a que los mejores narradores den en ser sacerdotes, brujas, magos o chamanes); y siguiendo por el Enūma Eliš (el primer texto de ficción, que fue escrito por una mujer, Enheduanna, 2300 años antes de Cristo, en la mesopotámica ciudad de Ur), el Poema de Gilgameš y el Código de Hammurabi; El libro egipcio de los muertos  y el Génesis; la Teogonía, el Mahabharata (incesante, “la épica más larga de la humanidad”) y el Popol Vuh (el intento maya por “rescatar la memoria de la destrucción y resucitar un conocimiento ancestral valiéndose de la tecnología de los invasores”); la Ilíada y la Odisea (ambas “asientan valores, exigencias y creencias” y su función es ya social y política, no litúrgica); las tragedias dramáticas y la filosofía griegas (las grandes preguntas: ¿qué es esto, qué es todo esto, qué es la realidad?); el derecho romano (“pura ideología práctica”, también “una obra de arte total”); el Nuevo Testamento y las Confesiones de san Agustín (esa “ambiciosa ficción colectiva” que es el cristianismo); el Corán, Las mil y una noches y los Rubayat.

Continuando con la Suma Teológica de santo Tomás (un arriesgado intento intelectual de unir la ficción cristiana con la razón aristotélica) y la Divina comedia de Dante (“el libro que inaugura la modernidad”); El diario de la dama Murasaki, El libro de la almohada y La novela de Genji (la primera novela); el arte del Renacimiento; la Utopía de Moro, el Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam y El príncipe de Maquiavelo; Don Quijote de Cervantes y El rey Lear de Shakespeare; la música de Monteverdi, la de Bach, la de Händel, la de Mozart; la literatura de sor Juana Inés de la Cruz (capaz de mostrar que “la única forma de acercarse a los misterios del cosmos no es con la ciencia o la teología, sino con la imaginación”).

Prosiguiendo con los libros de Descartes y la Ilustración (las discusiones entabladas durante la cual “nos han conducido a la poderosa idea de que todos los seres humanos merecemos los mismos derechos y las mismas posibilidades de ser felices”); los Principia mathematica de Newton, el Sistema naturae de Linneo, La fábula de las abejas de Mandeville, el Tratado de la naturaleza humana de Hume (sin cuyas ideas “este libro habría sido imposible”, admite Volpi) y Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones de Smith; la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (“una de las mayores ficciones de la humanidad”: “una ficción irrenunciable”); las obras de Goethe y las de Beethoven (que “destruye la idea de que el arte es una imitación de la realidad y lo convierte en un producto del espíritu”) y las de Coleridge y Blake… y las de Rimbaud; las de Kant, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche; los libros de Marx y los de Bakunin y los libros de Darwin.

 

[…]

 

Jorge Volpi avanza en su impresionante recorrido por las ficciones fundamentales con su riguroso análisis de la obra de las hermanas Brontë, las de Balzac y Zola y las de Dostoievsky y Tolstói; los libros de Freud… Hasta llegar a lo que llama “el imperio audiovisual”, comenzando por el cine (“este género híbrido, nacido del circo y el ilusionismo, heredero de la pintura, la fotografía y el teatro, siempre a caballo entre el mercado y el arte, la propaganda y la publicidad, se convierta en la principal fuente de ficciones del planeta, solo comparable a las ideologías totalitarias que crecen como yedra en esos mismos años”), que “desplaza a la cultura escrita a un segundo plano”, y sin olvidar a la televisión y las demás pantallas (que “son hoy el centro de nuestra vida imaginaria”), ni tampoco a los videojuegos (“esos “universos narrativos en los que los participantes confían en que ellos determinan su desarrollo y su desenlace”, algo nada banal, sino más bien “los universos ficcionales más fascinantes que se construyen en nuestra época”, arriesga Volpi). No sin antes dejar de lado las vanguardias artísticas del siglo XX (que acabaron por convertir al arte en “la ficción que nos permite ver cualquier cosa como arte”), el modernismo y el realismo mágico (si Borges hablaba de la injerencia del mundo fantástico en el mundo real, el autor que logró tal cosa fue Gabriel García Márquez: “ninguna otra ficción narrativa de la segunda mitad del siglo XX ha concitado la admiración sin reservas de millones de lectores y críticos de todo el planeta como Cien años de soledad”, donde la ficción convive, “sin sobresaltos ni aspavientos”, con la realidad “hasta devorarla”)…

Hasta llegar a las ficciones del comunismo, las del fascismo y las del nazismo (el espanto frente a las masacres de los tres “debe permanecer en nuestra memoria como prueba de que nuestras ficciones pueden convertirse en armas de destrucción masiva”), las de neoliberalismo y las del populismo.

 

“Mentir asegurando que son los otros quienes mienten se convertirá en el recurso favorito de los demagogos y en una de las reglas básicas de esa condición del presente a la que hemos dado el incómodo nombre de posverdad”.

 

Y a internet y la inteligencia artificial: “¿qué sucederá cuando la inteligencia artificial genere la mayor parte de nuestras ficciones?”. Y a los feminismos, los poscolonialismos (aún no hemos entendido que una de nuestras más poderosas ficciones es la esperanza”), las posmodernidades y los ecologismos.

Instalados en este hoy que es ya el siglo XXI, “vivimos en medio de esta resistente ficción de consumo ilimitado mientras la desigualdad y la violencia se aceleran, el planeta se dirige al colapso climático y unos pocos —muy pocos— se vuelven más ricos que nunca”. Y lo que es peor, “somos la única especie que, a causa de sus ficciones, podría precipitar su propia extinción”.

 

[…]

 

Volpi aclara que “si todo es ficción nada lo es”: la religión es ficción, los mitos y la literatura, el teatro y la danza también, como lo es la filosofía y, en el fondo, la ciencia. Pero “no todas las ficciones son iguales”. (Ya vimos esto, más arriba, en una larga cita del autor.) La historia es, sobre todo, ficción; pero, a diferencia de la literatura (algo que venimos defendiendo ya la mayoría de los historiadores, yo mismo en mi libro La Historia: el relato del pasado), “la historia es un conjunto de ficciones que persigue la verdad y se asume como verdad” y, en contraposición a los mitos, “intenta contar los hechos como fueron, no como imaginamos” (algo que ya sostenía Heródoto). El historiador, no lo olvidemos, interpreta lo que el pasado nos ha legado, es decir: interpreta, pergeña una ficción.

Parecería que el libro de Volpi quisiera mostrar que todo es mentira, pues si todo es ficción solamente habrá mentiras más o menos pequeñas. Pues bien, el autor cierra (casi) el libro admitiendo que él sigue creyendo que “vale la pena luchar a brazo partido, sin descanso y con denuedo, por la verdad”.

Lo que sí queda claro es que somos pobres criaturas que no hacemos “otra cosa que tratar de ordenar y darle sentido a una caótica sucesión de instantes”. Pero deberíamos de tener siempre presente que si hay un principio esencial para la convivencia ese es el de que “el respeto a las ficciones ajenas es la paz”. O eso afirma Jorge Volpi. ¿Todas las ficciones son respetables?

¿Es La invención de todas las cosas un libro de no-ficción?

Este texto pertenece a mi artículo ‘Para Jorge Volpi todo es ficción’, publicado el 16 de marzo de 2025 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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