Para empezar, no acabo de entender la intención del autor de El odio, Luisgé Martín. Nos propone la suma de tres partes. Una biográfica, donde cuenta la vida de un ser insulso, acomplejado y mezquino. Se hace larguísima, es como pasar el rato mirando una pared beige. Le sigue una crónica de sucesos. Más allá de estar narrada con eficacia poco añade a lo ya conocido de un caso tan mediático. El broche final se basa en la relación de los dos autores, el del libro y el del crimen; aquí se le da voz a Bretón para que supure sus cositas de primera mano.
Francamente, me pregunto el para qué del libro y no se me ocurre nada. Debe ser
el arte por el arte. No sirve para conocer mejor a Bretón, del que ya sabemos
mucho más de lo que nos gustaría. La única oferta novedosa es escuchar su
versión, cederle el protagonismo, y justamente eso genera dos efectos muy
indeseables que lo empañan todo: no hay otros testimonios que sirvan de
contrapeso, que amplíen la perspectiva, y (quién lo iba a suponer) se permite al asesino culpabilizar
alegremente a su víctima. Más de uno pensará que somos lectores adultos y
no nos engaña la perversión del fulano. Sí, claro, pero qué le decimos a Ruth.
Hay
una colisión de derechos y será un juez quien decida.
Otra cuestión es el debate social. Defiendo la libertad de expresión y
creación, conozco su importancia, pero no me saco de la cabeza cómo se lo
cuento a Ruth. Ella merece protección y empatía. Paso de soltarle algunas
perlas de la oratoria que trufan los hilos. Las víctimas no son sagradas. ¡Toma ya! Claro, cuando la víctima es
otro todos somos muy olímpicos. Tampoco me sirve considerar su dolor como
un desagradable efecto colateral de la salud democrática. Ya sabes, a veces
bombardeas para matar al terrorista y te cargas un par de familias. Es por un
bien mayor. ¿No quedan más opciones? Quizás la difusión del discurso de un
asesino convicto con intención de causar daño necesite límites. Quizás, ya que la ética está desaparecida,
podría pedirse que los proyectos con estas características deban avisar del
bombardeo a los afectados, incluso ofrecerles un espacio sanador. Quizás nos
venga bien darle unas vueltas. Es que no me veo con corazón de decirle: Compréndelo, Ruth. Lo sentimos mucho, negar
al asesino de tus hijos la posibilidad de revictimizarte hace que se tambalee
un pilar fundamental del estado de derecho. No podemos permitirlo, pero
ojalá te sirva de consuelo saber que lo haces por un mundo mejor.
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