Resulta que el sobrenombre de aquel resistente antifranquista ¾aquel bandolero para la dictadura, maqui para el común, guerrillero para los historiadores, salvo para unos pocos (nuevos), que sería partisano¾ por el que se le conoce más habitualmente era su primer apellido: IBÁÑEZ.
Doroteo Ibáñez Alconchel había nacido en la localidad zaragozana de Azuara el 6 de febrero de 1913. Bajo una bandera republicana, hay una placa en el cementerio de su pueblo que recuerda su ejecución el 10 de noviembre de 1956 en la valenciana Paterna diciendo...
“Último
guerrillero republicano español fusilado por el régimen franquista”.
Era hijo de una familia de campesinos
y él mismo trabajó como jornalero. Sindicalista cercano a los comunistas desde
1935, llegó al empleo militar de teniente combatiendo en la Guerra Civil
española (tras echarse al monte al comienzo de la misma luego de que Azuara
quedara momentáneamente del lado rebelde y después de regresar a su pueblo,
donde participó en acciones de tipo policial contra gentes de derechas), en la
que su mano izquierda quedó dañada para siempre. Ibáñez sufrió el rigor
concentracionario francés en campos como el de Argelès-sur-Mer, y, aunque no
volvió a entrar en España hasta septiembre de 1945, había ingresado en el
maquis francés antinazi en 1944, como miembro de la comunista y antifranquista Unión
Nacional Española.
Tras participar en octubre de 1944 en
las infructuosas invasiones pirenaicas guerrilleras comunistas, y luego de
regresar nuevamente al sur francés, y luego de llegar a territorio español en
aquel septiembre de 1945, Ibáñez llegó en enero del año siguiente a la sierra
turolense de Javalambre con las guerrillas interiores de la Agrupación
Guerrillera de Levante y Aragón que (como otras similares y muchísimas partidas
no tan bien organizadas) resistían por casi toda España al régimen dictatorial
del general Francisco Franco. Iba a y regresaba de Francia como destacado
enlace entre el PCE dentro y fuera de España (lo hizo en seis ocasiones), de
hecho parece ser que se vio relacionado con distintos asesinatos de algunos
resistentes comunistas caídos en desgracia a ojos del partido además de en
varias acciones violentas propias de aquella lucha insurgente.
Ya en Francia desde 1950 (había
pedido a la dirigencia del PCE no regresar a España pues dijo encontrarse
enfermo), las autoridades franquistas (aprovechando la ilegalización del PCE en
el país vecino) le reclamaron a las francesas en 1951, que le detuvieron en el
mes de octubre de aquel año y acabaron entregándole (después de que, aunque la
intención de los gendarmes era dejarle, como solían en estos casos, en medio de
las montañas pirenaicas en territorio ya español, cambiaron de opinión cuando
logró zafarse momentáneamente de ellos). Aunque la Guardia Civil declaró
haberle detenido (nadie se lo habría entregado) en la estación gerundense de
Portbou por paso clandestino de fronteras. Ibáñez, que llevaba cuando quedó a
disposición de las autoridades franquistas una documentación en la que decía
llamarse Cayetano Martínez Cuerva, dijo sentirse “abandonado” por el partido.
A Ibáñez, de quien la Guardia Civil
guardaba noticias muy detalladas de su actividad insurgente, se le juzgó en dos
ocasiones en sendos consejos de guerra (una en 1954 en “juicio sumarísimo por
bandidaje y terrorismo” y otra en 1955 en “causa ordinaria por rebelión”, es
decir, para juzgar su actuación en Azuara durante la Guerra Civil) celebrados
en Zaragoza, condenado ambas veces a cumplir 30 años de prisión. Pero un
tercero, esta vez en Valencia (comenzado ya en 1953, también como “juicio
sumarísimo por bandidaje y terrorismo”, en el cual su abogado defensor adujo en
su favor que Ibáñez había colaborado aportando información sobre depósitos clandestinos
de armas y municiones, y también sobre la forma de organizarse las partidas
guerrilleras), le condenó en abril de 1956 a la pena capital.
Para aquel mortal cambio de pena, finalmente, se tuvo muy en cuenta que se consideró probado que el 26 de enero de 1947 (dos días después del fracaso a la hora de matar al gobernador civil de Valencia, Ramón Laporta Girón, cuando iba a inaugurar la casa cuartel de la Guardia Civil en el municipio valenciano de Villar del Arzobispo), Ibáñez integraba el grupo de unos treinta guerrilleros que, comandado por Florián García Velasco (apodado Grande, jefe entre 1946 y 1952 del 11º Sector de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, el más importante de aquella organización, a su vez la más capaz de cuantas combatieron en la clandestinidad a la dictadura franquista), tomó la localidad valenciana de Losa del Obispo, de escasamente unos 600 habitantes, asalto temporalmente muy corto que acabó con la muerte de seis personas, en un bar (a disparos de una ráfaga de uno de los guerrilleros, que creía defenderse del ataque de un vecino que simplemente hizo un movimiento que nada tenía que ver con el uso de arma alguna), y la de un guardia civil, su esposa y un hijo de ellos de once años de edad, en el trascurso del tiroteo que tuvo lugar en el cuartel de la Guardia Civil, que comenzó con la entrada en el mismo a tiros indiscriminados de los asaltantes. Así, al menos, se especificaba en el sumario que dio en ser el camino hacia la tumba del guerrillero Ibáñez.
Pero, si uno se fía de lo que
escribiera Fermín Palacios Cortés, secretario general del Sindicato
Independiente de la Comunidad Valenciana (que dice de sí mismo no
ser “de derechas, ni de izquierdas ni de centro”, y que se vanagloria de que “en
sus filas hay militantes destacados y colectivos importantes de todas las
procedencias, alejados siempre de los extremismos”, sic y resic) en un artículo
publicado el 25 de enero de 2007 en el diario valenciano Las Provincias, lo que ocurrió aquel día de enero de 1947 en Losa
del Obispo, muy similar a lo consignado en el procedimiento judicial, habría
sido que los guerrilleros llegaron a esa localidad valenciana para vengar a los
tres hermanos Gómez Corrales (Manuel, Miguel y Tomás) y a Miguel Roca Yuste, también
combatientes antifranquistas, “que exigían venganza contra el mal trato a uno
de ellos”. Los asesinados en el bar serían Jesús Hernández, Pedro Rodrigo, F.
Jorge Mocholi, Bienvenido Pérez, Narciso Poza y Norberto Poza, y los muertos en
el asalto a la casa cuartel, el guardia civil Ezequiel Cervera y la mujer e
hijo menor del comandante del puesto, que era el cabo Rafael Borrego. Palacios Cortés
cuenta que “hirieron a diez y siete personas más”, entre ellas y gravemente, al
propio Borrego y a su otro hijo, de catorce años, Rafael Borrego Gonzalvo (que
décadas después militaría por cierto en el Sindicato Independiente de la
Comunidad Valenciana): “el crío tuvo que ver el asesinato de su hermano y, más
grave, la terrorífica muerte de su madre tras cuatro horas de ocupación del
pueblo por los chicos del Grande”. Además, dos de los guerrilleros fueron casa
por casa “de las señaladas por los hermanos Gómez Corrales para robar todo lo
que encontraron y les era de alguna utilidad”.
En cualquier caso, tras la sentencia
a muerte a Ibáñez, el gobernador militar de Valencia designó el 9 de noviembre
de 1956 el campo de tiro del cuartel de artillería de Paterna para que se llevara
a cabo allí la ejecución a las 7 horas del día siguiente a cargo de seis
miembros de la Policía Armada al mando del teniente Fidel Chaparro Montero. El
cadáver de Ibáñez fue trasladado al cementerio de esa localidad, donde fue
enterrado en la fosa número 221, 2ª a la derecha. El mismo campo de tiro y el
mismo cementerio que son el ámbito cruel del magnífico cómic El abismo del olvido,
publicado en 2023, con guion del historietista Paco Roca y el periodista
Rodrigo Terrasa, y dibujo a cargo del propio Roca, también corresponsable de su
diseño, junto a Alba Diethelm, que lo maquetó.
Doroteo Ibáñez Alconchel había sido
conocido al parecer en su pueblo como ‘Galindo’, aunque entre los guerrilleros
se le conoció por ‘Maño’, sobre todo de manera más habitual por ‘Ibáñez’, y,
más ocasionalmente por ‘Fleta’, que era el segundo apellido de su madre, aunque
este sobrenombre Ibáñez dijo, durante los procedimientos judiciales a los que
se le sometió, no haberlo oído nunca referido a él.
Supe de Ibáñez por un libro publicado en 2024 por el historiador español Arnau Fernández Pasalodos titulado Hasta su total exterminio: La guerra antipartisana en España, 1936-1952. Un libro en el que el nombre Ibáñez aparece, dado que es su apodo siempre en cursiva (Ibáñez), donde se habla del partisano (así llama el autor a los guerrilleros, nada de maquis) en tres ocasiones distintas a lo largo de sus páginas. Siempre refiriéndose a un informe suyo del que no se dan más noticias. Imagino que se trataría de un informe para el PCE sobre la actuación guerrillera y contrainsurgente que él conoció de primera mano.
“Hubo guerrilleros
que trataron de entender la escasa combatividad mostrada por la Benemérita
durante buena parte de la guerra. El partisano Ibáñez estableció cuatro
motivos: la pésima situación económica que atravesaban los guardias; el miedo a
los guerrilleros; la hostilidad que encontraban entre el campesinado; y, por
último, la inestabilidad del régimen, ya que muchos hombres tenían miedo a que
hubiese un cambio político a causa del contexto internacional”.
El maqui Ibáñez, pura historia de la resistencia antifranquista, pura historia de la Guerra Civil y el franquismo.
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