Sé de Michel Feher por una entrevista suya publicada en El País de la que me pone sobre aviso Marga. Que es un “referente en el pensamiento político francés” leo allí de él a finales de enero de 2025.
Lo que me interesa en un principio de
esa entrevista es su punto de vista sobre el tan traído y llevado pensamiento woke. Pensamiento o actitud woke.
Woke, ya sabes, todo aquello que, en esta Primera Guerra Cultural Mundial, irrita tantísimo no solamente a los conservadores, a los reaccionarios y a los neofascistas, sino también a quienes se creen depositarios de la auténtica cultura de izquierdas. Y a los propios wokes, que abominan de la palabra por el uso peyorativo que hacen los demás.
En su libro de 2024, Producteurs et parasites, donde
desmenuza “la compleja naturaleza de la ultraderecha francesa”, Feher golpea
como resumen esta máxima:
“Quien vota a un
fascista es un fascista”.
Feher ve en la segunda victoria
electoral estadounidense de Donald Trump la creación de “un régimen que podemos
llamar neofascista”. No hay nada divertido en ello: “hay que tomárselo en
serio”. Detrás de todo esto lo que hay es resentimiento. Se le hace creer a la
gente, a mucha gente, a la mayoría de la gente, que “hay gente disfrutando de
lo que les pertenece”, para que decidan que “hay que apartar a esos parásitos
que les roban lo que es suyo, a ellos que trabajan duro”. El resentimiento va
más allá de la indignación: es otra cosa.
En lo que confía Feher es en que “la izquierda haga de Europa un lugar de resistencia”. Aunque no podemos olvidar que en Europa hay millones de fascistas. Neofascistas, digamos. Como en aquellos famosos dibujos animados (esto es mío), si haces cosas fascistas es que eres fascista. Para ser fascista hay que convertirse en fascista. No se nace siendo fascista. Se puede dejar de serlo, fascista: “pero hay que ganarles antes que convencerles”.
¿Qué
es hoy ser de izquierdas? Ya no sirve decir que se está del
lado de los obreros frente a los patronos, como hasta hace medio siglo. En
esto, Feher va con todo.
“Nada de
feminismo, nada de igualdad sexual, ni de reconocer el racismo estructural o la
urgencia climática. Hoy hay que ser todo eso, sí. ¡Hay que ser wokista! Un wokista desencadenado”.
Y concluye respondiendo a la pregunta
que él no se hace, a la que acabo de formular más arriba:
“Ser de izquierdas
es ser alérgico a las desigualdades estructurales”.
La gente no abraza el neofascismo por
culpa de las actitudes wokes,
sostiene el pensador francés, lo que ocurre es que esa explicación es una
manera de justificar los votos de extrema derecha y, en definitiva, “de
mantener privilegios”. No hay nada más que resentimiento en considerar “que los
deseos de igualdad de los otros te roban algo”: ahí está la extrema derecha.
En aquella entrevista, Feher concluía
con una máxima sobre la que pensar:
“La izquierda será woke o no será”.
Indago algo más en las
consideraciones analíticas de Michel Feher. Y escribo lo que sigue...
En definitiva, no se trata de centrarse
en la lucha de clases y olvidar la
ecología o el feminismo, o la lucha contra el racismo y la defensa de las
minorías ante su maltrato, hay en este asunto una necesidad de atender al enfoque interseccional en relación con todas,
absolutamente todas las injusticias y discriminaciones. Michel Feher es de
los que mantiene que hay que entender cómo se conectan socialmente todas las
identidades si lo que se quiere es que la izquierda derrote al neofascismo, al
nacionalpopulismo, al tecnosoberanismo.
Al fin y al cabo, si la extrema
derecha (el nacionalismo xenófobo y autoritario) prospera no es gracias al
fracaso de otras propuestas políticas, sino que, por contra, es plenamente
consciente de su propia capacidad de seducción: quienes la votan la apoyan, no
protestan. No es que la izquierda haya
abandonado a las clases populares (que también), sino que a mucha gente le
parecen atractivas por sí mismas las propuestas de la extrema derecha.
Para las agrupaciones de izquierdas,
los partidos ultranacionalistas, xenófobos y autoritarios lo que hacen es
capitalizar la rabia que provoca entre buena parte de los ciudadanos la
desregularización de los mercados. Pero ese aumento
de los populismos en ningún caso provendría de una hostilidad a la lógica
del capitalismo actual, sino que lo haría más bien en defensa de su extensión.
Los que votan a la extrema derecha lo que votan es que ese capitalismo voraz
crezca.
En su libro El tiempo de los investidos. Ensayo sobre la nueva cuestión social (la edición española es de 2021, la original, en francés, cuatro años anterior), Feher nos hace ver que la preponderancia actual del mercado financiero ha modificado la esencia de todos y son las acciones empresariales, y los activos de cada ciudadano (habilidades sociales y comportamientos), más importantes que la misma naturaleza de cada uno de los negocios, las que modelan las relaciones sociales, hasta el punto de que “los gobiernos consideran más urgente disipar las preocupaciones de sus acreedores que responder a las demandas de los ciudadanos”. Por todo ello, la izquierda ha de reinventarse. Según Michel Feher, al cambiar las condiciones de la cuestión social, estas nuevas prioridades obligan a la izquierda a reinventarse. Se trata ya no solamente de elegir políticas públicas y, desde la izquierda, profundizar en la redistribución de la riqueza, sino que ahora además, y quizá sobre todo, es trabajo de la izquierda poder llegar a influir tanto en las evaluaciones de la gobernanza empresarial como en los criterios que rigen las elecciones de los financiadores.
“De
la misma forma que el socialismo y el comunismo fueron las utopías de unos militantes
que asumieron su condición de vendedores de fuerza de trabajo, cabe esperar que
las aspiraciones políticas de los especuladores sobre su destino, que son hoy
en día los investidos, procederán de
su implicación en las luchas por la asignación del crédito, tanto financiero
como simbólico”.
Donde los investidos de Feher serían “quienes postulan las dádivas de los
inversores”. De forma que a la lucha de clases entre empleadores y empleados se
añadiría ahora la de inversores frente a investidos.
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