La virgen roja puede conmigo
Desde hace algunas décadas es conocida la historia de dos mujeres españolas del siglo XX: Aurora Rodríguez Carballeira y su hija Hildegart. Siempre me pareció una de las cosas más horribles que el buenismo perturbado puede llevar a cabo. Casi comparable a lo que el malismo (siempre perturbado) es capaz de hacer con la humanidad (una y otra vez).
No voy a repetir aquí aquella
historia, la de la madre que proyecta en su hija una paranoia de mejora de la
sociedad a través de la reivindicación de la presencia necesaria de las mujeres
forjadas a la medida ideada por ella, la madre, en un mundo en el que… No sigo,
es agotador este asunto imbécil que se dio verdaderamente en la España de la
década de 1930 y estalló durante los años de la Segunda República, ¡para qué
queríamos más¡
El gran problema que tiene la película española de 2024 La virgen roja -dirigida con cierto arte cinematográfico por Paula Ortiz, escrita (de forma muy simple, no en el peor sentido de la palabra) por Eduard Sola y Clara Roquet y protagonizada por Najwa Nimri (quien deliberadamente no tiene ni el más mínimo parecido físico con la chiflada Aurora) y, antológicamente, por Alba Planas, que desempeña el papel de la hija maltratada, bien acompañadas por una Aixa Villagrán que, en ocasiones, pareciera bordar el ridículo actoral y a menudo luce excelentemente y un perfecto Patrick Criado, además de Pepe Viyuela- es la propia historia que quiere contarnos.
Sus 114 minutos de duración me dejaron con esa sensación de haber visto algo a punto de ser la obra de arte que pretende ser (si bien en mi caso lo nauseabundo de la historia puede a las ganas de verla recreada en una pantalla), si bien a la crítica cinematográfica le pareció una virguería prodigiosa (y aventaba maravillas sobre la actuación de Nimri que a mí me pareció simplemente correcta, sin sobreactuar, que ya tiene mérito con semejante imbecilidad de personaje real): excelente, “artísticamente impecable en todos sus apartados” o “la dirección de Ortiz es a un tiempo delicada y poderosa” anunciaba Javier Ocaña en El País; que era “un estilizado thriller filosófico” (sic) escribía Philipp Engel en La Vanguardia… Y así.
De 1977 es la primera aproximación a este vertedero paranoico que es el mundo estupefaciente de Aurora Rodríguez Carballeira, Mi hija Hildegart, con una banda sonora musical compuesta e interpretada por Luis Eduardo Aute, dirigida por Fernando Fernán Gómez, con guion suyo y de Rafael Azcona, adaptando el libro Aurora de sangre que Eduardo de Guzmán (papel que en la película de Ortiz interpreta Viyuela) publicara ya en 1973 narrando aquellas vidas, él que conoció y trató a Aurora y a Hildegart, además de haber escrito ya en 1933 sobre todo aquello. Creo recordar que vi la película de Fernán Gómez en su momento, o mejor dicho, que tuve que dejar de verla abrumado por un personaje absolutamente insoportable.
Paula Ortiz hace lo que puede con Aurora Rodríguez Carballeira y la culpa de que semejante aberración no me conmueva es solamente mía.
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