No encuentro explicación al hecho de que haya tardado casi treinta años en volver a leer una novela del escritor español Gustavo Martín Garzo, así que en 2024 decidí leer la que publicaba entonces, El cuarto de los sombreros, que en realidad no es una novela: son dos novelas. Dos novelas cortas. Muy GustavoMartínGarzo, tal y como le recordaba de aquellas novelas suyas como la maravillosa El lenguaje de las fuentes, la cuarta, Premio Nacional de Narrativa en 1993. Tan fabulosas en el doble sentido de la palabra.
Como fabulosas son las dos
narraciones incluidas en su libro El cuarto de los sombreros. Sobre todo
en lo tocante a ser fábulas. Dos fábulas magistralmente vertidas al lenguaje
literario de ensueño milenario propio del autor.
[…]
El amor lo es todo. ¿Por qué existen las cosas de este mundo, para qué? Como el autor de esta pequeña maravilla dice ser —dice que lo somos cuantos escribimos, cuantos narramos— un ser perverso “con el corazón candoroso”, pareciera que se pudiera hallar algo de perversión en sus dos historias y, sobre todo, sobre todo, mucho corazón candoroso en las dos. Mucho.
El primero de los dos cuentos largos,
de las dos narraciones, de las dos novelas (nouvelles, dirán los
pedantes), es el que da título al volumen: ‘El cuarto de los sombreros’,
que se abre con esta cita del escritor francés Pascal Quignard:
“Buscamos el amor
como busca el recién nacido los latidos del corazón de su madre”.
¿Buscamos el amor? Sí, aunque no
seamos del todo conscientes, es lo que hacemos primordialmente. De eso va la
primera narración del libro de Gustavo Martín Garzo. Buscamos el amor en un
mundo del que nada sabemos. En ‘El cuarto de los sombreros’, lo que ocurre es
que alguien se entera de que otra mujer con la que convivió “ha escrito un
libro y descubre al leerlo que muchas de las cosas que en él se cuentan son las
que vivieron juntas”. Y aquí está la esencia valiosa de la narración: que no
hay “que preocuparse en exceso de si lo que se contaba en una novela había
sucedido o no, pues en toda historia que mereciera la pena, aunque fuera
inventada, había algo verdadero. ¿Por qué nos detendríamos a escucharla si
no fuera así?” Cuando lee ese libro ella aprecia que incluso las cosas que la
autora se inventa no le parecen “menos ciertas que las que habían sucedido de
verdad”. Porque, “aunque las cosas que se cuentan en los libros no siempre sean
reales eso no quiere decir que no las necesitemos”. De hecho, ¿no será que es “lo
inverosímil lo que da valor a las cosas”?
Nos volvemos a acordar leyendo esta
parte del libro de que en los libros solemos leer cosas como que “la vida era
guardar falsos tesoros en lugares que no existen”. O eso otro de que “la
escritura era un oficio de tinieblas”, un oficio que te aleja de todo en lugar
de acercarte a los demás. De tal manera que “los escritores siempre están
solos, sus libros no les salvan de la oscuridad, se confunden con ella”. (No
creo que GMG crea tal cosa, una de sus protagonistas se ve que sí, como aquello
otro de que tal vez la belleza no sea otra cosa que olvidar el nombre de las
cosas).
“Desear
sólo lo que tienes, eso es la felicidad”.
Y la lección de todo esto (si
es que la literatura necesitara eso, dar lecciones a quien la disfruta) no es
otra cosa que “una vida sólo está vacía si falta el amor”. Porque “el
amor es todo lo que tenemos”. Aunque a veces hablamos del amor como si fuera
“una vida que no nos pertenece”. O como si solamente fuera “un niño que juega”.
Una vida en la que “no hay tiempo de aprender a vivir” en la que solemos buscar
el amor como el recién nacido que “busca los latidos del corazón de su madre”.
Quizás también otra lección
sea que las cosas hemos de comprenderlas con los ojos, “no con el pensamiento”.
Claro que… “para qué escribir si la
gente ya no cree en nada”. Menos mal que aún hay gente, como el autor,
dispuesta a hacerlo (escribir), no obstante.
El pasado no es algo completo,
completado, en el que ya esté todo decidido para siempre. En la literatura,
aquí lo vemos continuamente, “el pasado sigue vivo”, en él existen puertas “que
aún piden ser abiertas”, también estancias “con alguien que espere que le beses
para despertar”. Es ese mundo de ensueño que GMG recrea tan etéreamente en ese
contundente ámbito que es cada cuento que compone toda su narrativa.
“Todos
nos volvemos otros al envejecer”.
La segunda historia del libro se
titula ‘La mentirosa’. La protagonista y narradora de ella es la mística
francesa del siglo XIX Bernadette Soubirous, la famosa alma mater
de la milagrería asociada a las apariciones marianas de Lourdes. Mística
a su pesar. Su mundo interior, con el que trata de reconstruir (para nosotros)
aquella vida suya que la hizo llegara a ser santificada por la Iglesia
católica, es el que le sirve a Gustavo Martín Garzo para que nos ensimismemos
literariamente en reflexiones como la que se pregunta qué ocurre con todo eso
que se olvida, “¿dónde queda?”, o como la que se interroga sobre el porqué del
sufrimiento, que está por todos los sitios, y ¿de qué habrán servido todas esas
lágrimas vertidas en el mundo, “si todo continuaba igual”? ¿Para qué vivimos?
“Todo esto para qué”. ¿Por qué estamos en el mundo? ¿Para qué es el mundo? ¿Por
qué es así?
Bernadette es incapaz de explicar lo
que ella sintió, escuchó y vio en el interior de aquella gruta, y lo es porque
la gente no suele saber escuchar, lo único que quiere la gente es que le
“vuelvan a decir lo que saben”. Escuchar es “esperar que se abra una grieta en
la piedra”.
Tal vez morir no sea más que
olvidarse uno de los que le han querido.
“La muerte está en
las hojas que caen, en los árboles secos, en los animales hambrientos, en la
materia que se descompone junto a las raíces. Está en las caras de los
ancianos, en los suspiros de las parejas cuando se aman, en nuestros propios
ojos al mirarnos en el espejo. Si no podemos hacer nada para evitarla ¿por qué
ocuparnos de ella?”
¡Qué bella es la escritura de GMG! La
belleza, por cierto, es (lo dice la narradora de ‘La mentirosa’) todo lo
que está suelto y no puede ser retenido ni hacerlo nuestro. La belleza no
significa nada, carece de un porqué.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Nuestra incapacidad para explicar el mundo y la literatura de Gustavo Martín Garzo’, publicado el 26 de noviembre de 2024 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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