Cada vez que escribo sobre los libros del escritor chileno Alejandro Zambra, los maravillosos libros profundamente literarios (en el sentido absoluto de la palabra literarios) caigo en la cuenta de que, cuando lo hago sobre la mayoría de ellos, más bien cortos, escribo casi más yo que él. Menos mal que cuando escribo sobre lo que escriben otros me paso el tiempo parafraseándolos o citándolos. No es para menos.
Tema libre
es un librito… Suena mal lo de librito, ya lo sé. A ver si lo arreglo. Tema
libre es un librito extraordinario, como gigantesco es una vez más Zambra
en su artificio natural. Un librito publicado en 2019, su décima obra: un
ensayo de esos suyos que incluye narrativa de ficción y que es narrativa en sí
mismo. Literatura siempre, en cualquier caso.
Tres de sus textos son conferencias leídas por el autor en distintas universidades chilenas (en 2013, 2014 y 2016)
“Educados, al fin
y al cabo, a la antigua, en algún momento de la infancia creímos que ser buen
alumno era tener buena letra y buena memoria”.
Van esos tres textos de literatura,
sobre lo que es escribir para que a uno le lean. Algo sobre lo que Zambra sabe
mucho y, lo que es mejor, sabe explicarlo de fábula.
“Truman Capote distinguía
entre escritores y tipeadores, categoría esta última que al parecer
abarcaba al propio Kerouac y a todos los beatniks, a juicio de Capote
más empeñados en la farragosa acumulación de frases que en verdaderas búsquedas
estilísticas”.
Zambra defiende que ahora, gracias
a los ordenadores (a los computadores), escribir no es más fácil porque
reduzca la actividad física, o, mejor dicho, que gracias a que se reduce la
actividad física la literatura, las novelas, hoy no necesitan demostrar que no
son mejores porque hayan logrado hacerles perder a sus autores muchísimas
calorías. El esfuerzo se puede dedicar a otros menesteres.
“Hoy más que nunca
el escritor es alguien que construye sentido juntando pedazos. Cortando,
pegando y borrando”.
Explica el autor chileno que siempre
lee en voz alta lo que escribe (“todo el tiempo”), se graba a sí mismo para
escucharse, “porque parece que una frase debe pasar también por esa prueba
de sonido”. También que cuando recibe sus libros ya impresos a la felicidad se
le enfrenta una suerte de duelo: piensa, melancólicamente, que no podrá
escribirlo nunca más.
Me interesa, me gusta verme ahí
reafirmado, cuando el autor de Poeta chileno (que dice escribir “para
hacer algo, para dejar de pensar”) relaciona las cuestiones del gusto
(literario) con “una convicción de superioridad”.
Tal vez sea cierto que, si no fuera
porque cuando escribimos lo hacemos con la pulsión de creer que nunca
renegaremos de lo que pensamos y somos (o creemos ser), “no escribiríamos,
seguiríamos pegados en el silencio”.
¿¡Conque escribo para no estar
pegado en el silencio!? Escribimos. ¡Vaya aclaración, Zambra!
“Dicen que nos
convertimos en escritores cuando dejamos de identificarnos con el protagonista
y empezamos a identificarnos con el autor. No con el narrador, sino con el
autor: con la persona que fue capaz de multiplicarse en unos cuantos
personajes, de diseñar minuciosamente el edificio novelesco”.
Así es. En mi caso fue (lo he contado
ya) por culpa de Cortázar, de cuya parte me ponía siempre antes que de sus
personajes.
Leer. ¡Qué
tiempos aquéllos, estoy otra vez contigo, Zambra (a quien una vez dejó de
gustarte la literatura, algo que duró… tres meses), en los que leíamos para
entretenernos, sin que nos dijeran que leer nos hacía ser mejores personas y
fortalecía nuestros espíritus! ¿Hacen las dos cosas, los libros?
Que no es banal el esfuerzo de un
escritor por entretener ni es banal el esfuerzo lector que encuentra
entretenimiento en la obra literaria es algo con lo que estoy totalmente de
acuerdo con el autor. Como él, yo también cierro los libros en cuanto que me
aburren. Los dejo. Porque, como él, “lo que busco es olvidar que estoy
leyendo”. Busco “caer en la trampa”. Y que no sea capaz de reconocerla.
En la conferencia que da título al
libro (‘Tema libre’), explica Zambra que, cuando escribe, el criterio
que sigue es el de no aburrirse, “evitar el piloto automático de la escritura
prestada y también las mañas rutinarias que asoman, de un modo casi
imperceptible, en la escritura propia”.
El autor de Facsímil considera
que “no se escribe para publicar”, sino, más bien, gracias a “la vocación de
derrota que supone pasarse las horas hablándole a nadie”.
El tema, el asunto, por excelencia en
la literatura es pertenecer. Para Zambra (a quien le “acompaña siempre
la sensación de haber hablado demasiado”), “todos los libros pueden leerse en
función del deseo de pertenecer o de la negación de ese deseo: ser parte o
dejar de ser parte de una familia, de una comunidad, de un país, de la
literatura chilena, de un equipo de fútbol, de un partido político, de una
banda de rock, del grupo de fans de una banda de rock, por último de un grupo
de scouts o de Alcohólicos Anónimos”. Es sobre eso sobre lo que escribimos “cuando
creemos estar escribiendo sobre el amor, la muerte, los viajes, las moscas, los
telegramas o las maletas con ruedas giratorias. De eso hablamos siempre, en
serio y en broma, en verso y en prosa: de pertenecer”.
En uno de los cuentos de Tema
libre (el libro), el titulado ¿La novela autobiográfica’, Zambra (o el
protagonista que tanto se le parece) responde a eso de
¿cuántodeautobiográficohayentuslibros? que sus libros “son 32 por ciento
autobiográficos”. Ja, ja, ja, ja. Y ja.
Es especialmente magnífico, que ya es
serlo dentro de la literatura del autor chileno (para quien hacer el ridículo
ha sido “una forma bastante eficaz de hacer amigos”), el texto (dividido en
tres partes) que lleva por título ‘Traducir a alguien’.
“En Vivir así es morir de amor, la canción de Camilo Sesto,
figura la palabra melancolía, pronunciada —cantada de forma muy poco melancólica,
más bien desesperada. La melancolía es de por sí difícil de definir, pero lo es
aún más si la primera vez que la escuchamos fue en una canción donde suena como
un grito desgarrador y fervoroso. No entiendo por qué a ninguna banda metalera
se le ha ocurrido hacer el cover.
Lo siento: acabo
de comprobar que sí hay covers metaleros de Vivir así es morir de amor,
al parecer muchos. Solo en territorio español cuento, en principio, versiones
de la banda barcelonesa Los Monos Voladores del Sr. Burns (un punky medio
dulzón, para mi gusto), de la madrileña Stravaganzza (¿metal gótico?) y de la
toledana Vanrose (la versión más energética, la menos pretenciosa y la mejor de
las tres, en mi opinión no especializada)”.
Admite Zambra que, aunque “aunque queda mejor decir que uno empezó a escribir después de leer a Huidobro o a Rimbaud”, en su caso todo empezó con la canción El gato que está triste y azul, de Roberto Carlos.
Tema libre, otro gran libro de Alejandro Zambra. Fin.
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