Aquellas Historias del calcio de Enric González

En 2007 se publicó el libro Historias del calcio. Una crónica de Italia a través del fútbol, escrito por el periodista español Enric González.


González —hijo del escritor Francisco González Ledesma— se había trasladado cuatro años antes a Roma como corresponsal de El País, y, una vez allí, el redactor-jefe de Deportes del diario, Santiago Segurola, le propuso “escribir algo para las páginas deportivas”.

 

“Así comenzó un asunto que duró cuatro años, los cuatro que pasé en Italia. Todos los textos fueron redactados el domingo, después de los partidos de las tres”.

 

El libro es un recorrido fascinante (demasiado coyuntural, por supuesto, pero eso es algo que sus hallazgos superan por completo) por el fútbol italiano —el calcio, ya sabes— de una época (y de algunas anteriores), la de los comienzos del siglo XXI.

 

El calcio es muy especial. Ningún país vive el fútbol como Italia (quizá Argentina, que no conozco) y nadie es tan imaginativo, tan farsante y tan estupendo como los italianos”.

 

En esa coyunturalidad caben destacar cavilaciones concretas como la del artículo del 29 de marzo de 2004, titulado ‘Cosas que valen la pena’:

 

El aficionado italiano vive tiempos de asco, estupor y melancolía. El asco lo causan los ultras, con sus chantajes, sus amenazas y sus negocietes sucios. Y algunos directivos, con su devoción por derrochar el dinero ajeno cuando se les acaba el propio.

[…]

El estupor es producido por la constatación de que, en efecto, se ha llegado a esto: a una deuda astronómica, a un fraude sistemático, a una colección de banquillos que cuestan oro y valen plomo, a una ultraderecha que no necesita presentarse a las elecciones porque manda en los estadios.

[…]

Luego, se derrama la melancolía de las despedidas inminentes.

[…]

Pero llegará el verano y renacerán las ilusiones más disparatadas. Porque hay enfermedades que no tienen remedio. Y porque algunas cosas valen aún la pena”.

 


Como “las cosas existen antes que las palabras”, debió haber un momento “en que el fútbol se jugaba sin que se hubiera inventado aún la terminología del oficio”: y “esa debió ser una época feliz, porque las palabras pesan sobre las personas, y en el fútbol, a veces, son de plomo”. González lleva a cabo esa digresión para hablarnos de “dos términos que lastran el calcio: como casi toda la jerga creada por los italianos (menos lo de catenaccio, o cerrojo, que suena mal y resulta aún peor en la práctica), son dos términos eufónicos: agonismo y fantasista”. En el calcio de aquellos tiempos de Enric González en Roma, cada equipo debía tener un fantasista, es decir, un trescuartista o un mediapunta “al que, con gran crueldad semántica, se atribuye en exclusiva la capacidad de inventar; los demás, de forma implícita, quedan condenados al agonismo”.

 

“En Italia nada es evidente y nada ocurre porque sí, y a partir de cualquier nimiedad se puede reconstruir una trama conspirativa que se hace más y más oscura hasta desembocar en el misterio. Quizá porque se trata de una sociedad dominada por un puñado de familias, quizá porque el interés privado prima sobre el colectivo, quizá porque la estética prima sobre la ética o porque el italiano ama la fantasía y el secreto, este es un país abundante en claves ocultas y casos nunca resueltos.

[…]

El calcio es, en este sentido, un reflejo de la vida nacional”.

 

Me quedo con esta joya majestuosa:

 

“Italia, en cualquier caso, es sabia y saldrá del paso. Sabe manejar a los fascistas. Nótese que desde hace años los tiene en el Gobierno, en los estadios y donde haga falta, con tal de que se entretengan y no anden por ahí haciendo lo que mejor se les da: asaltar librerías”.

 

Resultan, por supuesto, sumamente interesantes las reflexiones de González sobre la propia naturaleza del fútbol (que es, “como el halcón maltés, del material con que se fabrican los sueños”):

 

¿Fútbol es fútbol? No. El macarrónico aforismo sólo es cierto cuando, en el juego, el balón rueda e intervienen todos los azares: el centímetro que separa el poste del gol, o el parpadeo en que el árbitro acierta o se equivoca, el rasgo de talento que distingue al jugador del genio. Pero el fútbol es también percepción y memoria colectiva. Y en ese terreno, ajeno a las leyes de la física, las cosas son más complicadas”.

 

Es incontestable que “el fútbol, como la vida, está lleno de tiempo-basura”. Los dos se descomponen “al final en un puñado de momentos brillantes”, mientras que “el resto es un vago malestar: fenómenos metabólicos, estadísticas, humo. Y, sin embargo, ni el fútbol ni la vida son mal negocio. Hay momentos que duran para siempre”.

Enric González está con los vencidos cuando escribe…

 

“Desconozco el laberinto espiritual de un seguidor del Madrid, del Milan, del Bayern o de la Juve. No sé cómo se funciona a esos niveles, no sé si sus semanas de pasión son como otras. Tiendo a suponer que no. Imagino que el triunfo sólo les proporciona el alivio del pronóstico cumplido y que el fracaso les genera menos dolor que estupefacción.  Que me perdonen. Creo que son más hermosas las victorias de los vencidos”.

 

Entre los jugadores sobre los que el autor nos brinda auténticas perlas literarias destacan las que dedica a Zoff, Vendrame, Cassano y Gattuso.

Dino Zoff (subcampeón en 1970 y campeón del Mundo doce años después con la selección italiana, campeón de la Eurocopa de 1968 con ella, y 8 veces de Liga con el Juventus) “fue un portero de una especie, la de los Iríbar y los Yashin, hoy prácticamente extinguida. Tipos altos y secos que situaban una barrera con un arqueo de cejas, que no movían las dos manos si les bastaba con una y que aparecían como por casualidad en la trayectoria del balón”.

No te pierdas esto:

 

“Este señor, que amaba jugar al fútbol, pero se negaba a ejercer como futbolista, le hizo una vez un túnel a Gianni Rivera delante de todo San Siro e inmediatamente le pidió perdón. «No se podía humillar así a un artista», explicó. Otra vez, después de driblar al portero contrario, se negó a marcar a puerta vacía: también le parecía un gol «humillante». Su momento supremo, el que le definió para siempre, llegó en un Padova-Cremonese. Su equipo, el Padova, había apostado por una táctica defensiva que no le gustaba. Hizo lo que le pareció lógico: tomó el balón y corrió hacia su propia portería, regateando a sus compañeros, hasta plantarse ante el guardameta. Entonces se frenó. Demasiado tarde, por desgracia, para un tifoso del Padova que, convencido de que el artista iba a marcar un golazo en propia puerta, sufrió un infarto y murió.  Antes de hacer un pase largo se encaramaba sobre el balón —no lo intenten en casa— y oteaba el horizonte con la mano de visera. En un Padova-Udinese se sonó la nariz con el banderín del córner y anunció al público, con gestos inequívocos, que iba a marcar directamente desde el ángulo. Y marcó.  Este señor, del que dijeron que tenía los pies más exquisitos del calcio, no llegó a la selección porque le gustaban demasiado el alcohol, el tabaco y las mujeres. Se llama Ezio Vendrame, tiene 59 años, convive con la depresión y escribe libros desgarrados y fascinantes”.

 

De Antonio Cassano¸ que jugara entre 1991 y 2017 en el Roma, Milan, Inter o incluso en el Real Madrid, escribe:

 

“La poesía es condensación, compresión de códigos en unos pocos signos. Y a eso se dedica Cassano en ese palmo cuadrado del área hacia el que confluyen el portero y un par de defensas y en el que un segundo es una vida. Cassano no es de los que rematan al bulto: eso es periodismo. Tampoco piensa en cómo ha llegado ahí el balón ni en cómo marcar: eso es novela. Por supuesto, no busca el penalti: eso es ensayo”.

 

De Gennaro Gattuso (campeón del mundo con su selección en 2006 y de la Champions con el Milan en 2003 y en 2007) nos cuenta el autor que, tras un partido de Italia en ese Mundial que acabarían ganado, “un periodista le comentó que había sido el jugador más destacado de la selección. Cualquier otro habría respondido con una ñoñez de manual. Gattuso, no. No empecemos insultando al fútbol, masculló”. Y es que Gattuso, “como Goliath para el Capitán Trueno, Biscúter para Carvalho, Sancho Panza para Don Quijote o Haddock para Tintín, representa la comedia, la humanidad, el alma”.


Para los entrenadores tiene también sabias palabras González:

 

Los entrenadores son como los economistas: la ciencia que acumulan sirve básicamente para explicar por qué no se cumplen sus pronósticos. Cuando sí se cumplen, cuando los proyectos cuajan y se encuentran en las manos con una formidable máquina de fútbol, algunos reaccionan con arrogancia, como Fabio Capello o José Mourinho. No es extraño: les ha salido bien una fórmula mágica y se sienten los reyes del mambo.  Otros, más lúcidos, adoptan una sonrisa melancólica. Es el caso de Roberto Mancini”.

 

Efectivamente, los buenos entrenadores de fútbol saben que haciendo determinadas cosas “las cosas van bien” y que “habiendo hecho lo mismo, las cosas podrían ir mal”. Muchos de ellos “disponen de presupuestos gigantescos, bancos de datos, asesoramiento clínico y jugadores con extraordinarios recursos técnicos. Intentan combinarlo todo y luego hacen la danza de la lluvia. A veces, llueve. A veces, no”.

 

El fútbol es deporte sobre el césped, negocio en los despachos y fantasía en la grada”.

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