“Ya sé que Berlanga no es un comunista; es algo peor, es un mal español.”
Francisco Franco.
Que la película El verdugo del
director cinematográfico español Luis García-Berlanga
suscitara el comentario del dictador Francisco
Franco con que abrimos este artículo ya invita a realizar un visionado de
la obra. Aunque no fue la única crítica que recibió por parte del régimen, sí
fue la más sonada.
Las primeras noticias que tuvo el gobierno sobre la proyección de la
película llegaron desde Roma: el por entonces embajador en la urbe itálica, Alfredo Sánchez Bella, le dirigía una
dura carta, con fecha 30 de agosto de 1963, a Fernando María Castiella, ministro de Asuntos Exteriores, por medio
de la cual le informaba de la proyección de la obra de Berlanga en el Festival Internacional de Venecia,
donde la cinta fue nominada a León de Oro del certamen y obtuvo el premio
FIPRESCI, y las “graves consecuencias” que podría acarrear.
La cinta es un alegato contra la pena de muerte y se estrenó en un momento de crítica internacional contra el régimen franquista.
Durante los primeros años de la década de los sesenta
comenzaron a hacerse fuertes las críticas contra el Estado opresor español,
principalmente desde los sucesos de febrero de 1956 en la Universidad de
Madrid, que devinieron en la primera crisis interna del régimen desde la
finalización de la Guerra Civil. Se retomaron las huelgas obreras a partir de
1958, centradas mayoritariamente en Asturias y Cataluña y vinculadas casi en su
totalidad a temas salariales. Durante la década de los sesenta se reactivaron los
movimientos estudiantiles y obreros, aparecieron los primeros opositores al
régimen desde el sector católico, reaparecieron los nacionalismos catalán y
vasco. También en esta década comenzaron a reorganizarse los partidos y
sindicatos obreros, PSOE, UGT, CNT y, sobre todo, el PCE, mientras tanto, el
régimen continuaba aplicando la misma política
represora.
El 7 de junio de 1962 se reunieron en la ciudad alemana de Múnich 118
opositores al régimen que pidieron la democratización de España y su ingreso en
la CEE. El 7 de noviembre de 1962 es detenido Julián Grimau, un militante del Partido Comunista, que fue
torturado y juzgado sin ninguna garantía y fusilado el 20 de abril de 1963. El
“caso Grimau” despertó la curiosidad internacional de lo que ocurría en España
con el resultado de multitudinarias manifestaciones de rechazo en las grandes
capitales europeas y latinoamericanas. Incluso tras la sentencia a muerte
algunos dirigentes como Nikita Khruschev y el papa Juan XXIII,
entre muchos otros, enviaron peticiones de clemencia. El mismo Castiella, que
por esas fechas trabajaba en la integración europea, fue la única voz
discordante dentro del consejo de ministros.
Pocos meses después, el 31 de
julio del mismo año, se produjo la detención de Francisco Granados Data y
Joaquín Delgado Martínez, dos anarquistas acusados de colocar sendas bombas den la Sección de Pasaportes de la
Dirección General de Seguridad y en la Delegación Nacional de Sindicatos,
en Madrid. Se les aplicó consejo
de guerra sumarísimo y en 48 horas terminó el proceso, siendo la sentencia de
muerte por garrote vil. En este caso, al igual que pasó con Grimau, las
protestas internacionales se sucedieron, más aún tras conocerse que no se
hallaron pruebas concretas de la culpabilidad de ninguno de ellos. En el
contexto internacional empezaba a conocerse a Franco como “El verdugo”.
La carta de Sánchez Bella recoge las protestas que ocurrieron en Venecia
por las condenas de los dos presuntos terroristas. Además señala la mala
representación que, en su opinión, hacía García-Berlanga de la Mallorca de ese
tiempo. Aprovechaba, de paso, para incitar a la acción contra la gente del cine en general, y de paso
también contra los escritores, con tal de que no volvieran a ocurrir agravios
como el citado.
Cierto es que Sánchez Bella ocultaba una razón para expresar su descontento, parece ser que ansiaba la cartera de Información y
Turismo que ostentaba Manuel Fraga, pero también es verdad que la cinta de
García-Berlanga era mucho más que un simple alegato contra la pena de muerte. La película mostraba una
sociedad cerrada en sí misma, sin posibilidad de apertura. Una sociedad reprimida hasta tal punto que los personajes sufren un
proceso de miserabilización conforme avanza el metraje.
¿Qué cuenta El verdugo?
La cinta
cuenta la historia de un empleado de pompas fúnebres, José Luis (Nino Manfredi), que fantasea con irse a Alemania para ganarse la vida como mecánico. El
azar le hace conocer a Carmen (Emma Penella), hija de un viejo
verdugo, Amadeo (Pepe Isbert). A los
dos les une la dificultad de encontrar pareja debido a las profesiones
relacionadas con la muerte. Tras ser sorprendidos en actitud más que cariñosa,
José Luis, un pobre hombre flojo de carácter que sueña con emigrar, es forzado
por su sentido de la responsabilidad a contraer un matrimonio al que no estaba
demasiado predispuesto. Lo indicado es ya una suma de presiones sociales que
empujan a José Luis a entrar en una vida que detestaba.
El elemento definitivo será el piso, otra vez
recurre Rafael Azcona, guionista de la cinta que analizamos, a la creciente
problemática de la vivienda de la época. En la que ése era el verdadero
problema de las nuevas parejas, encontrar un hogar, y la indiferencia de la
Administración ante los problemas de la sociedad, esto ya lo hizo en El pisito (Marco Ferreri, 1959). Como el
adjudicatario resulta ser Amadeo, por su oficio de verdugo, y está a punto de jubilarse, la única opción que tiene
José Luis de conservar dicha vivienda es ser verdugo, convertirse en
funcionario del apretón horrible.
Dibuja así García-Berlanga el abominable clima de claudicaciones humanas
que ocurrían ante la triste necesidad de
vivir. Cualquier hombre, si quería vivir, debía claudicar ante el juego de
los convencionalismos, había de masificarse, perder su personalidad, aceptar la
sangre con indiferencia, como lo hacía Pepe Isbert en su interpretación.
Berlanga ilustraba así toda su carga idealista y pesimista de la sociedad franquista: no era posible ser
libre y digno en una sociedad que, de uno u otro modo, forzaba a un hombre a
ser verdugo. El tema principal de la película no es la pena de muerte, sino más bien el de la imposible libertad del
hombre, la libertad coaccionada, la
imposibilidad de elegir.
La cinta está repleta de retratos de una época. Así, la escena en la que
José Luis va a devolver el ominoso maletín a Amadeo y éste le invita a un
“cafelito”, que casi le sienta mal al ver como el anciano desempaca los hierros
utilizados para la ejecución, acompañada de un diálogo no menos atractivo en el
que Amadeo diserta sobre las diferentes formas de ajusticiamiento en el que
José Luis dice una frase que resume el carácter del personaje, y de tantísimos
individuos de la época: “Yo creo que la gente debería de morir en su cama ¿No?”
A la que Amadeo responde: “Naturalmente, pero si existe la pena de muerte
alguien tendrá que aplicarla.” Lapidaria.
La frase de un hombre que ha aceptado las reglas del juego y se ha sometido a
ellas, con el fin de poder vivir, simplemente, en una sociedad que le obliga a
ser sumiso. Toda una metáfora de la sociedad en la que vivía y de un fenómeno
que los historiadores han denominado franquismo sociológico, en la medida
que el término puede definir aquellas acciones y actitudes sociopolíticas,
regularidades del comportamiento personal y colectivo e inercias de pasividad o
indecisión fomentadas por cuarenta años de dictadura.
Otra escena impagable, a mi entender, es la que
representa la visita a una oficina de la administración pública para solicitar
la plaza de verdugo, vacante
ante la jubilación de Amadeo. Un decidido Amadeo, experto en el funcionamiento
burocrático, va entregando un certificado tras otro a un funcionario que
continúa pidiendo una larga lista de documentación sin parar de realizar, de
forma autómata, otras funciones de su cargo. Ante la incomodidad de José Luis,
que experimenta seriamente la sensación de estar siendo engullido por un sistema que va atrapándolo cada vez más, y lo que es
peor, se da cuenta de que no puede hacer nada al respecto, está atrapado.
Berlanga sitúa magistralmente la acción en el lugar más representativo del
régimen: su burocracia. La crítica a
ese sistema represor, por un lado el funcionario, el burócrata, la
representación del Estado, por otro José Luis, un pobre hombre, que presionado
por su familia, o la sociedad, qué más da, es incapaz de zafarse del cepo privador de libertades que era la dictadura franquista. En
la misma escena podemos observar el retrato que realizan Berlanga y Azcona de
la burocracia franquista, siempre irónico, que nos ofrece unos indicios
visuales incapaces de obtener por otros medios que no fueran el
cinematográfico.
Una de las dos escenas más célebres de la cinta es la situada en las cuevas
del Drach. Tras el viaje más que duro a Mallorca para asistir a su primer
ajusticiamiento, José Luis pasa unos días en la isla debido a una enfermedad
del condenado. Con la esperanza de que el indulto llegaría a tiempo, José Luis disfruta de la isla con Carmen. En las citadas cuevas
mallorquinas, la pareja goza de los sones de la barcarola de Los cuentos de Hoffman de Offenbach,
mientras aparece una barca con una pareja de la Guardia Civil, cual moderna y
dúplice encarnación de Caronte, que lo arranca de tan idílico paisaje para
llevarlo a la triste, y mortal, realidad.
Pero la escena cumbre de la película, y una de las mejores del cine
español, es la que curiosamente dio lugar al propio film, inspirado en el
ajusticiamiento de Pilar Prades
Santamaría, conocida como “la
envenenadora de Valencia”, en el cual el verdugo, tras enterarse que la
condenada era una mujer, se negó a proceder, de tal manera que la sentencia se
retrasó más de dos horas en espera de un indulto que no llegaría, y al final
tuvieron que emborrachar al verdugo y llevarlo a rastras al patíbulo.
Berlanga articuló este plano, tal cual el que acabamos de relatar, aquel sí
real, mediante un picado que dejaba ver una estancia blanca, infernalmente
blanca, en la que transcurría el desplazamiento de los dos, condenado y
verdugo, hacia el cadalso. Llevados a rastras ambos por un cortejo
fúnebre que sería testigo del destino de los dos: la muerte, elemento común
de los dos personajes, que significaba
el fin para ambos. Para el pobre José Luis era el fin de la esperanza, el fin
de una vida soñada: al fin, sucumbir. La fuerza dramática de la imagen es
sobrecogedora, la estancia totalmente blanca, la distancia entre los personajes, la tensión reflejada,
hacen que los pocos metros del patio parezcan una distancia interminable en ese
espacio. Espacio que sólo muestra una salida, una pequeña puerta por la que
irán desapareciendo los personajes de la escena, o quizás un pequeño desagüe que se traga todas las partes de la acción,
condenándolos a las cloacas de la historia.
Un humor muy español
Berlanga retrata en este filme a una sociedad, la franquista, a partir de
unos pocos personajes. Su reparto es significativamente más corto que en obras
anteriores como Plácido (1961) o Bienvenido Mr. Marshall (1952), pero aquí
se les dedica una profundidad enorme, así el personaje de Carmen (recordemos,
interpretado por la actriz Emma Penella) encarna el ideal franquista de la mujer española. Una mujer cuya meta era
casarse, ser esposa y madre, y contener las pasiones del marido. Así, Carmen es
la voz de la conciencia social de José Luis. Ante todos los intentos de escapar
del marido allí estaba Carmen recordándole la necesidad de vivienda para su
hijo, la ancianidad de su padre o las calamidades que les podrían pasar si
abandonaba el trabajo.
Los personajes están envueltos por un humor
ácido y corrosivo, que muchas veces se ha denominado “negro”, aunque a
Berlanga no le gustaba esa expresión: “humor negro”. Tomando sus propias
palabras:
“Lo que llamamos “humor
negro” para mí no es más que humor español, la picaresca española. Cuando
algún español escribe con ánimo de diseccionar al español, o lo que es lo
mismo, diseccionarse a sí mismo, tiene que recurrir a eso que se llama humor
negro. Pero en España no es nada más que esto: humor. De Quevedo a Buñuel,
pasando por Goya y Solana, el sainete y la comedia grotesca, España se mostrará
siempre igual. En mí, más que humor negro, lo que siempre ha estado latente ha
sido la picaresca española”.
(LUIS GARCÍA BERLANGA: “Plácido y yo”. Temas de cine. Nº 14-15. 1961, pág. 40.
En: PÉREZ PERUCHA, J. Berlanga I. En torno
a Luis García-Berlanga. Valencia. Archivo Municipal del Ayuntamiento de
Valencia. 1980, págs. 36-44.)
Berlanga no recurre al chiste fácil para arrancar una sonrisa. El humor
está ligado a los personajes y las situaciones en las que se ven envueltos. No
son los personajes meros instrumentos para arrancar unas risas. Su humor es
parte del antihéroe que son cuya única meta es sobrevivir, o es fruto del
paradójico contraste con la realidad. Nos parecen próximos, si apartamos el
drama de la muerte. José Luis y Carmen sufren un drama muy parecido al del
resto de la sociedad: el de ser atrapado por la vida.
El humor es una constante durante toda la cinta, pero un humor inducido por
el acercamiento a la realidad cotidiana
que les hace incorporar elementos de ésta. Consideran que la tragedia y la
comedia son una falsificación, un enmascaramiento, de la realidad que intentan
reproducir con un cierto grado de flexibilidad.
El verdugo es en buena medida una tragedia, la de un sujeto incapaz
de decir que no, que bordea lo irrisorio ya que se encuentra atrapado por las
circunstancias de la vida hasta verse abocado a un destino contrario a su
inestable voluntad. Pero ese destino no es un ente metafísico o desconocido, al
contrario, el destino es lo bien conocido, lo cotidiano, lo reconocible. De ahí
que surja la necesidad del humor. José Luis es un superviviente, perplejo y
atrapado. Incapaz de tomar una decisión tajante. Todo esto lo convierte en un
sujeto propicio para recrear el humor agridulce, corrosivo y lúcido. Sin
ocultar la tragedia del protagonista, Berlanga se aproxima a las pequeñas cosas
y circunstancias que rodean la tragedia para producir situaciones embarazosas, que
muchas veces derivan en grotescas.
El director español rodea a los protagonistas de otros personajes que
recuerdan al esperpento valleinclanesco, son personas capaces de sostener
determinados comportamientos en ausencia de personajes coherentes con su sola
presencia en pantalla. Son sujetos con poso, en los que la fatigosa
experiencia individual y los calamitosos vientos
de la historia han depositado sus detritus (hablo de los personajes, pero
también de la calidad de los actores, recordemos a José Luis López Vázquez, Agustín
González, Chus Lampreave, y un
largo etcétera). Conforman una tragicomedia,
ya que de los dos géneros está dotada la obra, que refleja el anacronismo de
una sociedad tras veinte años de dictadura. La miseria por la que estaban
obligados a pasar los ciudadanos y la crueldad e indiferencia con la que
respondían sus gobernantes.
Conclusiones
Luis García-Berlanga realizó un cine que ya había recibido la denominación de neorrealismo, inspirado en los clásicos italianos de este estilo: Stromboli (1950), Germania anno zero (1948) de Roberto Rosellini o La Strada (1954) de Federico Fellini. El cineasta valenciano quería retratar la sociedad de su época para realizar una dura y ácida crítica. Enclavado en el peor régimen que puede verse envuelto cualquier intelectual o creador, una dictadura que determinaba los espacios de los individuos, supo encontrar los resquicios para salvar la censura (recordemos que en la cinta de El verdugo sólo se suprimieron las alusiones a la migración hacia Alemania y los sonidos de los hierros del garrote al sacarlos Pepe Isbert del maletín) y realizar una corrosiva crítica a toda una sociedad. De ahí el enfado del dictador al calificar al cineasta valenciano como “mal español”.
García-Berlanga no era un mal español. Como he querido insinuar su estilo
converge con la tradición literaria más
española. Su cine es digno heredero de las comedias grotescas de Carlos Arniches, al cual Berlanga
citaba en sus entrevistas, o del esperpento de Valle-Inclán. Al contrario, los dirigentes del régimen, con
Francisco Franco a la cabeza, implantaron un modelo autoritario y represor para
conservar “la tradición española” que privaba de libertades y, lo que es más
importante, abocaba a subsistir a la mayoría de la población en la miseria de
vivir una vida que aborrecían, a dejarse atrapar por un sistema que anulaba la
capacidad individual de las personas para decidir.
Una de las críticas más feroces, la del embajador Sánchez Bella, se refería
a que había dibujado una sociedad que no se correspondía a la española. Era “el
mayor libelo que se había realizado contra toda una sociedad”. En esto no se
equivocaba el embajador, la cinta es una crítica bestial a esa sociedad que
había construido el franquismo, al Estado que representaba y a la inhumanidad
de éste. Lo que no pudieron, o no quisieron, ver los dirigentes fue la realidad
a su alrededor, que la cinta era reflejo de una sociedad anacrónica, atrasada, reprimida y arrinconada. Una
sociedad que habían construido a base de sangre y terror y que sólo les
satisfacía a ellos, a los dirigentes.
Pese al malestar que suscitó El verdugo en el corazón del régimen, la
película se estrenó el 17 de febrero de 1964 en un puñado de cines madrileños,
con los pequeños cortes anteriormente mencionados. Recibió varios premios como
el FIPRESCI (Asociación de Críticos y Periodistas de Cine) en el Festival de
Venecia del año 1963, y fue nominada al León de Oro a la mejor película en el
mismo festival; el premio de la crítica soviética en el Festival de Moscú de
1963; el premio a la mejor actriz (Emma Penella) en el Premio Nacional del
Sindicato del Espectáculo en el mismo año; el de mejor película en el Festival
de Sant Jordi; el de mejor argumento y guion original del Círculo de Escritores
Cinematográficos y el Premio del Humor Negro de la Academia de Humor Francesa,
estos tres últimos en 1964. Hoy en día es considerada una de las mejores obras
del cine español.
[Este artículo de José Tomás Arnau fue publicado por vez primera en la revista digital Anatomía de la Historia, que yo dirigí]
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