Galder Reguera nos (d)escribe a los que somos hijos del fútbol


El escritor Galder Reguera (para quien sólo es “lo que es narrado”, pues “ser es ser narrado”, y cuyo “único y verdadero sueño de vida” de su infancia era ser futbolista) publicó en 2017 un libro fascinante y sencillo (cuando lo sencillo es la obra culmen de la creación) titulado Hijos del fútbol: un ensayo autobiográfico con una capacidad narrativa asombrosa y feliz; sí, feliz. El libro fue reeditado cinco años más tarde incluyendo un epílogo dedicado a sus hijos (protagonistas ellos también del volumen).

Reguera es un hincha del Athletic de Bilbao (que también trabaja en la fundación Athletic Club) y de eso hay mucho en este libro maravilloso.

 

“Este libro está dedicado al Athletic Club, cuyos colores heredé de quien más quería y al que debo mis sueños, los que no se cumplieron y los que sí”.

 

Hijos de fútbol arranca con los versos finales del poema de Dylan Thomas titulado ‘Si los faroles brillaran’:

 

“He oído el contar de muchos años

y muchos años tendrían que atestiguar un cambio.

La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque

aún no ha tocado el suelo”.

 

En el prólogo, escrito por Ignacio Martínez de Pisón, excelente (y en el cual no puede evitar “soltar un lugar común”, ese de que “el fútbol es una metáfora de la vida”), leemos que “si aún hoy prefiero escuchar los partidos por la radio a verlos por la televisión, es porque prefiero la ficción a la realidad y la palabra a la imagen”. El autor de Derecho natural nos dice que Hijos del fútbol es “un libro sobre lo atávico del fútbol, sobre la pervivencia de actitudes y rasgos que heredamos de nuestros antepasados y transmitimos a nuestros descendientes”. Y lo es. Como es, sobre todo, “un libro feliz que transmite felicidad”.

Vale decir que Reguera (que escribe, según dice él mismo, gracias a otro escritor habitual sobre fútbol, Juan Villoro) es de los que considera que lo más profundo de cada uno está “en esos sedimentos de la infancia a partir de los cuales se ha construido tu personalidad y que siempre estarán en el centro de ti, ardiendo como arde el núcleo de la Tierra en un fuego eterno”.

Para él el fútbol (“no subestimemos el poder de lo inane”) es “una de esas banalidades que tienen la capacidad de mover al mundo, tanto adelante como hacia atrás”. Opino igual: “no son veintidós tipos en calzoncillos persiguiendo una pelota, como dicen los que lo desprecian”. El fútbol, cuando es “mero juego” (el fútbol es en realidad eso, un juego, y la pasión de Reguera se ciñe más a eso) y “no se deja contaminar de realidad” contiene todo su ideal deseable:

 

“Siempre me ha preocupado el estatuto ontológico del fútbol, su grado de realidad. ¿Hasta qué punto es real? Las emociones que provoca en nosotros, los hinchas, están fuera de toda duda. Pero ¿tienen su origen en una ficción? ¿Estar feliz, desbordantemente feliz, absolutamente feliz, por el fútbol es igual que tener esos sentimientos porque terminan casándose los protagonistas de una comedia romántica?”

 

Resulta comprensible que haya quien considere al fútbol “como un opiáceo social” e incluso como “un proveedor de emociones de plástico”. La teoría de que lo que ocurre cuando un hincha accede al estadio lo que lleva a cabo es “un ejercicio de suspensión de la realidad” tiene, para el autor (y para mí), algo de verdad, “sin embargo, no explica lo fundamental”: a diferencia de la suspensión de la realidad que sí ejercemos con el cine o la literatura hasta incluso construirnos como lo que somos, “los sentimientos que generan en nosotros no llegan tan lejos como ocurre con el fútbol”. Ni el cine ni la literatura procuran abatimiento o euforia. El fútbol sí lo hace.

Pero llegamos a lo que antes se decía (¿ya no?) el quid de la cuestión:

 

“¿Quiero realmente legar a mis hijos esta pasión, esta locura, este sinsentido que me ha acompañado desde que tengo uso de razón, que ha determinado tanto mi manera de ser, de ver el mundo, de comportarme, de sentir?”

 

Hay mucho sobre la relación entre la literatura y el fútbol en el libro de Reguera. Como cuando me entero de que hay un cuento (“maravilloso”) del escritor mexicano Juan Carlos Quezadas, titulado ‘Desde los ojos de Lucas’, “en el que toda la tripulación de un pesquero se reúne, cada noche, a escuchar la narración que hace un ciego de partidos que sólo se disputan en su mente”. O de que Borges y Bioy Casares (Borges, ¿quién lo iba a decir?, el paradigma del intelectual antifutbolero) escribieron un cuento (famoso, dice el autor) “en el que un hincha descubre que los partidos de fútbol que con tanta pasión sigue por la radio y televisión son inventados, que responden a guiones y son representados por actores”.

 

“A veces sospecho que hoy día es incluso una parte necesaria de cualquier biografía intelectual que se precie haber escrito unas líneas sobre fútbol. En cualquier caso, es más un proceso de secularización de la literatura que de intelectualización del fútbol. Los literatos se acercan hoy sin prejuicios al fútbol”.

 


Reguera mantiene que “los buenos libros de fútbol tienen por tema la cuestión más importante de toda creación: el hombre, el ser humano”. Como el suyo, cierro yo. Dado que, en tanto que humanos, nada humano nos es ajeno, hay que aprovechar que el fútbol “es un escenario privilegiado en el que preguntarnos quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, para narrar nuestra historia particular, ésa que es nuestra y universal al mismo tiempo”.

 

“En el rectángulo de juego (y en la grada) caben todas las historias: de éxito y fracaso; de amor, odio e indiferencia; sobre el destino y la posibilidad o no de regatearlo; sobre la vida y sobre la muerte. El balón contiene potencialmente todas las historias. Sólo hay que ponerlo en movimiento. Jugar y esperar a que acontezcan”.

 

La razón de ser del fútbol es, en definitiva, ser un juego. Un juego cuyo objetivo, como el de todo juego, no es ganar (o solamente cuando ya se está jugando): “porque en realidad la razón de ser de todo juego es, como el de un organismo vivo, pervivir, seguir existiendo, que se siga jugando. La razón de ser de la pelota es rodar, no ser golpeada, ni siquiera a la red”. Amén.

Por cierto, el libro va (y va mucho) también sobre el asunto de la paternidad (y la maternidad, añado yo para que no haya dudas entre quienes ya todo lo leen en clave inclusiva), algo que el autor del libro resume así: “haces lo que crees que harían tus padres, lo que has visto a otros hacer, lo que puedes. Pero no tienes ni idea, en realidad”.

De su hijo Oihan nos dice que “disfruta con el fútbol como un niño, como sólo un niño sabe hacerlo”: seamos niños, a pesar de todo, niños, siempre.

Sobre lo más educativo del fútbol en tanto que competición se resalta si pierdes: “saber perder es la mejor lección que podemos extraer del deporte”.

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