Entre las sábanas: Ian McEwan en su laboratorio

Entre las sábanas es un verso de la canción Live with me, de los Rolling Stones, incluida en su elepé de 1969 (Let it bleed):

          ¿No crees que hay sitio para ti

          entre las sábanas?


 

Entre las sábanas, publicado en 1975, es el segundo libro, también el segundo suyo de relatos, del extraordinario escritor británico Ian McEwan. Y no, no es casualidad, en el relato que da título al libro unas adolescentes escuchan la canción Live with me, que suena justo cuando Jagger dice aquello de ¿No crees que...?

In between the sheets (ese es su título original, la brillante traducción a mi idioma, a cargo de Federico Corriente Basús, no se publicó hasta 2000), como su libro anterior, también de cuentos (Primer amor, últimos ritos), le sirvió a McEwan (él mismo lo dijo) como un “laboratorio” que le permitió descubrirse como escritor. Y así hay que entender el libro del que quiero hablar, especialmente si ya has leído toda su maravillosa obra posterior, repleta de aciertos y obras maestras de la literatura de nuestro tiempo.

Aparecidos antes en distintas publicaciones periódicas, inquietantes, repletos de perversión y deliberadamente complejos, los siete relatos (que en realidad son ocho, pues uno de ellos lo componen dos cuentos presentados antes en revistas literarias distintas) de Entre las sábanas (cuando se publicaron hubo quien llegó a considerar a McEwan como un Roald Dahl de las últimas décadas del siglo XX) constituyen un ejercicio que puede ser leído entre la fascinación y la confusión, pero que merecen ser leídos desde la perplejidad hasta el embrujo. Como dice el editor en el preámbulo de la edición que he leído, todos ellos “hablan del amor, de su exceso o de su ausencia”, pero también del deseo… “y de sus frustraciones”. En el penúltimo de los relatos, ‘Vaivén’, escuchamos al protagonista narrador decirnos:

 

          “A veces la miro y me pregunto quién morirá primero”.

 


Veamos como arranca el segundo de los cuentos, el titulado ‘Reflexiones de un simio cautivo’:

 

“Los aficionados a los espárragos saben qué olor transmiten a la orina. Se ha dicho de él que recuerda a los reptiles, que es un repugnante hedor inorgánico, y también que es un olor picante y femenino…, excitante. Desde luego, sugiere una relación sexual entre criaturas exóticas, quizá procedentes de lejanas tierras, de otro planeta. Ese inmundo olor es un tema propio de poetas, y los reto a que se muestren a la altura de sus responsabilidades”.

 

“Esa pasividad hastiada y abatida que los necios confunden con la feminidad”. / “Siento predilección por los placeres no mitigados por los cacareos y gimoteos del alma”. / “Nada perdura. Todo el mundo lo sabe, pero nadie cree que no haya excepciones”. / “Llevaría a la bancarrota el lenguaje si intentase transmitir la textura de mi existencia durante las semanas siguientes”. (Estos son cinco momentos literarios de altura que preludian el McEwan que todos conocemos, el de las décadas posteriores, el monumental literato que es, todos ellos pertenecientes al excelente relato ‘Más muertos, imposible’).

Sabemos que “todo el mundo el mundo sufre de alguna forma”. También que “siempre habrá problemas entre hombres y mujeres”. Pero cuando uno ve explicitado en una ficción como la de ‘Psicópolis’ ambos axiomas se da cuenta de que para ver más de cerca la realidad a menudo necesitamos leerla en las páginas de los grandes escritores. Como estas de este McEwan todavía balbuceante.

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