Perfect days: Wenders, Yakusho y Lustig contra el imperio de lo artificioso


El alemán Wim Wenders lleva creando cine desde 1968. Han pasado… Sí, muchos años, pero en 2023 volvió a mostrar sus dotes de cineasta a la altura de los más grandes (a decir de los críticos reputados, yo, lo confieso, entre una cosa y otra apenas he visto alguna película suya, si es que he visto alguna: me he delatado, no soy de fiar, soy un intruso que escribe muy a menudo de algo sobre lo que no es un experto; un intruso al que este Perfect days le ha deslumbrado desde su apariencia de simpleza delicadamente lenta y nadeante).

En esta ocasión, Wenders rueda una película japonesa (japoneso-alemana, por mejor decir) cuyo guion escribe junto a alguien que nació un año después de que él comenzara a dirigir películas: el japonés Takuma Takasaki. El resultado de esa escritura sencilla y algo naif es un film deslumbrante maravillosamente interpretado por su peculiar protagonista, Kôji Yakusho, y excelsamente fotografiado por otro alemán, Franz Lustig, con quien Wenders ya había trabajado anteriormente.


Mi amiga Elena Gabriel escribió hace años sobre la canción de Lou Reed que inspira el film (y su título), Perfect day (sin la s final), una maravilla que incluimos en su libro sobre las canciones que la enamoraron editado por mí para Punto de Vista editores (Hazme sonreír: música para vivir) y que yo traigo aquí resumidamente:


“Volver de su casa en el último autobús, con Transformer bajo el brazo (lo teníamos a medias) y consciente de que todo había sido maravilloso… la tarde sobre la moqueta, frente a la chimenea, o en su habitación escuchando una y otra vez ese mágico plástico… y al llegar el verano, la piscina sin vecinos, las noches locas, subir a su casa, Make Up, Walk On the Wild Side

…Claro, así cualquiera es feliz. Joven enamorada y pensando que Perfect day había sido escrita PARA MÍ…

Pero ¿quién no ha vivido no uno sino varios Perfect days?

[…]

Perfect day: dulce, suave, nostálgica…. La armonía y la letra parecían ensamblarse tan bien… todo era como la canción: perfecto.

[…]

Una canción de amor, de amistad, de esas cosas que nos pasan de niños, de adolescentes y de mayores. Con Mick Ronson haciendo los arreglos de cuerdas. Y Lou Reed, encantado con ese sonido, bajaba la voz al cantar para que resaltaran los arreglos.

Emocionante, suave, melódica, profunda…

Con una historia tan sencilla como un fin de semana urbano, una loa a la amistad o al amor. Eso que sentimos por algunos amigos y que nos hace sentir tan felices.

Que si es amor, que si es droga…

Lou Reed escribió Perfect day contando un día que pasó con su novia, Bettye Kronstad, en Central Park.

Aunque la leyenda dice que era una oda a la heroína.

Sí, en aquel entonces Lou Reed estaba enganchado a la heroína, como tantos otros. Nunca me creí que ese texto tan hermoso pudiera hablar sólo de droga −por muy maravillosa que fuera− sino de amor, incluso un amor platónico. Los drogadictos también se enamoran, con o sin sexo, de sus parejas o de sus amigos.

Y también escriben canciones perfectas”.


Elena tradujo así esa maravilla que por supuesto suena en el fim de Wenders (como alguna de Van Morrison, Patti Smith…): 

 

“Un día perfecto, / bebimos sangría en el parque, / y luego cuando se hizo noche, a casa. / Tan sólo un día perfecto, / dimos de comer a los animales del zoo, / luego una película y luego a casa. / Oh, qué día perfecto, / estoy tan contento de haberlo pasado contigo... / un día tan perfecto, me tienes colgado, me tienes colgado... / Un día perfecto, / los problemas se quedan solos, / pasando el fin semana a nuestro aire, / es tan divertido... / Un día perfecto, / me has hecho olvidarme de mí mismo, / creí que era otro, alguien bueno... / Oh, qué día perfecto, / estoy tan contento de haberlo pasado contigo... / Un día tan perfecto, me tienes colgado, me tienes colgado... / Recogerás lo que has sembrado. / Recogerás lo que has sembrado. / Recogerás lo que has sembrado. / Recogerás lo que has sembrado”.


El filme de Wim Wenders nos cuenta en dos medidísimas horas que se pasan en un suave, tierno y urbano suspiro, la rutinaria vivencia complacida de un limpiador de retretes públicos en la ciudad de Tokio, al que le vemos disfrutar de su (antigua) música (pop, rock) escuchada en cintas de casete, libros (de papel, sí) y fotos hechas por él diariamente (con una cámara analógica, de las de antes) a los árboles de los parques donde come frugalmente en su descanso laboral cotidiano. Y del que poco más sabemos a lo largo de la película. ¿Eso es todo? Las películas que consiguen emocionarnos son mucho más que lo que cuentan y puede ser contado en un plisplás. Como suelo hacer con las que me conmueven, me gusta recomendar verlas sin crear otra expectativa que mis sensaciones…

Y las de quienes saben: por ejemplo, la web FilmAffinity, que la sitúa en la quinta posición de las Mejores películas de 2023; o Elsa Fernández-Santos (crítica cinematográfica de El País), para quien Perfect days “acaba siendo una bonita oda a los placeres de la vida del mundo analógico y presencial”; o Luis Martínez (El Mundo), que la considera un “delicado ejercicio de cine transparente, intenso y vocacionalmente a contracorriente”.

En efecto, en Perfect days, como le leo a Quim Casas en El Periódico, “parece que no pase nada, pero ocurren muchas cosas íntimas, breves, sentidas”.

Sí: “es modesta, minimalista y silenciosa”, es “cine sensible, tónico y balsámico, esencialmente humano”, tienes razón, Jordi Batlle Caminal.

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