Rafael Narbona es un maestro de la felicidad
A comienzos del año 2024, el periodista cultural español Rafael Narbona publicó su séptimo libro, una obra de 540 páginas titulada Maestros de la felicidad: de Sócrates a Viktor Frankl, un viaje único por la historia de la filosofía. Un libro didáctico, riguroso y de una encomiable amenidad. Un libro útil fenomenalmente escrito, porque Narbona es un escritor. Un excelente escritor. Palabras mayores. Un intelectual respetuoso con la forma y profundamente analítico, responsable del fondo maravilloso de sus escritos.
“Estas
páginas pretenden acercar la filosofía a los que buscan argumentos para
celebrar la vida y afrontar con inteligencia las experiencias más dolorosas e
ingratas. Entre los filósofos, hay auténticos maestros de la felicidad,
pensadores que nos invitan a contemplar el mundo con optimismo y a juzgar al
ser humano con indulgencia. Mi propósito es que sus ideas lleguen a todos
los que se han cansado de escuchar que la vida es una porquería y nuestra
especie un error de la evolución”.
Cuenta Narbona que, tras haber sido desahuciado por la medicina, que le “auguraba una estancia a perpetuidad en el pozo de la depresión”, logró desprenderse definitivamente de la tristeza “reeducando” sus emociones y que contó para ello con “la ayuda de grandes educadores”: Boecio, Marco Aurelio, Séneca, Francisco de Asís, Spinoza, Henry Bergson, Bertrand Russell...
“Me gustaría
que este ensayo ayudara a transmitir esperanza, sobre todo a los que se han
acostumbrado a vivir en la desesperación y han olvidado que el mundo es un
surtidor de prodigios. Esta obra es mi última clase, una lección que desearía
ser luminosa alegre y nada tediosa”.
El propósito
de Maestros de la felicidad
El autor
considera que el propósito del libro es “exaltar la vida, mostrar que el ser
humano puede elegir, que no es una marioneta en manos de la fatalidad, que es
posible salir de esas regiones sombrías donde a veces deambulamos sin esperanza,
que el dolor psíquico puede superarse que, el optimismo no es una
ingenuidad, sino un ejercicio de lucidez, que la filosofía, lejos de ser una
disciplina inútil, nos ayuda a vivir mejor”.
Narbona (que
jalona todo el libro con su propia experiencia no solamente docente sino
especialmente vital) admite, de entrada, que su elogio del optimismo es
especialmente necesario en un tiempo como el nuestro, “líquido y cínico”, en el
que ya no se cree en “la vieja tríada compuesta por el bien, la belleza y la
verdad”. Que a él, “renegar de la vida, afirmar que es absurda e
intrascendente, asegurar que solo hay ruido y furia”, le parece “el mayor
fracaso de la inteligencia humana”.
Cuando yo le
leía, a medida que disfrutaba las páginas de Maestros de la felicidad,
me sentía plenamente satisfecho, al ver que algo que llevaba años rondándome la
cabeza respecto de estos tiempos supuestamente apocalípticos quedaba plasmado
magníficamente en una obra de altura conceptual y alcance sencillo pero no
simple.
La filosofía
es la disciplina que “ha convertido el sentido de la vida en el centro de sus
reflexiones”. Rafael Narbona fue profesor de Filosofía en Secundaria durante
casi dos décadas y encontró en ella “argumentos para exaltar la vida, también
para detestarla”.
“En esta
obra, que reconstruirá la historia de la filosofía desde una perspectiva muy
personal hablaré tan solo de las ideas que nos ayudan a vivir mejor, a no
sufrir sin necesidad o a superar el dolor cuando es inevitable. La filosofía
no es un manual de instrucciones pero sí puede utilizarse como guía espiritual
y camino de sanación. A mí me ha ayudado a vencer mis demonios interiores y
me ha reconciliado con la existencia. […] La historia de la filosofía es una
apasionante novela sobre la conquista de la felicidad”.
Al fin y al
cabo, “el ser humano necesita entender, clarificar, despejar incógnitas, y el
pensamiento es algo más que una especulación abstracta. es nuestra forma de
convertir el mundo en nuestro hogar”.
Distingamos,
como hace el autor, qué es filosofía, y también algo muy relacionado con el
objeto de Maestros de la felicidad, qué es ética.
“La
filosofía es conversación y, por eso, es una excelente herramienta contra
la incomprensión y la barbarie. No podemos desperdiciar su potencial
esclarecedor, su capacidad de humanizar los problemas y abordarlos desde la
raíz, eludiendo los tópicos y simplificaciones […]
La ética es el momento en que me hago
responsable del otro y acepto su derecho a la diferencia, a la alteridad”.
Este es un
libro sobre filosofía, pero, redondea el autor, “es sobre todo un libro
sobre la esperanza”. Hoy no podemos vivir creyendo que el mundo es
solamente azar, que es algo que actualmente piensan muchísimas personas. Sí, es
habitual encontrase con quienes consideran que “vivimos en un universo absurdo,
sin ninguna finalidad o propósito”, aunque Narbona considera, con buen
criterio, que “el hecho de que podamos expresar su funcionamiento con el
lenguaje matemático y predecir con exactitud ciertos fenómenos menoscaba la
angustiosa idea de que el ser humano fue arrojado a un caos inexplicable”.
“Renegar
de la vida, afirmar que es absurda e intrascendente, asegurar que sólo es ruido
y furia me parece el mayor fracaso de la inteligencia humana”.
La felicidad
Comencemos
por aclarar que la felicidad no es algo en modo alguno material, sino espiritual.
Cuando ya sabía Sócrates y nos recuerda Rafael Narbona, “la felicidad no
reside en el placer siempre efímero, sino en una conciencia satisfecha:
sólo el que ama mucho la vida está dispuesto a morir por conservar la
alegría de hacer lo correcto”.
Juega fuerte
nuestro autor cuando explica que, mientras “la infelicidad es una desviación,
un ultraje” que “atenta contra nuestro espíritu” y “retrocede ante los placeres
sencillos”, la felicidad no es ni mucho menos una quimera, sino “el estado natural
del ser humano”. Y no es, en modo alguno, un asunto meramente privado. Cómo el
buscador infatigable que es, el ser humano no se haría preguntas si no fuera
porque anhela la felicidad.
Para Víctor
Frankl, “la felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues más
huye, pero si vuelves la atención hacia otras cosas ella viene y, suavemente,
se posa en tu hombro. La felicidad no es una posada en el camino sino una forma
de caminar por la vida”.
Narbona
considera que la felicidad (que no es un asunto meramente privado) “no
es una quimera, sino el estado natural del ser humano”, en tanto que “la
infelicidad es una devastación, un ultraje” que “atenta contra nuestro espíritu”.
Que no es un
asunto privado lo demuestra que, en tanto que tenemos la obligación de ser
felices, la tenemos no solamente por nosotros mismos sino también por los demás:
“la felicidad no es un precepto, si no una decisión práctica” El autor
del libro nos dice que “no deberíamos desperdiciar nuestra vida” porque “es un
bien un bien frágil y efímero que debemos administrar con inteligencia y
gratitud”. Al fin y al cabo, “sufrir hastío y satisfacción tristeza constituye
una forma de maltratarnos”.
“La
alegría es superior a la tristeza: esta afirmación no es una hipótesis sino
una certeza, una idea clara y distinta. Sostener lo contrario resulta tan
absurdo como asegurar que la enfermedad es preferible a la salud. La
insatisfacción es un sentimiento y una emoción. Por eso los argumentos
racionales no suelen afectarle, pero son el único antídoto para disolver su
resistencia a reconocer que la vida no es un fastidio sino un campo fértil
donde no me merece la pena echar raíces”.
[…]
Contra el
pesimismo
Cuenta
Narbona que durante la depresión que sufrió algún tiempo atrás, sus terapeutas
fueron Platón, san Agustín, Pascal, Spinoza, Bergson… También que…
“La razón me
reveló que la tristeza es un desperdicio, que la inteligencia siempre tiende
a la alegría, que el pesimismo sólo es una perspectiva parcial e
insuficiente, que es posible distanciarse de las propias emociones y revertir
su curso, que el amor cura”.
Como el
firme defensor del optimismo que fue, Epicuro, quien “concibió su
pensamiento como una fórmula para ahuyentar la tristeza”, para el cual, “la
felicidad no es placer exacerbado sino ausencia de dolor y de inquietud”, según
nos dice Narbona: el “el ser humano sólo tiene necesidad de sí mismo” en el
pensamiento de Epicuro y puede ser totalmente autárquico, ya que “no precisa de
ciudades, instituciones ni riquezas”, ni siquiera necesita a los dioses.
En la
historia del optimismo, el cristianismo es un hito, “pues situó en el centro de
su mensaje la fraternidad la justicia y la esperanza”. Se pregunta el autor de Maestros
de la felicidad “por qué las iglesias se desviaron de esa perspectiva y
llegaron a bendecir guerras y cruzadas” y él mismo nos adelanta que “la
historia nos da la respuesta”. Desde el punto de vista de Tomás de Aquino,
“el alma sólo alcanza la perfección natural al unirse con el cuerpo, que le
permite desarrollar todas sus posibilidades”, de tal manera que “el despliegue
de ese potencial debe estar orientado a la felicidad, que es el sentido de la
vida, y no a la penitencia”. Tomás de Aquino “afirma que la felicidad sólo se
logra plenamente con la vida contemplativa” dado que “para un animal existir
consiste en sentir y para un ser humano en entender”.
“El
optimismo, cuando nace de la reflexión y la serenidad, cuando es fruto de un
meditado sí a la vida y no de una fútil inconsciencia nos permite elegir
libremente la forma de afrontar los golpes del destino. Para ser el dueño de uno
mismo, para no ser un pelele sacudido por las tempestades del azar, hay que emanciparse
del miedo y del deseo, dos cadenas que nos confinan en un pequeño círculo
de insatisfacciones e inseguridades”.
Llegados a
la era del Renacimiento, la idea de que “todos albergamos semillas, gérmenes,
posibilidades, es quizá la nota más característica del optimismo” de aquellos
tiempos: “no estamos predestinados a ser algo, no nos inclinamos naturalmente
hacia el mal, el pecado original no ha corrompido al ser humano hasta la raíz,
nada nos limita, salvo el trabajo y el talento”.
Con Narbona
parece claro que “el optimismo sostiene que la vida merece la pena”, que “ser
feliz es posible”, que “el ser humano puede reinventarse cuando fracasa o
experimenta una pérdida”. Pero tenemos que tener en cuenta que, “si las
circunstancias son sumamente adversas, las posibilidades de dicha se reducen
drásticamente”. En efecto, “quizás el mayor reto del optimismo sea persistir en
la esperanza en mitad de la adversidad”, ya que únicamente “adquiere rango
filosófico cuando se gesta en situaciones particularmente problemáticas”. De
tal manera que “los pocos afortunados que transitan por el mundo siempre sin
experimentar reveses importantes pueden alumbrar un optimismo primario,
semejante al del niño que sonríe en su zona de confort, pero su alegría carece
de profundidad”. De hecho, “puede desvanecerse al primer golpe”. Para Narbona, “únicamente
el que conoce penalidades graves y no renuncia a exaltar la vida merece el
calificativo de optimista”.
Quienes
somos optimistas preferiríamos levantarnos y desafiar a la fatalidad sin
permitirnos que se nos arrebate el placer de vivir: no sé yo. En lo que sí
estoy de acuerdo es en que “no se puede exigir a nadie ese heroísmo y, menos
aún, culpabilizar al que se derrumba ante una tragedia, pero dado que el ser
humano necesita ideales conviene subrayar que el optimismo es un digno
estandarte”.
Los buenos
optimistas, los verdaderos optimistas holgazanearíamos sin mala
conciencia, no necesitaríamos justificarnos: “las horas no son etapas, sino
paisajes que conviene recorrer con calma, el tiempo no es una inversión, no hay
que rentabilizarlo, sino disfrutarlo”. Los optimistas nos dejamos llevar, pues “sabemos
que la vida se justifica en sí misma, no hace falta sacar provecho de cada
minuto”.
Sobre optimismo
y rencor, leo en el libro que son incompatibles, que “no es posible vivir
felizmente si abrigamos odios y deseos de venganza”, también que “si el olvido
borra los agravios, bienvenido sea y si no es así conviene hacer un esfuerzo y
diluirlos limpiando la mente de un huésped tan indeseable”.
La mayor
diferencia entre el optimismo y el pesimismo se encontraría en su visión del
futuro según Rafael Narbona: si “el optimismo juega con el tiempo a su favor y
estima que cada minuto contiene la oportunidad de mejorar”, el pesimismo
percibe el tiempo como una catástrofe: “todo empeora sin remedio, la historia
no es un ascenso a cimas sucesivas sino una caída interminable, sólo hay
decadencia, podredumbre, ruina, el progreso es una ilusión”. El optimismo, sin
embargo, a diferencia de su némesis, prefiere situar los paraísos y las
ciudades doradas en el futuro. Porque los optimistas esperan algo que habrá de
ocurrir, en tanto que “los pesimistas no esperan nada, salvo la repetición de
todo lo que les produce insatisfacción”. La idea de que cualquier tiempo pasado
fue mejor es “uno de los grandes tópicos del pesimismo”.
“El optimismo
es el fruto que yo he obtenido y quisiera compartirlo con todos. He necesitado
mucho tiempo para que echara raíces y soportar a esos días ásperos y fríos que
matan la esperanza, pero ahora ese fruto es un majestuoso árbol que prodiga una
sombra fresca y casi indestructible. Nada es comparable al asombro de vivir”.
[…]
El amor (y
el optimismo)
Se sincera
el autor diciéndonos que “si alguien me pidiera una sola prueba de justificar a
mi optimismo respondería que el ser humano pese a sus miserias posee la
capacidad de amar y eso demuestra que nuestra especie no es una anomalía
dañina, como sostienen algunos, sino un prodigio”.
Muchas son
las páginas que dedica Narbona al asunto del amor. Para él, “el amor no es sólo
una expresión de afecto, sino un poderoso impulso que une vidas, teje
proyectos, sana heridas y multiplica los vínculos”. Considera que el amor
verdadero podría ser “un fecundo punto de partida hacia una sociedad mejor”
algo que él mismo admite que suena ingenuo.
“Tal vez sea
necesario rescatar algo de inocencia y pensar que la fraternidad no es una
quimera irrealizable sino lo único que puede alejarnos definitivamente de la
violencia y la iniquidad”.
Para el
autor de Maestros de la felicidad, “el amor es el combustible que
permite continuar cuando la mente piensa que ha agotado sus recursos”. Cada
vez que olvidamos amar destruimos el paraíso que está en la Tierra, mejor
dicho, “alteramos su equilibrio y destruimos su inequívoca belleza”.
“Dicen que
el paraíso era un hermoso huerto con árboles frutales y bañado por ríos de
aguas cristalinas, pero yo creo que el paraíso no es un lugar, sino un
estado de ánimo. Eso sí, aunque no tiene árboles ni plantas necesita que lo
cuidemos con ternura y paciencia. Este libro es mi forma de regar ese huerto
que desatendí durante tanto tiempo”.
A diferencia
del amor, que “es un impulso natural”, el odio “se aprende” y, además, “puedes ser desactivado por medio de la
razón”.
Para amar no
es necesario el talento, basta con la delicadeza. Es muy comprensible que tal
cosa la afirme Rafael Narbona, él que no cree en el talento, sino en el
trabajo.
“El progreso
moral es una buena noticia, pero no debe utilizarse como argumento para
descalificar a nuestros antepasados”.
[…]
Este texto pertenece al artículo ‘Rafael Narbona, la
filosofía y la felicidad’, publicado el 21
de marzo de 2024 en Letras 21, que puedes leer AQUÍ completo EN ESTE ENLACE.
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