Luis Mateo Díez, premio Cervantes
“Vivo contando y cuento viviendo”.
“Escribir es descubrir” en libertad. La “identidad de escritor” de Luis Mateo Díez se fraguó en “aquel curioso aprendizaje de lo imaginario en la oralidad”: él escribe desde la fascinación infantil por lo legendario escuchado a sus mayores; primeramente haciéndose dueño de su propia imaginación; se trató pronto de contar y vivir a través de un mismo conducto: el primer hálito fue “el nivel literario del recuerdo”, aquel que se propone como “trasunto legendario de nuestra memoria”, jugando deliberadamente “entre lo verdadero y lo verosímil, perdiendo fidelidad en aras de la imaginación”.
“El
arte, la ficción en este caso, es una opción no ya para sobrevivir al olvido,
sino para atizar más vida a la vida, para apostar por ella. Sin soslayar
aquello que dijo Kafka de que lo escrito no es más que la escoria de la
experiencia”.
Cuenta Luis Mateo Díez que las fuentes que le amparan “manaron
de la tradición oral” de sus mayores “y las intermitentes lagunas son los
espacios limo y musgo en el correr de las memorias y de las palabras, a veces
ahogadas por un olvido inconsciente y otras por la intemperie de los recuerdos
que se hielan”.
Creo que el siguiente, en definitiva, es un buen
ejemplo de la escritura del autor de La ruina del cielo:
“Una luz aplacada en el
sopor del crepúsculo inundaba los espacios de la huerta que las malezas
invadían desfigurando los antiguos sembrados y los campares. Las ortigas
dominaban el interior de la tapia y los frutales mostraban las costras de su
enfermizo abandono. Hacia el centro había un pozo artesiano con la pared
circular y un leve espacio de grijo. Al detener en él la mirada, mi corazón
apresuró las palpitaciones”.
Todo
cuanto he reproducido sale de un libro de Luis Mateo Díez aparecido en 2000,
titulado El pasado legendario que incluía cinco de sus anteriores
libros de narraciones relativamente breves: Apócrifo del clavel y la espina (“lo
legendario como forma de recuerdo, […] esos dos ámbitos de la leyenda que van
de la tradición a la experiencia popular”), de 1977; Relato de Babia, de
1981; Brasas de agosto, de 1989; Los males menores, de 1993; y
Días del desván, de 1997, además de El árbol de los cuentos, que
incluía cinco relatos inéditos expresamente escritos para esta edición, los
cuales “conservan la aureola de lo que se contaba antes de ser escrito”).
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