Las comedias del teatro clásico español del siglo XIX; por José Luis González Subías


Publicado por Punto de Vista Editores, Teatro clásico español del siglo XIX (comedias) es el primero de una serie de cuatro libros dedicados a poner al alcance de los lectores interesados en el tema una mínima muestra de lo que fue la dramaturgia española decimonónica, y la enorme riqueza y potencial de un teatro, para nuestro sonrojo, olvidado y desterrado de la escena contemporánea. Como afirmo en el prefacio de la obra, «es necesario rescatar y hacer vivo este teatro, convirtiéndolo en lo que debería ser, en lo que verdaderamente es: una parte irrenunciable e imprescindible de nuestro teatro clásico».

La comedia ha sido uno de los géneros predilectos de la escena en todas las épocas, y el siglo XIX no es en este sentido una excepción. Las cinco comedias seleccionadas —Todo lo vence amor o La pata de cabra, Marcela o ¿A cuál de los tres?, Contigo pan y cebolla, La rueda de la fortuna y El hombre de mundo—, escritas respectivamente por Juan de Grimaldi, Bretón de los Herreros, Manuel Eduardo de Gorostiza, Tomás Rodríguez Rubí y Ventura de la Vega, constituyen una granada muestra del gusto por una modalidad escénica «que vivió entonces uno de sus momentos dorados y sentó las bases, coincidiendo con el asentamiento mismo y el desarrollo de la ya entonces llamada ‘industria teatral’, de una próspera comedia burguesa que llegará al siglo XX como una de las formas predilectas del teatro comercial, garantizando a la escena un público que se mantuvo fiel a esta durante décadas».

Permítanme compartir con Vds. un pequeño fragmento extraído de la introducción del libro que les presento:

 

«La tradición cómica del teatro español, iniciada en el Siglo de Oro, mantuvo unas constantes que, conservadas en el siglo XVIII […], se adentraron en la centuria posterior con los añadidos sumados a esta en su lógica evolución. Mucho aportó al género la nueva mentalidad ilustrada y el marco formal del neoclasicismo, que encontró en Moratín un precedente del que bebió, en mayor o menor medida, la comedia dieciochesca; pero nunca se perdieron los rasgos iniciales de un género que había hecho del humor su principal baluarte y conexión con un público que siempre se mantuvo fiel al divertimento, aunque para ello tuviera que aceptar las moralinas y mensajes didácticos de los autores. Figurones ridículos convivieron con criados graciosos, los amoríos intercambiaron damas y galanes por caballeretes y damiselas; lechuguinos, botarates, rústicos, avaros, cortesanos, padres autoritarios y liberales, terceras, letrados e iletrados… todos los referentes sociales, convertidos en nuevo gran teatro del mundo, se dieron cita entre los actos de estas comedias que alternaron el costumbrismo con el humor, la parodia y la crítica, manteniendo siempre unas constantes y recursos (apartes, monólogos, diálogos chuscos, intenciones cruzadas, malentendidos y equívocos…) que mantuvieron vivo el interés por un género que conviviría con la dramaturgia romántica sin perturbarse.

[…]

Acceder a la comedia decimonónica supone adentrarse en aquel siglo, para comprobar lo lejos que nos hallamos hoy de aquel tiempo y, a la vez, lo mucho que le debemos».

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