Tomás González, su extraordinaria novela ‘La luz difícil’ y perderlo todo


La sexta novela del escritor colombiano Tomás González es el octavo libro suyo, fue publicada en 2011, se titula La luz difícil y es una obra maestra literaria del siglo XXI. Una breve obra maestra literaria del siglo XIX. Una contundente y breve obra maestra literaria del siglo XXI. Una contundente y breve obra maestra sobre la aflicción. La aflicción, que junto a la alegría convierte al tiempo, que depende de ambas, aflicción y alegría, en esa materia elástica que acaba por ser.

 

“Han pasado ya tantos años desde entonces que incluso la pena desde entonces en mi corazón se ha ido secando, como la humedad en una fruta, y es poco frecuente que el recuerdo de lo ocurrido de repente me agite otra vez, como si hubiera sucedido ayer, y me haga tragar fuerte para controlar cualquier sollozo. Pero aún ocurre, y la congoja amenaza entonces con doblarme. Pero pasa también que a veces pienso en mi hijo, y los sentimientos son tan cálidos que se me ocurre pensar que la vida es eterna, quieta y eterna, y el dolor, una ilusión".

 

David, el narrador, el escritor de lo que Tomás González escribe, es un pintor ciertamente sabio que necesita el arte para ser y para comprender la vida… y la muerte, alguien capaz de escribir que “la verdad no existe, y el mundo es sólo música”. Cuando David siente “la inevitable soledad de la vejez humana”, lo que hace es “apagar el alma durante unos minutos como una vela y dormir”.

El estilo de Tomás González fulge resplandeciente durante todo el libro pero me interesa resaltar las palabras que le dedica a los atentados neoyorquinos del 11 de Septiembre:

 

“En la casa se había instalado un silencio insidioso, subterráneo, que se mantenía aunque habláramos o hiciéramos algún ruido. Dos años después percibiría yo ese mismo silencio, pero a gran escala, cuando cayeron las Torres Gemelas. Sara, los muchachos y yo, desde la terraza, las vimos desmoronarse y desaparecer. Después de que se volvieron polvo y humo y olor a quemado, ese silencio del que hablo se metió en el interior de los chirridos de los vagones del subway cuando daban las curvas, en el interior de las voces de las gentes en los restaurantes, en el tráfico pesado de la calle Canal, en el estrépito de los trenes y autos en los puentes, y hasta en las mismas sirenas; ese silencio se apoderó de todo y uno hubiera pensado que el ruido neoyorquino, tan vital como el de los montes de Urabá, había sido conquistado desde su interior y vencido para siempre. No fue así, claro. Nunca ha sido así”.

 

David, el narrador de La luz difícil, siempre ha pensado que “lo único que hay es la vida, y que perderla, como dice un poeta, es perderlo todo”. (El poeta es Bertolt Brecht —más conocido, ¿verdad?, como dramaturgo—, aunque no se diga, quizás por considerarlo innecesario, tal vez por olvido del autor, la verdad es que tal cosa no importa en absoluto).

Los tipos de dolor, de aflicción, están presentes en esta novela sobre la muerte que es en realidad, como tantas otras, una novela sobre la vida (¿no es acaso ese el objeto de la literatura, la de ficción y la otra, la vida?): se acaban todas las palabras cuando se quiere hablar de un dolor indescriptible, quedando únicamente “la sordomuda brutalidad del hecho”.


Una novela sobre la muerte, sobre la vida… Sobre el amor, “que es deleite sensual y alegría espiritual”, que no es esas dos cosas por separado, sino esas dos cosas “que en su manifestación más sencilla y pura es una y la misma”. Pensemos, además, que “la vida tiene un poder que se parece a la locura”.

Escribir y pintar, la escritura y la pintura, la literatura y el arte pictórico para desentrañar el mundo este en que vivimos, para hacerlo menos hostil:

 

“Creo que en alguna parte dije que las palabras son un medio tosco y ahora me encuentro diciendo que son dúctiles”.

 

Las “muchas cosas que verán la luz siempre en mi corazón”… “Justo ahí donde se acaban las palabras”.

Por cierto, el poema de Brecht —titulado ‘Contra la seducción’ e incluido en su tercer poemario y cancionero, Hauspostille (‘Devocionario del hogar’), publicado en 1927—, decía así:

 

“No os dejéis seducir:

no hay retorno alguno.

El día está a las puertas,

hay ya viento nocturno:

no vendrá otra mañana.

 

No os dejéis engañar

con que la vida es poco.

Bebedla a grandes tragos

porque no os bastará

cuando hayáis de perderla.

 

No os dejéis consolar.

vuestro tiempo no es mucho.

El lodo, a los podridos.

La vida es lo más grande:

perderla es perder todo”.

Comentarios

Entradas populares

Los textos incluidos en este blog son propiedad exclusiva de sus autores. Se permite su uso y reproducción, siempre y cuando se respete su integridad, se cite la fuente y su utilización no busque fines comerciales ni implique la obtención de ingresos económicos de cualquier tipo.