Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura; por José Luis González Subías

El profesor José Luis González Subías es una de las personas que más sabe y mejor escribe sobre el teatro español de todos los tiempos. En 2020 publicó su libro La dramaturgia española durante el franquismo (de un año antes es su fundamental historia del teatro español), de donde traigo estas brillante reflexiones sobre dos de los dramaturgos españoles más conocidos de cuantos estrenaron durante la dictadura del general Francisco Franco (si bien Jardiel ya había llevado a los teatros muchas de sus obras antes incluso de la Guerra Civil).

“Le corresponde al ensayista Pedro Laín Entralgo el mérito de haber reconocido por primera vez la existencia de otra Generación del 27, la de los renovadores, o creadores más bien, del humor contemporáneo que, siguiendo la estela de Ramón Gómez de la Serna, llevaron a la escena una nueva concepción de la comicidad enraizada en las vanguardias y conectada con el absurdo”: estos autores fueron José López Rubio, Edgar Neville, Antonio de Lara (Tono), Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura.


De Enrique Jardiel Poncela, González Subías comienza diciendo, en las trece señaladas páginas que le dedica, que “posee el mérito y el honor de conservar hoy, a pesar de haber sido uno de los autores de mayor éxito en la España de posguerra, un reconocimiento aceptado unánimemente —siempre con matices— por la crítica. Quizá este reconocimiento tenga algo que ver con el recelo con que fue vista su obra en los años 40, a causa de la ironía y el cinismo con que abordaba las disparatadas y siempre ingeniosas situaciones que planteaba sobre la escena y unos diálogos que acercaban su teatro al vanguardista humor del absurdo”. Jardiel es nada más y nada menos que el “introductor en la escena española de un género de absoluta modernidad en el teatro, nacido de la narrativa decimonónica e impulsado por el cine a partir de los años 30: la comedia policíaca”. El peculiar humor jardeliano tenía una tendencia al absurdo —a lo inverosímil, como él lo denominaba— que caracteriza su obra.

El mismo teatro del absurdo que “se presenta como una de las líneas más fructíferas y activas de las dramaturgias de vanguardia europeas en el siglo XX”.

Es precisamente Miguel Mihura el autor de su generación “que más se ha identificado con esa corriente dramática”, en modo alguno alejada de la “estética cultivada por Jardiel Poncela y otros comediógrafos españoles de la época, desde Alejandro Casona a Edgar Neville —todos ellos pertenecientes por edad, temas y estética, a otra Generación del 27, paralela en sus inicios a las institucional, de signo ésta prioritariamente poético—”, representantes de la corriente la mayoritaria y característica de la dramaturgia española entre los años 30 y 40 —incluso buena parte de los 50.


Mihura —sobre quien el autor escribe en la obra de la que vengo hablando dieciocho enjundiosas páginas— estrenó en 1952 en Madrid Tres sombreros de copa, su despegue como dramaturgo, una disparatada, provocadora, absurda y liberadora pieza teatral, como nos la describe González Subías, un “primer intento escénico del autor rechazado por los empresarios teatrales de su época por tratarse de una obra aparentemente sin sentido alguno donde la lógica convive con un humorismo tragicómico”, que ha quedado, sin embargo, “en la historia de la literatura dramática como uno de los más claros anticipos del teatro del absurdo europeo, cuyo camino no tardó el autor en abandonar para escribir un teatro muy alejado estéticamente de aquél”.

La principal nota identificatoria del absurdo, tal y como lo entendió el teatro español de preguerra y parte de la posguerra, fue su “decidida inclinación hacia lo cómico, lo absurdo cómico, frente al absurdo dramático trágico de la existencia” presente en otras obras europeas ya de mediados del siglo XX: “de ahí la resistencia de algunos críticos a aplicar el término absurdo para la obra de Mihura y otras de algunos comediógrafos coetáneos, a pesar de que en efecto el adjetivo es absolutamente adecuado para definirlo”.

En cualquier caso, en ninguna otra obra de Mihura, distinta de Tres sombreros de copa, “vuelve a encontrarse ese fondo trágico y aquel vanguardista código de lo absurdo cómico que no pudo ser entendido en su tiempo”.

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