La afición no sólo es la banda sonora del fútbol, al que no le bastan el terreno, el balón, los jugadores y los árbitros; es, como defiende Jorge Valdano, su esencia, su alma. El fútbol “mueve altas y bajas pasiones desde tres puntos de apoyo: el sentido de pertenencia, la incertidumbre del resultado y la posibilidad artística”. Los hinchas están para exagerar el fútbol, incluso atenúan el poder de los entrenadores, al apagar sus gritos dando instrucciones, pero, sobre todo, “la pasión que baja de las gradas lleva a los jugadores hasta una excitación que les desata y, en muchas ocasiones, lleva al juego hacia un descontrol que lo hace más atractivo”.
“El público es la esencia de cualquier espectáculo y, en el
fútbol, lo condiciona todo de una manera muy especial. Porque al estadio no van
espectadores, sino aficionados que participan con su aliento en la dinámica del
juego condicionando los estados de ánimo”.
En
el fútbol existen dos tipos de seguidores, de hinchas, de aficionados: “los que
aman el camino y los que solo aman la llegada”.
Exagera
el que fuera campeón del Mundo en 1986 cuando afirma que “uno ama a un club por
una serie de cosas que ocurren en la infancia” o que todo eso no es más que “el
desinteresado amor de un niño (un hincha siempre tiene siete años)”. ¿Exagera?
“En el escudo, que no en vano suele tener forma de corazón,
caben la infancia entera, la secuencia natural que lega esa pasión de padres a
hijos, la nostalgia si se mira hacia atrás, los sueños si hacia adelante, el
terror de la incertidumbre ante el partido que va a empezar… Esa adhesión
incondicional a un club reduce la infinitud del fútbol a una sola y sin duda
hermosa obsesión. Para el que tiene ese compromiso emocional con un equipo, el
fútbol no tiene rival. Es una pasión duradera, desinteresada y cuanto más
fuerte es, más inexplicable resulta porque, como todo amor, va por fuera de la
inteligencia. El hincha asegura su lealtad, aunque le indigne la gestión de su
club, aunque le aburra el juego del equipo, aunque sufra por la derrota. Es esa
fuerza espiritual, en apariencia indestructible, la que nos lleva a creer que
el fútbol es eterno”.
El fútbol comenzó siendo un entretenimiento, pero pronto se convirtió sobre todo en “una emoción con la que jugamos. Y los materiales con que están hechas las emociones son esencialmente dos: el amor y el odio”. Valdano explica que es en la lucha entre lo emocional y lo racional donde encontramos el verdadero poder del fútbol. Una siente, la otra piensa.
“En su vertiente pasional, el fútbol contenta la trastienda
animal que existe en todo ser humano; pero cuando encuentra reposo mental es
digna parte de la cultura popular”.
Hay
que prestar atención, poner cuidado, con el hecho de el estadio sea “un
vomitorio de nuestros instintos”, ya que su “vómito revela lo que suele estar
escondido detrás de la maraña social”.
Es
un juego racional el fútbol, sí, pero solamente “hasta que un equipo lo vuelve
sentimental”.
La
“persona exagerada” que es el hincha es el espectador de una representación que
se encuentra “a caballo entre el teatro griego y el circo romano”, ese
espectáculo dramático muestra que gloria y fracaso “caben en un centímetro, en
un segundo”, que cima y abismo “están siempre angustiosamente cerca”. La
justicia de este espectáculo deportivo funciona así: “tiene razón el que gana”,
de tal manera que el hincha juzga “desde un sentimiento tribal que lo
simplifica todo: amar lo propio y odiar lo ajeno”
Para
el hincha existen adversarios nobles, pero también enemigos: a los primeros los
desafiará con una broma, a los otros podrá insultarlos.
El
periodista deportivo brasileño Armando Nogueira mantenía que “el fútbol no es
solo un pasatiempo: es, también, un patrimonio sentimental del pueblo que
merece respeto”. Yo matizaría que, antes que “también”, yo diría que es “sobre
todas las cosas” ese patrimonio sentimental. Valdano también. Y él añade que
quienes “sostienen los valores de un club son los aficionados. Directivos,
entrenadores y jugadores los reflejan únicamente por el mandato apasionado,
orgulloso y a veces algo cafre que baja de las tribunas”. En las gradas, en las
tribunas “reaparece la bestia humana, porque en el fútbol se suele liberar la
carga cultural que nos inhibe”. Esa bestia humana, esa masa, “sabe de qué se
tiene que sentir orgullosa y de qué avergonzada”.
“Claro que se puede vivir sin fútbol, pero se vive peor. […]
Cuanto más fútbol menos peligro, esa es la cuestión”.
Frente
a “la corriente economicista que está contaminando imparablemente al
fútbol”, persiste el aliento auténtico de las gradas, donde “anida el
sentimiento del hincha, esos ‘desconocidos íntimos’, para decirlo con
las palabras del periodista brasileño Nelson Rodriguez en su muy recomendable
libro A la sombra de las botas inmortales”.
“Estoy convencido de que humanizar el fútbol,
convertir un club en un centro sociológico que va mucho más allá de un partido
ganado o perdido, no solo construye comunidad, sino que también acaba siendo un
negocio sostenible. ¿Qué es un club sino una manera colectiva de ser?”
La
fórmula reposa “en el fondo de los tiempos, cuando el fútbol le pertenecía a la
gente”.
Existe
un “sistema de lealtades que hacen del fútbol un fenómeno sentimental”.
Habitualmente, “damos por sentado que el fútbol es un buen simulador de la
vida. Dentro de un partido habita la ilusión, la incertidumbre, el miedo y
todas las pasiones humanas sin que las consecuencias afecten a nuestra
existencia. Solo afectan al humor”. Como buen simulador, “el fútbol exagera la
vida”.
“En
el fútbol, simulador de la vida, las cosas empiezan y terminan. Y el final
duele”.
[Las
citas de Jorge Valdano que acabas de leer están extraídas todas de su sección
sabatina desde septiembre de 2018 en El País titulada ‘El juego
infinito’]
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