No te veré morir no es una obra menor de Muñoz Molina


El extraordinario escritor español Antonio Muñoz Molina ha publicado ya cuatro decenas de libros, y en el verano de 2023 vio la luz su decimosexta novela, la decimosexta suya que leo. No podía perdérmela. Su título: No te veré morir. Sin encontrarse entre las mejores de la novelística del autor de La noche de los tiempos (consideremos que ese nivel literario es estratosférico), sí podemos encuadrarla entre las obras literarias de más categoría que hayan sido escritas en nuestro idioma en los últimos cinco años.

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La primera de las cuatro partes que componen No te veré morir es un único párrafo de 62 páginas. Un reto estilístico mayúsculo a la altura de muy pocos escritores, que el autor de El jinete polaco lleva a cabo sin las ínfulas genialoides de algunos autores, incapaces de lograr lo que él obtiene insuperablemente: trazar dos biografías enlazadas por un sentimiento amoroso detenido en el tiempo.

Los protagonistas de la novela son Gabriel Aristu y Adriana Zuber. Él “una invención dócil” de su padre, quien “había querido sobre todas las cosas salvarlo o protegerlo de España” durante la dictadura franquista, aquellos tiempos de paz aterradores, cuando al terror miliciano de la Guerra Civil en Madrid y otros lugares le sucedió “que todo duraba más y estaba mucho más reglamentado, como un matadero industrial que ocupaba todo el país y estaba en funcionamiento día y noche, una macabra burocracia de la persecución y el exterminio bendecida además por las autoridades eclesiásticas, con sus incensarios y sus capas pluviales de quelonios”. Ella, una mujer repudiada por su marido en aquellos tiempos infames (en los que los maridos podían repudiar a sus esposas… pero no al revés).

 

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¿Se limita el tiempo a pasar, y, al hacerlo, cura; o el tiempo, lejos de curar, lo que hace es matar, empeorar, destruir? Esa es la línea argumental medular de esta novela fascinante que a mí, como lector, me situó una y otra vez ante los días olvidados y las noches llenas de memoria de dos amantes y su historia con 50 años de retraso, ante Adriana Zuber y sus “claros ojos fijos que traspasaban el tiempo igual que lo traspasaban a él”.

 

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Olvido y memoria. Irse o quedarse. Abandonar:

 

“El olvido tenía una textura tan variable y azarosa como la memoria. El que se marcha olvida con mucha más facilidad que el que se ha quedado. Para el que se marcha desaparece el mundo en el que se anclaba la memoria”.

 

Repetirle a alguien lo que ya le había dicho en sueños, en un libro, en una narración, donde volvemos a sentir descarnadamente aquello de “la belleza cotidiana del mundo” frente a la otra, “la belleza abstracta de la literatura y de la música”.

Comportarse, vivir “como un espía al lado del teléfono que puede sonar de un momento a otro o no sonar nunca”.

Leer a Muñoz Molina es consentirle a la verdad quedarse dormida ante nuestros ojos, frente a nuestro cerebro, también dentro de nuestra alma, mientras escuchamos lentamente las palabras que susurra la Literatura, palabras para la humanidad.

 

Este texto pertenece a mi artículo ‘Muñoz Molina y las palabras para la humanidad (No te veré morir)’, publicado el 17 de septiembre de 2023 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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