Los cuatro pilares de la educación


El político francés Jacques Delors fue el encargado de presentar uno de los informes educativos más importantes de la historia. Ese documento todavía sirve de referente válido cada vez que nos enfrentamos al difícil debate sobre la necesidad de mejorar la educación en cualquier parte del mundo.

Delors había sido elegido presidente de la Comisión Europea a sus 60 años, cargo que ejerció desde 1985 hasta 1995. Uno de los muchos logros destacables de su presidencia fue la entrada en vigor en 1993 del Tratado de Maastricht, acta fundacional de la Unión Europea (UE), a cuyo acuerdo dedicó buena parte de su capacidad política.

Cuando ese año 1993, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), uno de los organismos especializado de la ONU, decidió crear la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI con el objeto de que ésta redactara un informe de valor mundial sobre la educación, le pidió a Delors que la presidiera. Tres años más tarde, el propio Delors presentó dicho estudio sobre la perspectiva de la educación en el mundo de cara al siglo XXI, de tal manera que él es ampliamente considerado su autor y dicho documento es conocido por su nombre (Informe Delors).


Este informe, en su conjunto, se tituló La educación encierra un tesoro, en tanto que el texto con el que lo presentaba Jacques Delors fue llamado Los cuatro pilares de la educación.

En el preámbulo de este último, cabe destacar la razón de ser del documento, que no es otra que el hecho de que la educación (a finales del siglo XX, pero también, todavía, en la tercera década del XXI) se vea obligada “a proporcionar las cartas náuticas de un mundo complejo y en perpetua agitación y, al mismo tiempo, la brújula para poder navegar por él”.

En efecto, no bastaba, no basta ya “que cada individuo acumule al comienzo de su vida una reserva de conocimientos a la que podrá recurrir después sin límites”. Lo que necesitan los humanos del siglo XXI, especialmente, es “estar en condiciones de aprovechar y utilizar durante toda la vida cada oportunidad que se les presente de actualizar, profundizar y enriquecer su primer saber y de adaptarse a un mundo en permanente cambio”.

De tal manera que, para lograr cumplir su misión, “la educación debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales”, a cuatro pilares del conocimiento que convergen en uno solo (al que el documento no pone nombre):

 

-        Aprender a conocer: “adquirir los instrumentos de la comprensión”. Es decir, “aprender a aprender, ejercitando la atención, la memoria y el pensamiento”. No se trata de adquirir “conocimientos clasificados y codificados”, sino de dominar “los instrumentos mismos del saber”. El objetivo es “aprender a comprender el mundo”, de manera que pueda vivirse en él con dignidad, se desarrollen capacidades profesionales y se sea capaz de comunicarse con los demás. Respecto de la memoria, es muy interesante lo que dice explícitamente el Informe Delors:

 

“Sería peligroso imaginar que la memoria ha perdido su utilidad debido a la formidable capacidad de almacenamiento y difusión de datos de que disponemos en la actualidad. Desde luego, hay que ser selectivos, en la elección de los datos que aprenderemos de memoria, pero debe cultivarse con esmero la facultad intrínsecamente humana de memorización asociativa, irreductible a un automatismo. Todos los especialistas coinciden en afirmar la necesidad de entrenar la memoria desde la infancia y estiman inadecuado suprimir de la práctica escolar algunos ejercicios tradicionales considerados tediosos”.

 

-        Aprender a hacer: para, así, “poder influir sobre el propio entorno”. Es indisociable del pilar anterior, pero busca enseñar a poner en práctica los conocimientos y, al mismo tiempo, “adaptar la enseñanza al futuro mercado del trabajo, cuya evolución no es totalmente previsible”. Aprender a hacer no habla de “preparar a alguien para una tarea material bien definida”: los aprendizajes “deben, así pues, evolucionar y ya no pueden considerarse mera transmisión de prácticas más o menos rutinarias, aunque estos conserven un valor formativo que no debemos desestimar”. Se trata de pasar “de la noción de calificación a la de competencia”.

 

-        Aprender a vivir juntos (aprender a vivir con los demás): con el fin de poder “participar y cooperar con los demás en todas las actividades humanas”. Para formar en la no-violencia hay que ir hacia una educación orientada tanto al “descubrimiento gradual del otro” como a “la participación en proyectos comunes”, de forma que se convierta en un método “eficaz para evitar o resolver los conflictos latentes”.

 

-        Aprender a ser: “un proceso fundamental que recoge elementos de los tres anteriores”. La educación “debe contribuir al desarrollo global de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidad, sentido estético, responsabilidad individual, espiritualidad”. Su función esencial es “conferir a todos los seres humanos la libertad de pensamiento, de juicio, de sentimientos y de imaginación que necesitan para que sus talentos alcancen la plenitud y seguir siendo artífices, en la medida de lo posible, de su destino”. Todos los humanos han de tener la posibilidad de “dotarse de un pensamiento autónomo y crítico”.



Estos cuatro pilares de la educación no se limitan a una etapa vital, sino que hacen referencia a todo lo largo de la vida de la ciudadanía.

La Comisión autora del informe quiso desde el principio mostrar que lo que necesita la educación es trascender su finalidad puramente instrumental (ser una “vía obligada para obtener determinados resultados”: experiencia práctica, adquisición de capacidades diversas, fines de carácter económico) hasta asumir su función en toda su plenitud, que no ha de ser otra que la realización de la persona, de tal manera “que, toda ella, aprenda a ser”.

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