Cada vez más a menudo gente que sabe lo que dice insiste en que en esta vida todo va más rápido y acelerado: hablamos más rápido, comemos más deprisa, caminamos raudos y veloces, escuchamos música a doble velocidad, estamos deseando terminar de ver un capítulo de una serie para ver otro, compramos a través de internet no solo algo que nos gusta sino hasta la comida, que ya ni se llama comida rápida, total para qué, leemos emails tan por encima que no nos enteramos ni de la mitad de lo que cuentan y qué no decir de la tortura de los whatsapps.
Pero no hace falta que nos lo digan los expertos, todo
lo hacemos como si no hubiera un mañana.
Digo yo que será por algo.
En la película Deprisa, deprisa de Carlos Saura de principios de los años ochenta del siglo pasado, se cuenta la vida de cuatro jóvenes marginales que roban, van a tope en los coches -y eso que son un Seat 1430 (catorce treinta), un R-12 (erredoce) o un Symca 1200-, siempre acelerando. Se convierten en delincuentes por culpa de una droga, la heroína, más conocida como caballo, jaco o chino (si es fumada).
Ahora la droga más común, la que nos hace que nuestra
vida sea una continua y apresurada apología de la inmediatez, no es la heroína,
es el teléfono móvil, o mejor dicho, el uso que hacemos de él.
Deprisa, deprisa, pero no para aprovechar más nuestro
tiempo, no tenemos ni idea de para qué. Al menos a mí me pasa con las redes
sociales. Hemos entrado en un bucle del que no tiene que ser fácil salir, es
una droga, ya digo.
Todo nos atrae, sin calibrar si es una tontería o no y
cada vez profundizamos menos en cualquier cuestión. Vamos teniendo cada vez
menos memoria, total para qué si con un vistazo a internet nos enteramos de lo
que luego vamos a decir, para volverlo a olvidar.
Todo -el amor, las amistades, las convicciones, las
lecturas-, todo, repito, se vuelve fugaz, efímero, superficial, como sin
importancia.
Nuestra vida es una sucesión interminable de
distracciones y de echar mano al móvil, da igual lo que estemos haciendo
-estudiando, trabajando, comiendo, viendo una película-. Cada vez le prestamos
menos atención a lo que nos rodea.
El doctor Borja Bandera dice que el móvil nos engancha porque está lleno de refuerzos positivos (léase a Skinner) y que tocamos su pantalla una media de 2617 veces al día. No es ni lógico ni normal, pero es lo que hay. Un ejemplo tontorrón: ¿Cuántas veces tocamos a nuestra pareja, bebe o personas queridas a lo largo del día? Seguro que menos de 2617.
Aunque resulte contradictorio, la mayoría de la gente
que lea este artículo lo hará con el móvil o el ordenador y casi seguro,
saltándose los pasajes y renglones más aburridos o ni siquiera llegando al
final para poder ponerse a ver o leer otros muchos post, memes o las miles de
fotografías que inundan las redes y que miramos por encima, superficialmente.
Esa es la dinámica de Facebook, Instagram, Twitter (ahora X) y demás.
Una de las claves de todo esto es el exceso de
información. Nos inundan con noticias que no nos sirven para nada, pero que
tenemos que ver. Es imposible prestar atención a todo lo que nos llega, el
cerebro no da más de sí. Esta es la clave. Es tanto lo que nos llega y tanta la
curiosidad -antropológicamente es lo que nos hizo avanzar, a la vez que generó
más muertes en la Prehistoria, también hay que decirlo- del ser humano que nos
queremos enterar de todo, lo que hace que cada vez echemos menos tiempo en cada
asunto que nos llega.
¿Tan importante o urgente es lo que nos llega al
móvil? No creo.
Hacemos todo sin pensar, condicionados por algo o por
alguien -¿quién gana dinero cada vez que perdemos nuestro tiempo amarrados al
móvil?- y cada vez nos cuesta más concentrarnos.
De mis escritos en Facebook, lo que más me han dicho
es que son larguísimos. Entiendo el esfuerzo que hay que hacer para leerlos, ya
que junto a mis post, que abarcan unas seiscientas palabras cada uno, a
nuestros móviles nos llegan cientos de tuits o mensajes de quince o veinte
palabras. En realidad lo mío no es tanto, en papel puede ocupar dos o tres
hojas. Estamos como para leer un libro de mil páginas.
¿La solución? ¿Tirar el móvil? ¿Leer Walden de Thoreau, libro publicado en 1854 en donde quiso demostrar que la vida en la naturaleza es la verdadera vida del hombre libre que ansíe liberarse de las esclavitudes de la sociedad industrial? Las dos pueden valer, pero si se lee el libro, que sea en papel, que nos distrae menos que una pantalla.
P.D.: no tengo teléfono móvil.
Otra P.D.: a saber cómo acabaron los protagonistas de Deprisa,
deprisa.
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