Dos mundos tan distintos y antagónicos, y en un principio tan lejanos, como eran el visigodo y el islámico, habían llegado a unirse prácticamente con una frontera común. A principios del siglo VIII, solo los catorce kilómetros de agua que configuran al que habría de darse en llamar estrecho de Gibraltar separaban a uno del otro.
Esa distancia no podía ser obstáculo suficiente para que un mundo en expansión, como era el islámico, pudiera evitar la tentación de dar ese pequeño salto para ocupar un Estado en decadencia, como era el visigodo. Solo hacía falta que la oportunidad se presentase para atravesar ese pequeño espacio y penetrar en el continente europeo desde el norte de África.
Lo que dejó sorprendidos a propios y extraños no es
que los musulmanes decidieran penetrar en la península Ibérica,
sino la facilidad con la que lo hicieron y sobre todo la rapidez con la que
ocuparon ese extenso territorio.
Para explicar esto, las crónicas cristianas
posteriores recurrieron a crear curiosas leyendas que explicaban por qué la
monarquía visigoda se rindió a las primeras de cambio sin prácticamente oponer
resistencia a los invasores.
Según algunos, los visigodos fueron
sorprendidos por los musulmanes pues, absortos en
sus luchas internas, casi desconocían el peligro que procedía del sur. Esto es
casi con toda probabilidad falso. Es cierto, no obstante, que en esta época
perteneciente a la denominada Alta Edad Media, las comunicaciones se habían
deteriorado hasta tal punto desde época romana que cada parte del mundo
Mediterráneo se había convertido casi en una especie de isla, cuyo aislamiento
hacía que las noticias procedentes de otros lugares apenas sí tuvieran eco en
otros territorios.
No es imposible que esto sucediera dada la postración
en la que se encontraba el mundo de aquel tiempo. Pero aun así, no es creíble
que hechos como la caída de Jerusalén o la del patriarcado de Alejandría en
manos de los musulmanes no llegasen al menos al conocimiento de las altas
jerarquías eclesiásticas hispanas. El factor sorpresa, por tanto, no es
suficiente para explicar la rápida desaparición del reino visigodo.
Hay otra curiosa leyenda que, unos cuarenta años
después de la caída de la monarquía visigoda, intentó explicar el porqué de la
rapidez de la invasión. Según esta fue el conde de Ceuta, don
Julián, el que llamó a los musulmanes para vengar una afrenta
personal. Esta se basaba en que la hija del conde, Florinda, apodaba la
Cava (qahba, ‘prostituta’ en árabe), había sido violada en
la corte de Toledo por don Rodrigo, que al parecer se
había prendado de ella cuando la vio bañándose desnuda en el río Tajo, mientras
que por el contrario, la hija del conde no se avenía a los requisitos amatorios
del monarca.
El indignado Julián, cuando se enteró de que su honor
había sido mancillado por el rey, tramó dura venganza y se prestó a apoyar a
las tropas musulmanas con el objeto de que invadieran la Península, para lo
cual él cedería el puerto de su ciudad y también su escasa flota para poder
transportarlos.
Esta leyenda, aunque ha cautivado la imaginación de
muchas generaciones, no tiene el más mínimo viso de realidad, pese a que, como
toda leyenda, algo de verdad sí que esconde.
Como vimos en el capítulo anterior, la península
Ibérica a comienzos del siglo VIII era prácticamente un Estado que vivía en la
anarquía. Las conspiraciones y las luchas intestinas entre los aspirantes a la
corona habían minado la vitalidad del reino y lo habían debilitado enormemente.
Es más, cuando se produjo el hecho de la invasión
musulmana, una nueva guerra había estallado en la Hispania visigoda. Fueron
los witizianos, es decir, los partidarios del bando
perdedor en esa guerra civil, los que sin duda llamaron a los musulmanes para
que les ayudasen en la lucha contra el usurpador Rodrigo.
Musa ibn Nusayr, que por aquel entonces era el emir o gobernador musulmán de la
provincia de Yfriqiya, lo que hoy conocemos como el norte de África y más
propiamente como el Magreb, prestó oídos a la petición y decidió intervenir en
la lucha. Para ello ordenó a su lugarteniente Tariq ibn Ziyad que
llevase con él a unos siete mil bereberes, es decir, hombres pertenecientes al
pueblo que habitaba y aún habita en la zona del Magreb, y que con ellos
desembarcase en la Península para ayudar al bando que lo había llamado.
Con la ayuda del conde de Ceuta, Tariq desembarcó en
abril del 711, en un lugar que los geógrafos de la Antigüedad denominaban el
promontorio de Calpe. Pero los musulmanes le cambiarían el nombre, y a partir
de esta época el lugar se conoce como el ‘Monte de Tariq’, en árabe Yabal
Tariq, y esa misma denominación por deformación ha llegado hasta nosotros
como Gibraltar.
Cuando llegaron los musulmanes, el rey visigodo se
hallaba de campaña por el norte, según unos para sofocar una rebelión de los
vascones, según otros combatiendo contra Agila II, que
era el candidato de los witizianos que todavía luchaba contra él al sur de los
Pirineos. Sea como sea, con las comunicaciones existentes en aquella época, la
noticia debió tardar al menos dos o tres semanas en llegar a conocimiento del
rey Rodrigo y su ejército.
El monarca pidió a las escasas tropas que había en el
sur peninsular que se enfrentaran con las de Tariq y las detuvieran, pero este
las derrotó con facilidad en una breve escaramuza que debió tener lugar entre
mayo y junio del año 711 cerca de la zona de al-Yazira, en árabe
‘la isla’, conocida hoy por nosotros como Algeciras, muy
cerca de Gibraltar.
Conocedor de estas noticias tan desastrosas, Rodrigo
hizo un llamamiento a la nobleza visigoda para que se reuniera con él en Toledo
y Córdoba y se aprestara a enfrentarse contra el enemigo musulmán. Con
renuencia, muchos nobles acudieron a la batalla, pero entre ellos se hallaban
también partidarios de Agila que no se habían atrevido a oponerse a las órdenes
del rey, si bien resultaban ser tropas escasamente de fiar como se demostró
poco después.
Tariq tampoco perdió el tiempo. Visto la facilidad con
la que había desembarcado, y las escasas dificultades que había encontrado en
los meses posteriores, solicitó más ayuda a su superior Musa ibn Nusayr y le
pidió permiso para enfrentarse directamente al grueso del ejército visigótico.
Musa le envío unos cinco o seis mil hombres más, y con
ese pequeño ejército, Tariq se decidió a penetrar más hacia el interior en
busca del ejército visigodo que se dirigía contra ellos.
El choque tuvo lugar a finales de julio del 711. El
lugar no está nada claro. Debió ser entre la laguna de la Janda (que
ya no existe como tal laguna, pues fue desecada hace aproximadamente medio
siglo para que la superficie que ocupaba fuera puesta en cultivo) y el río
Guadalete, que atraviesa aproximadamente la parte central de la actual
provincia de Cádiz. Se trata de un lugar bastante impreciso, pues entre un hito
y otro hay una distancia de unos sesenta o setenta kilómetros, pero las
crónicas de la época no dan más precisión al respecto.
La batalla del Guadalete fue un desastre absoluto para
los visigodos y un gran triunfo para los musulmanes. Rodrigo se situó en el
centro de su ejército, mientras que en las alas del mismo puso a las tropas que
les resultaban menos fiables, lo que en el transcurso de la misma se reveló
como un terrible error. Es muy difícil precisar el número de visigodos que
lucharon bajo sus órdenes, pero se calcula que debieron ser algo más de treinta
mil, es decir, probablemente el doble o quizás el triple que las fuerzas de
Tariq que se le enfrentaban.
La lucha pareció ir más o menos igualada hasta que en
un momento de la batalla, una parte del ejército de Rodrigo al mando del
obispo don Oppas lo traicionó y se pasó al enemigo.
Ante esta pérdida, los visigodos no pudieron reaccionar, y fueron las tropas
musulmanas las que se lanzaron al ataque definitivo y masacraron a buena parte
de los visigodos. Se calcula las bajas de estos en más de diez mil hombres,
mientras que las de los musulmanes quizás no llegaron a tres mil.
El cuerpo del rey jamás se halló, aunque sí el de su
caballo, que fue encontrado junto al río totalmente destrozado por una gran
cantidad de saetas que le habían clavado los arqueros musulmanes. Don Rodrigo
probablemente cayó al río y allí se ahogó, si es que no estaba muerto
anteriormente a que esto sucediera. De todas formas, luego aparecieron nuevas
leyendas que narraban que el rey se había salvado y había huido, pero jamás se
volvió a saber nada de él, y con su muerte se inició también la del reino
visigodo.
Tariq se encontraba ahora libre para avanzar y no
desaprovechó el tiempo en absoluto. Inició una rápida carrera que le llevó
hasta la corte de Toledo. Según algunos autores, el
motivo de tan veloz marcha era capturar el tesoro de los reyes visigodos que se
había ido acumulando allí durante tres siglos. Otra explicación más razonable
es pensar que era allí donde se tomaban las decisiones del reino visigodo y que
por tanto el control de la ciudad era una necesidad estratégica de primer
orden.
Durante el resto del año 711 y los comienzos de 712,
Tariq avanzó con sus hombres con una escasa oposición por parte de los
vencidos. Es más, lo que se encontró en muchas ocasiones fue el sentimiento
contrario, porque las minorías perseguidas por los visigodos, como los judíos,
se prestaron a ayudarle cada vez que pudieron, como sucedió cuando las tropas
musulmanas llegaron a la actual ciudad de Écija. De ahí se dirigieron a Córdoba,
sede de la facción que apoyaba a Rodrigo, y de ahí a Toledo, que se rindió como
las anteriores prácticamente sin combatir.
Una vez tomada la capital del reino, las tropas de
Tariq siguieron avanzando sin un objetivo claramente definido. Parecía como si
los invasores no tuvieran muy claras las ideas desde un punto de vista
geográfico y avanzaban por aquí y por allá sin llevar un orden determinado que
les permitiera ocupar sistemáticamente un territorio que desconocían. Así, a lo
largo de ese año, el 712, fueron ocupando diferentes localidades del norte
como Guadalajara, Soria, León o Astorga.
Por otra parte, Musa seguía atentamente la evolución
de los acontecimientos. Se sorprendió por el rápido triunfo de su general, y
cuando le llegaron noticias sobre la facilidad con la que se estaba derrumbando
el reino visigodo, consideró que había llegado su momento y tomó también cartas
en el asunto. A mediados de ese año 712 desembarcó a 18.000 hombres al otro
lado del Estrecho y se dispuso a completar la conquista que Tariq había
iniciado un año antes. En este caso, sus tropas ya no solo eran de la etnia
bereber, sino que en ellas tomaban parte también árabes y gentes procedentes de
otros territorios de Oriente, en particular sirios, así como algunos bereberes
más del norte de África.
Entre el 712 y el 713, las tropas de Musa se dieron
casi otro paseo militar por la Península sin apenas resistencia. Las ciudades y
los notables que dominaban el territorio se iban rindiendo prácticamente sin
oponerse a los invasores. Sus tropas llegaron a Sevilla,
de allí a Mérida, donde tuvo lugar el único caso en el que se planteara una
verdadera resistencia por parte de los antiguos visigodos, pero después de
varios meses de asedio, la ciudad acabó también capitulando. Luego continuaron
hacia Palencia, Oviedo, Logroño y Zaragoza.
La facilidad de esta victoria solo puede ser
comprendida desde la óptica de la disgregación del mundo visigodo y de sus
constantes luchas internas que lo habían llevado a un estado de casi anarquía.
Los nobles godos que habían sido partidarios de Witiza preferían
estar dominados por los musulmanes que por el usurpador Rodrigo. Daba igual que
estos hubieran llegado para prestar ayuda a su bando, los preferían incluso
después de esta traición a caer bajo la férula del monarca que ostentaba la
corona. También los judíos se pusieron rápidamente de parte de los musulmanes.
Durante las últimas décadas habían sido duramente perseguidos por los reyes
visigodos, y su situación era bastante lamentable. Eran gentes con riqueza y
con instrucción, y fueron una apreciable ayuda que les brindó un gran apoyo a
los invasores en su avance.
Estaba también la población hispanogoda que,
mayoritariamente, residía en las zonas rurales. Pero a estos les daba realmente
igual quien mandara. Los visigodos no eran precisamente unos terratenientes
amables y condescendientes, más bien todo lo contrario. Los esquilmaban a base
de elevados impuestos y siempre estaban enzarzados en querellas internas en las
que los grandes perdedores eran siempre los más pobres y los que nada tenían
que ver con las guerras de sus señores. En consecuencia, optaron por mantenerse
al margen de los acontecimientos y esperar que el gobierno de los recién
llegados fuese más eficaz que el de los antiguos nobles, y en efecto, así fue
con el paso del tiempo.
Y por si esto fuera poco, los musulmanes optaron
también por la táctica más sensata. Procuraron no tener que enfrentarse
directamente con toda la nobleza visigoda y con todo el campesinado cristiano.
A este le respetaron íntegramente su religión, al igual que hicieron con los
judíos. Con los nobles visigodos hicieron todo lo posible por llegar a
acuerdos. Quizás el más conocido de todos estos acuerdos o capitulaciones es el
que se llevó a cabo con Teodomiro, o Tudmir según las
fuentes árabes, que era el señor de la región de Murcia.
Teodomiro llegó a un pacto con los invasores en el año
713, del cual todavía se conservan las capitulaciones del mismo. En este
acuerdo aceptaba el dominio de los recién llegados y, a cambio, estos le
concedían autoridad sobre el territorio siempre y cuando les pagase unos
impuestos que se fijaron de manera justa y equitativa entre el propio Teodomiro
y los representantes de Musa. Esos mismos acuerdos se llevaron a cabo en otros
lugares de la Península, y es con ellos como se explica en gran medida por qué
la conquista fue tan fácil y por qué visigodos e hispanos apenas si se
opusieron a los conquistadores.
Musa completó la ocupación del territorio que Tariq no
había puesto todavía bajo su control. Otras tropas se dirigieron hacia Galicia
y fue su hijo Abd al-Aziz el que ocupó la región murciana después del pacto con
el ya mencionado Teodomiro.
Abd al-Aziz se separó del grueso del ejército de su padre, y entre el 713 y
el 715 ocupó Andalucía oriental y la mayor parte del Portugal actual, además de
la ya citada región de Murcia. En un intento por legitimar su situación como
gobernante en la Península, decidió casarse con la viuda del rey visigodo
Rodrigo, y de esta forma contrajo matrimonio con Egilona.
La vida de esta mujer fue curiosa, pues no solo estuvo unida a dos de los
principales caudillos de su época, sino también con otro que poco después daría
mucho que hablar, Pelayo, con quien al parecer mantuvo una excelente relación
en la corte toledana antes de contraer matrimonio con el rey Rodrigo.
A finales del año 714, la mayor parte del territorio peninsular estaba en manos de los musulmanes. En solo tres años se había completado de manera sorprendente la ocupación de un considerable espacio, y ello se había hecho con escaso derramamiento de sangre y con una casi inexistente oposición por parte de los nativos. Solo algunas zonas al norte de las montañas cantábricas y al sur de los Pirineos permanecían prácticamente sin ocupar, pero esto era más por el desinterés que mostraban los invasores con respecto a esos territorios fríos y húmedos, que porque realmente hubiera existido entre sus habitantes una oposición organizada contra los mismos.
No obstante, en algunos lugares sí que se gestó una
desesperada oposición. Por ejemplo, los partidarios de Agila se
refugiaron en el norte de la actual Cataluña, y allí, durante
algunos años mantuvieron un pequeño e intrascendente reino que incluso llegó a
emitir algunas monedas propias. Pero pronto fueron también absorbidos en cuanto
el impulso musulmán se puso de nuevo en marcha.
Extraído
del libro del autor titulado Al-Andalus (Punto de Vista Editores)
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.