La segunda y excelente novela del escritor estadounidense Hernán Díaz, nacido en la ciudad argentina de Buenos Aires, se titula Fortuna (su nombre original es Trust) y fue publicada en 2022. Yo la he leído en la espléndida traducción de Javier Calvo, aparecida al año siguiente.
Nueva York, la capital económica del planeta Tierra, es el ámbito de esta
novela:
[…]
Y su protagonista, un financiero que encarna una suerte de paradigma
individual del liberalismo que justifica, explica, comprende y posibilita el
capitalismo tal y como es esa manera de explotar la realidad que domina el
mundo que conocemos.
“La intimidad puede ser una carga
insoportable para quienes, al experimentarla por primera vez después de una
vida entera de autosuficiencia orgullosa, de pronto descubren que era lo que le
faltaba a su mundo. Encontrar la dicha se vuelve indistinguible del miedo a
perderla”.
La espléndida prosa de Hernán Díaz nos desafía de cuatro maneras distintas,
todas asombrosas, en las cuatro partes en que se divide Fortuna. Cuatro
estilos para crear cuatro realidades literarias que conforman una sola obra en
la que se nos cuenta una historia para que nosotros mismos construyamos esa
verdad que se oculta en todas las narraciones.
Las citas que has podido leer hasta ahora pertenecen a la primera parte, ‘Obligaciones.
Una novela, por Harold Vanner’. La segunda, ‘Mi vida, Andrew
Bevel’, incluye ya en su título el nombre del protagonista.
“Todo financiero ha de dominar
múltiples disciplinas, porque las finanzas son el hilo que recorre todos los
aspectos de la vida. Son el nodo donde confluyen las distintas corrientes de la
existencia. Los negocios son el denominador común de todas las actividades y
empresas humanas. Esto a su vez significa que no hay asunto que no ataña al
ámbito del hombre de negocios. Para él todo es relevante. Es el verdadero
hombre del Renacimiento. Y por esa misma razón me dedico a la búsqueda del
conocimiento en toda disciplina concebible, desde la historia y la geografía
hasta la química y la meteorología”.
¿Quién es Bevel, en realidad? Tendrás que leer Fortuna completamente
para acercarte a esa verdad imprecisa que esconde siempre la realidad y que la
literatura trata de desvelar por medio del arte de la escritura, para el que
hay que estar, como poco, tan dotado como lo está Díaz.
[…]
La reflexión anterior es del propio Bevel, quien se define absolutamente
cuándo dice que “sea lo que sea que nos ha repartido el pasado, nos corresponde
a cada uno de nosotros cincelar nuestro presente a partir del bloque informe
del futuro”. Bevel es uno de esos tipos que considera que su eficiencia
ganadora salva al capitalismo para el bien común porque “el brazo egoísta
siempre es corto”. Bevel no es un amigo de los tiburones. Es un tiburón.
Un tiburón convencido de que “nuestras existencias giran en torno al
beneficio”, también de que “todos aspiramos a una mayor riqueza” y, por
supuesto, de que “igual que el resto de criaturas vivas, o prosperamos o
morimos”.
Para mí gusto lo mejor de Fortuna está en su parte tercera: ‘Recuerdos
de unas memorias, por Ida Partenza’. En ella, le escuchamos al
padre anarquista de la narradora/protagonista, en una conversación con ella
sobre el dinero:
“¿Inofensiva la ficción? Mira la
religión. ¿Inofensiva la ficción? Mira a las masas oprimidas, satisfechas con
la suerte que les ha tocado porque se han creído las mentiras que les imponen.
La historia misma es una pura ficción. Una ficción provista de ejército. ¿Y la
realidad? La realidad es una ficción con presupuesto ilimitado. Nada más.
¿Y cómo se financia la realidad? Pues con otra ficción: el dinero. El dinero
está en el centro de todo. Una ilusión que todos hemos acordado sostener. De
forma unánime. Podemos disfrutar en otros asuntos, como los credos o las
afiliaciones políticas, pero todos estamos de acuerdo en la ficción del dinero y
en que esa abstracción representa unas mercancías concretas”.
Es al llegar a esta parte del libro donde caemos en la cuenta de que quizás
el meollo de todo no deje de ser una ficción, siendo el libro una ficción, por
supuesto. Pero en este caso hablamos de una ficción tan cierta como lo es el
dinero. La ficción dentro de la ficción.
Ida Partenza es escritora y se acerca (demasiado) a la figura de Bevel,
pero de sí misma, de su familia, de su madre, nos cuenta esto:
“Me resulta devastador que una mujer
vaya a desaparecer hasta ese punto, sin dejar más rastro que una hija que
apenas se acuerda de ella. Durante años, entre un libro y el siguiente, trabajé
en una novela sobre ella. Sigue siendo un proyecto inacabado, y también la peor
equivocación de mi vida de escritora. Como pasé tanto tiempo trabajando sin
éxito en aquel libro, mi madre adquirió ya para siempre la textura y el peso de
un personaje a medio formar en mi mente. Incluso he llegado a desconfiar de mi
amor por ella”.
Si en las dos primeras partes asistimos a la presencia casi fantasmal de
personajes literarios esculpidos como en mármol, un mármol artísticamente
impecable y en dos estilos distintos de escritura, en esta tercera vemos,
escuchamos, a personas de verdad que, sin dejar de ser personajes
literarios, nos hacen creer de una forma más rotunda en la magia de la
verdad mentirosa que es toda novela.
El propio Bevel le dice a Ida que “ahora los acontecimientos imaginarios de
un relato de ficción tienen más presencia en el mundo que los hechos reales de
mi vida”. Y de eso va esta novela, de eso que llamamos ahora la construcción
del relato. La creación de lo que va a quedar, no la reconstrucción de
lo que fue.
Ida lee el libro de Vanner, y en él descubre ese “espacio indeterminado
entre lo intelectual y lo emocional”, ese “territorio ambiguo” que es el
“dominio exclusivo de la literatura”. Lo descubre Ida y nosotros lo estamos
descubriendo al leer esta novela, aunque en realidad quienes las leemos, las
novelas, venimos conociéndolo desde que comenzamos a leerlo.
Existe “una región esquiva entre la razón y el sentimiento” que los
escritores cartografían con su propia escritura, con su propia literatura.
Es el caso, claro, de Hernán Díaz, un escritor a quien hay que considerar entre
los más importantes.
¿Escribir es, o debe ser, “torcer la realidad y alinearla”, hacer que la
realidad sea coherente?
El padre de Ida, de profundas convicciones y actitudes anarquistas,
reflexiona sobre el verdadero protagonista del libro, sobre uno incorpóreo,
amigo del dinero: la riqueza. Se pregunta:
“¿De dónde sale toda esta riqueza? A
lo largo de la historia, el capital ha provenido de la esclavitud”.
[…]
La última de las partes de Fortuna lleva por título ‘Futuros,
Mildred Bevel’. Mildred es la esposa de Andrew Bevel y siendo como ha sido
un personaje central de la trama es ahora cuando irrumpe con sus propias
palabras para protagonizar las últimas páginas de la novela de Díaz. Futuros
es (algo de su) su diario.
“Hay diarios que se escriben con la
esperanza implícita de que se descubran mucho después de la muerte del autor, como
el fósil de una especie extinta de un solo individuo. Otros son posibles gracias
a la convicción de que cada palabra evanescente solo será leída mientras se
está escribiendo. Y otros se dirigen a la encarnación futura del autor: un
testamento para que se abra durante la propia resurrección. Los tres tipos
declaran respectivamente: “Fui”, “soy” y “seré”. A lo largo de los años, mi
diario ha ido vacilando entre estas categorías. Y así sigue, por mucho que mi
futuro sea breve”.
La narrativa personal y casi oculta de Mildred Bevel, donde “las palabras
se desprenden de las cosas”, cierra el volumen, cierra esa verdad esquiva
sobre una realidad que ya no existe.
“La verdad aterradora de saber
que a partir de ahora ya nada se convertirá en recuerdo”.
Fundido a negro.
Fin.
Fortuna es una novela impresionante.
[…]
Este texto pertenece a mi artículo ‘Hernán Díaz escribe
la majestuosa Fortuna’, publicado el 22 de junio de 2023 en Nueva
Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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