Adolfo Suárez en una novela (de Manuel Vicent)


Manuel Vicent
, como él mismo reconociera, creó en 2012 “un juego literario entre la realidad y la ficción” al que tituló El azar de la mujer rubia, una novela magnífica de la que me interesa resaltar hoy, si bien no es el protagonista (la protagonista diríamos que es Carmen Díez de Rivera, ella es la mujer rubia), la figura de Adolfo Suárez.

 

Adolfo Suárez había sido extraído de la computadora para hacer un trabajo sucio. Debía limpiar lo más grotesco de la dictadura: descolgar una araña de una fachada de la calle Alcalá, arriar algunos pendones, retirar ciertos escudos, adecentar el vocabulario fascista, reinventar otras palabras y dejar el camino expedito para que entraran después, sin mancharse las manos, los políticos de cuello blando, esos humanistas con garras de acero bajo el guante de cabritilla, los fascistas enmascarados que habían sido invitados a esta boda. Adolfo Suárez comenzó a usar sus artes ladinas de comunicador, el diabólico regate en seco, su perfil irresistible en las vallas, la fórmula secreta para encandilar a los adversarios en los tresillos del salón de Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados. Creía en todo y en nada, pero daban muy bien en televisión sus ojeras lívidas, la mirada arañada por la vigilia, esa mezcla de súplica y desafío que exhibía en los grandes momentos, todo lo que le había enseñado aquella rubia desclasada, huidiza, Carmen Díez de Rivera.

 


Aunque “los de su misma cuerda lo tomaban por un jeta” lo que era Suárez era “un político en estado puro, capaz de presidir con la misma soltura una monarquía, una república o un sóviet supremo, llegado el caso”. Se puso manos a la obra y “sólo tuvo que levantar el dedo mojado con saliva en medio de la calle para sentir de qué parte venía el viento, dejarse llevar por la deriva y arribar con la democracia hasta la dársena del Congreso, trayendo incluso a Carrillo en cubierta”.

“Un político mercenario” para los unos (los más cercanos ideológicamente), “un tahúr del Mississippi” para los otros (los socialistas, sin ir más lejos), Adolfo Suárez fue “la sublimación de esa parte hortera que el español medio lleva dentro”. Ahí es nada.

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