El debut literario de Luis Landero no pudo ser mejor. Su extraordinaria novela Juegos de la edad tardía no sólo lo consagró (bueno, es un decir, estamos hablando de ti, España, y a ti te lo digo, en tu territorio no se consagra a los escritores, ¿verdad?) como un escritor notable sino que al éxito de público (lector, se entiende, lector de verdad, no esporádico ni lector de esas memeces que son tan libros como los libros que tantos tienen por los libros de verdad) se añadió la merecida obtención de premios tan importantes como el de la Crítica en el año de su publicación, 1989, y el Nacional de Narrativa al año siguiente. [En 2022, el Nacional de las Letras Españolas.]
En el prólogo a la edición de 2005, Landero
escribió todo esto (y más) que ahora puedes leer aquí:
“Teniendo dos vidas a las que atender —la
objetiva y la imaginaria—, el protagonista de Juegos de la edad tardía,
Gregorio Olías, se convierte por fuerza en un impostor. Pero su impostura no es
nunca gratuita: él no inventa nada que no estuviese ya sugerido en sus sueños
de juventud, nada que no hubiese sido en su origen un proyecto sincero y con
vocación de realidad. Es decir: no miente impunemente.
Se limita a actualizar, o a retomar, sus
antiguos afanes, que no por viejos han perdido ni mucho menos su vigencia, sino
que están ahí, esperando la ocasión de una nueva algarada que les devuelva la
primogenitura que perdieron al mismo tiempo que la juventud...
Claro está que la historia de este personaje
es autónoma y ajena por completo a la mía, pero ya puestos al chismorreo
biográfico, supongo que aproveché ciertas experiencias personales para perfilar
la carrera de impostor de mi héroe. De algún modo, yo he vivido a menudo
inadaptado a los ambientes, y a veces eso me ha obligado, o me ha condenado a
un cierto simulacro. […]
Vivíamos en esa edad incierta y trascendente
en que Pureza y Corrupción juegan sus bazas ya definitivas, y ninguno, que yo
recuerde, tenía entonces conciencia política. Sabíamos, sí, que vivíamos en una
dictadura. Pero el dictador habitaba en un palacio, lejos, y no nos concernía:
eso creíamos. Nuestros verdaderos dictadores eran nuestros padres, nuestros
oficiales y capataces y jefes de sección o de taller. Todavía no habíamos
descubierto —y algunos no lo descubrirían nunca— el laberinto de complicidades
en que se asienta todo despotismo. […]
Durante muchos años, desde mi más temprana
adolescencia, el gran objetivo de mi vida había sido aprender a escribir, y
luego a novelar. Era como si hubiese estado allegando destrezas y herramientas
para intentar conquistar ese oscuro mundo de fantasía real que yo sentía muy
adentro del corazón, y donde la conciencia no hacía pie, y que ahora parecía
querer objetivarse y tomar forma... Mi pasado, convertido en ficción
independiente y soberana, me salía ahora al encuentro.”
[De mi libro ¿Qué eres, España?,
publicado en 2017 por Sílex ediciones]
Comentarios
Publicar un comentario
Se eliminarán los comentarios maleducados o emitidos por personas con seudónimos que les oculten.