Los tres milenios de España y Domínguez Ortiz


Tres años antes de su muerte, el historiador español Antonio Domínguez Ortiz publicó su “testamento literario”, así lo llamó él mismo, un ensayo titulado España, tres milenios de historia, habitualmente reeditado desde aquel año 2000 en que apareció editado por la prestigiosa Marcial Pons. Miembro desde 1974 de la Real Academia de la Historia, Domínguez Ortiz fue el segundo galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, en 1982, el primer historiador en obtenerlo.

En el preámbulo de una de las reediciones de España, tres milenios de historia, otro insigne historiador, el británico John Elliott, escribió sobre Domínguez Ortiz, catedrático de instituto de Enseñanza Secundaria, “universalmente llorado”, que fue “uno de los mejores historiadores que han vivido y trabajado en la España del siglo XX”, cuya “producción histórica es prodigiosa” (iniciada en 1946 con su Orto y ocaso de Sevilla) y “renovó la historia social española”. Cuando escribió este libro, “Don Antonio, con noventa años y tres milenios a su espalda, seguía pensando en el futuro”.

Se lamentaba Domínguez Ortiz en el prólogo de algo sobre lo que él sabía mucho, de “la ausencia de una auténtica enseñanza histórica en los actuales planes de enseñanza obligatoria” (estamos en 2000, ¿todavía hoy se da tal situación, o quizás hoy sea aún peor?). Por eso, sin ir más lejos, es por lo que proponía “recuperar el sentido histórico de los hechos, para lo que esencial la temporalidad, la causalidad, el antes y el después”. Si “el sociólogo estudia en abstracto el concepto de crisis agraria, por ejemplo”, el historiador, por su parte, “estudia el encadenamiento de una serie de crisis concretas, ligadas a unos entornos, y entonces no nos basta retroceder al siglo XIX para entender las crisis agrarias del XX, hay que ir mucho más atrás, individualizar, enlazar con ideas, sentimientos, leyes que pueden datar de hace muchos siglos”.

 

“Escribo, pues, estas reflexiones que abarcan desde que el conjunto de los pueblos que viven en la piel de toro adquiere un sentido de unidad, al menos visto desde fuera, desde las noticias consignadas por escritores griegos y romanos. Si la fecha de 1100 a. C. para la fundación de Cádiz es exagerada, puede, sin embargo, decirse que desde el Hierro hay ya en la Península ciertos factores de unidad e interrelación entre sus pueblos”.

 

Sí, España y sus tres milenios de historia: ese es el cariz arriesgado, hoy avejentado, sin duda, del último libro de Antonio Domínguez Ortiz, que, no obstante, tiene un interés singular por haber sido escrito por un historiador de un prestigio inagotable, al menos entre los historiadores de las generaciones más viejas. ¿Todavía hoy lo tiene? Diríase que sí. Seguramente no entre los historiadores más ideologizados, más próximos a la cultura del trauma y el deseo.

 

Los orígenes, la romanización, el Medievo

¿Por qué tanto retrotraerse? El autor nos dice que “sólo puede hablarse de una historia de España cuando los diversos pueblos que la forman comienzan a ser percibidos desde el exterior como una unidad”, y que será mucho después cuando “llegará la asunción de ese mismo sentido de unidad por los propios hispanos”.

 

“No me he propuesto hacer una historia convencional. No es preciso buscar omisiones, lagunas. Las conozco, son deliberadas. Lo que yo he querido hacer es un cañamazo de historia política que es el sustento de las demás historias. Y sobre ese fondo enhebrar algunos episodios, algunos comentarios que pueden coincidir o no con los de los lectores”.

 

Un cañamazo. Un cañamazo con comentarios enhebrados que, con seguridad, encontrarán opiniones distintas. La Historia, vamos.

Es en el siglo III a. C. cuando la rivalidad entre Roma y Cartago “introdujo a Hispania en la historia universal”.

 

“La romanización fue un hecho decisivo en nuestra historia; está en la base de la existencia de España como unidad nacional. Fue un proceso muy largo; empezó con la conquista y en cierta medida continuó aún después de la caída del Imperio, porque la Iglesia cristiana en algunos aspectos tomó el relevo”.

 

En la Edad Media, el visigodo fue “el primer estado hispánico” y la “llamada Reconquista, fenómeno puramente español, sin equivalente en Europa, fue el generador de la individualidad hispánica”. La simplificación de este largo periodo medieval “en los manuales escolares ha producido tantas confusiones y malentendidos”.

 

“La Reconquista no fue lo contrario de la conquista, aunque así parecieran entenderlo los cronistas cristianos. Evidentemente, hay congruencias, semejanzas: el factor religioso, aunque no único, estuvo presente durante ocho siglos de luchas”.

 

En aquellos siglos medievales, “la Meseta, desde el Tajo hasta los montes cantábricos, se constituyó en el núcleo de España, hecho nuevo que perduraría hasta la crisis del XVII, e incluso más tarde por efectos de inercia”.

 

La Edad Moderna


Asegura Domínguez Ortiz que “España tiene un puesto asegurado en los manuales de historia universal por su protagonismo en dos hechos capitales: su participación en la política europea en los siglos XVI y XVII y el descubrimiento y colonización de América”.

 

“Cuando las carabelas de Colón arribaron a playas americanas atravesaron una especie de túnel del tiempo, pusieron en contacto dos mundos que habían evolucionado por separado y el choque fue brutal”.

 

Domínguez Ortiz se mueve por los siglos del Antiguo Régimen con la naturalidad que le permite ser una eminencia de la materia. Quizás sean esas páginas lo mejor del libro.

 

“En la Edad Moderna española las tensiones sociales seguían siendo vivas y en ocasiones revistieron formas muy violentas, por ejemplo, en el reino de Valencia; pero, en general, el robustecimiento del Estado hizo que las tensiones y transformaciones discurrieran por cauces pacíficos. Siguió vigente el esquema tripartito de la sociedad estamental, aunque mezclándose y contaminándose de mil maneras con la emergente sociedad de clases basada en criterios económicos, justificando la observación de Sancho Panza, exagerada en su formulación, pero acertada en el fondo: Dos linajes solos hay en el mundo, el tener y el no tener”.

 

Sobre el “debatido tema de la existencia de una verdadera burguesía en la sociedad española del Antiguo Régimen”, el historiador sevillano, nacido en 1909, dice:

 

“En esta cuestión, como en la del feudalismo, las dificultades nacen en gran parte de problemas conceptuales o semánticos: ¿qué debemos entender por burguesía? Desde el punto de vista etimológico, burgués es el habitante de la ciudad. Su predecesor medieval es el ruano, que viene a tener la misma etimología: el hombre de la calle. Así se denominaban también los judíos y conversos de Palma de Mallorca. Su función esencial era el comercio y también la finanza, los préstamos; no encajaba en la división tripartita de la sociedad, era ejercida con frecuencia por elementos extraños a la misma, suscitaba rechazos y a la vez se apreciaba su necesidad. El reforzamiento del Estado acrecía la necesidad de administradores profesionales, de funcionarios competentes. Por agregaciones sucesivas de elementos dispares se iba configurando ese grupo social que llamamos burguesía. Las dificultades nacen de que, si bien las diversas ramas de la burguesía no encajan en el esquema estamental tripartito, la realidad impuso siempre acomodamientos y compromisos, y hubo nobles comerciantes y eclesiásticos que ejercían de secretarios, y campesinos que alcanzaban situaciones elevadas, lo que, lo mismo se puede interpretar como ampliaciones lógicas de un modelo que como elementos nuevos, factores de ruptura”.

 


La contemporaneidad

Una tercera parte de las páginas de España, tres milenios de historia está dedicada a la Edad Contemporánea española. Domínguez Ortiz explica que el marco jurídico del Estado no fue en el siglo XIX (no lo será nunca, hasta tiempos muy recientes) “fruto de un consenso; cada partido tenía su propia visión, su propio programa, y por eso, las constituciones, no tenían la solidez que requiere la ley fundamental del Estado”. Todas las constituciones del XIX eran constituciones partidistas, “no marcos aceptados por todos dentro del cual se desarrollara el juego normal de los partidos”.

 

“El movimiento pendular característico de la política contemporánea española pasaba de la agitación del Sexenio a la calma chicha de la Restauración”.

 

En el siglo XX, “España aparecía como una potencia marginal y secundaria que no tenía ni la capacidad ni la voluntad necesarias para intervenir con voz propia en lo que solía llamarse concierto europeo”. Lento era el crecimiento demográfico: de 18,5 millones de habitantes en 1900, solamente se llegaba a 20 millones diez años después, “no por deficiente natalidad, que (salvo en Cataluña) era alta, sino por unas elevadas tasas de mortalidad, producto de la deficiente alimentación de las clases populares y de unas condiciones higiénicas deplorables”. Sobraban los profundos, estructurales y muy conflictivos problemas religiosos y también, y sobre todo, sociales, sin menospreciar los territoriales (fuera, Marruecos; y dentro, especialmente Cataluña) y militares.

Mirando en conjunto el reinado de Alfonso XIII, “y a pesar de que hubo momentos brillantes y avances innegables, se nos aparece como un plano inclinado que condujo al régimen hacia su traumático final”.

 

“Eran, pues, muchas y muy graves las circunstancias que ensombrecían el panorama político en el otoño de 1923; pero la más grave era la inoperancia total de los partidos clásicos”.

 

Y llegó así la dictadura de Miguel Primo de Rivera ese año. Para Domínguez Ortiz (quien dice en este punto seguir el hilo de sus recuerdos, sic), lo que hundió a la Monarquía fue, “más que los seis años de dictadura primorriverista, los quince meses de una torpe transición en la que el país se ejercitó en vilipendiar” al rey.

 

“Los resultados de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 sorprendieron por su contundencia a los propios republicanos. Triunfaban en el conjunto del país las candidaturas monárquicas, pero vencían los republicanos en casi todas las capitales de provincia, cuyo voto se reputaba más auténtico. Nada más saberse el resultado ondearon banderas republicanas por todo el país…”

 

En algunas localidades se proclamó casi de inmediato la República. La Segunda española, que nacía “de forma apresurada, sin maduración suficiente, recogiendo la herencia de un régimen que había caído víctima de sus propios errores”. No le falta razón al insigne historiador cuando apunta que “suele decirse que fue una república sin republicanos y hasta cierto punto es verdad”.

Llegados a 1936…

 

“A un país dividido en dos mitades debería corresponder o un gobierno de coalición o el gobierno de una mitad en consenso con la otra mitad. Pero no era ése el clima que predominaba en la primavera de 1936; la masa no era extremista, pero había sectores muy violentos en ambos bandos; era la hora de las venganzas, de las revanchas, y cuando un gobierno (el que formó Casares Quiroga) se declara beligerante contra sus adversarios puede temerse lo peor. Todo fue esperpéntico en aquel semestre rojo que siguió al bienio negro…”

 

Afirma Domínguez Ortiz que “los proyectos para hacerse con el poder por medios violentos menudeaban en ambos campos”; si bien matiza que “no se ha demostrado que hubiera una trama organizada de las izquierdas más radicales para hacerse con el poder. Por parte de las derechas sí había dos, una monárquica, que confiaba obtener el apoyo de Mussolini, y otra militar, cuyos hilos tejía el general Emilio Mola desde su puesto de gobernador militar de Pamplona”. El autor de España, tres milenios de historia no duda en encontrar los culpables de la Guerra Civil de 1936-1939:

 

“Ya terminada la guerra, en julio de 1939, escribía [el socialista y ex ministro Indalecio] Prieto a [su correligionario y expresidente del último Gobierno republicano Juan] Negrín: Pocos españoles de la actual generación están libres de culpa por la infinita desdicha en que han sumido a su patria. De los que hemos actuado en política, ninguno”.

 

Llegamos al franquismo, a la dictadura de los vencedores de la Guerra Civil, la dictadura unipersonal del general Francisco Franco:

 

“Para muchos españoles el franquismo es pura historia; para otros muchos es todavía una mezcla de historia y vivencia”.

 

Todavía hoy, don Antonio. Todavía hoy. Le faltó añadir que para muchos españoles el franquismo es un periodo desconocido y mal entendido y para otros muchos una época vivida que se hunde en una memoria dañada, porque la memoria siempre está dañada. Menos mal que los historiadores nos encargamos de explicarla. Si bien uno no sabe muy para qué, con el poco caso que se nos presta.


Me resulta difícil entenderle a usted cuando arguye que “la historia humana tiene leyes, comportamientos, que, como los del corazón, parecen independientes de la cabeza, de la lógica”. Y no sé seguirle cuando escribe que “el curso de la historia humana [qué manía, cuál va a ser, no hay otra] marca rumbos inesperados; tan pronto se forman peligrosos remolinos en un mar en calma como se disipan por sí mismas turbulencias amenazadoras”. Es como si fuera algo inexplicable, la historia, digo: ¿entonces para qué estamos aquí usted y yo, don Antonio? Aunque, en el fondo, le comprendo, qué delirio la historia humana.

Acaba el libro, y lo hace llegando hasta la Transición:

 

“La primera fase del reinado de Juan Carlos I corresponde a lo que suele llamarse la Transición, una de las más originales e interesantes historias de nuestra historia”.

 

Fue aquél un tiempo en el que “España se benefició de unas circunstancias internacionales favorables y de un deseo muy extendido de evitar los errores y tragedias del pasado, porque de los escarmentados salen los avisados”.

Domínguez Ortiz se despide de ustedes argumentando que “tenemos ya la intuición del papel decisivo que representan para el ser de España y sus moradores, para su papel histórico de mediadora entre los pueblos que la integran y esa otra unidad superior que es el mundo occidental al que pertenecemos, estas etapas finales del milenio”.

España, mediadora de los pueblos que la conforman; España, perteneciente a una unidad superior a la que conocemos como mundo occidental. España.

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