Reformadora social, Concepción Arenal fue una auténtica pionera de la contemporaneidad española. Y si no, baste con ver su actuación y su pensamiento en determinados ámbitos: reclamó para la mujer una nueva consideración social (reivindicando su derecho a recibir instrucción superior y a ejercer profesiones reservadas a los hombres) y demandó la renovación del sistema penitenciario, sobre el cual, con una frase que se haría célebre, afirmó: “Odia el delito, compadece al delincuente”.
Concepción Arenal Ponte nació en la coruñesa ciudad
de Ferrol el 31 de enero de 1820. Huérfana de padre (un
militar liberal opuesto al absolutismo de Fernando VII)
desde 1829, ese año se trasladó con su madre y hermanas a la localidad cántabra
de Armaño.
En 1834 marcharon a Madrid, y allí Concepción estudió
en una institución de enseñanza para señoritas distinguidas. Pronto inició una
nueva vida marcada por la ruptura de las convenciones. Ataviada con ropas
masculinas, asistió como oyente a la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central entre 1842 y 1845, y se incorporó a diversas
tertulias reservadas igualmente para hombres. Conoció así al abogado y periodista Fernando García Carrasco, con quien contrajo matrimonio en 1848 y con el que, desde 1855,
colaboró en el periódico liberal La Iberia.
Tras fallecer su esposo, en 1857, se afincó en el hoy
municipio cántabro de Potes, donde entabló amistad con el músico Jesús de Monasterio;
y, en 1859, fundó, animada por él, la rama femenina de las Conferencias de San Vicente de Paúl para ayuda de los pobres.
Un año después escribió La beneficencia,
la filantropía y la caridad, premiada por la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas.
Nombrada visitadora
de prisiones de mujeres en
1863, manifestó su malestar por las condiciones de la población reclusa
en Cartas a los delincuentes (1865) y se mostró
partidaria de reformar el Código
Penal, lo que supuso su cese.
Poco después, su Oda a la esclavitud (1866) triunfó
en un certamen convocado por la Sociedad
Abolicionista.
En 1868, derrocada Isabel II e
iniciado el Sexenio Democrático, el Gobierno provisional presidido por Francisco Serrano la nombró inspectora de casas de
corrección de mujeres (puesto
que ejerció hasta 1873). Un año después, publicó La mujer del
porvenir, quizá su libro más recordado. En 1870 participó en la
fundación de La Voz de la Caridad, publicación quincenal
en cuyas páginas denunciaría durante los siguientes 14 años, en centenares de
artículos, la situación de los centros
penitenciarios y la miseria
de la sociedad.
También constituyó, en 1872, la Constructora Benéfica, para facilitar viviendas baratas a los obreros; y participó en la
implantación en España de la Cruz
Roja durante la tercera Guerra Carlista (1872-1876),
sirviendo en el hospital de sangre de Miranda del Ebro.
Fallecida en Vigo el 4 de febrero de 1893, otras obras
suyas fueron El visitador del pobre (1860), La
ejecución de la pena de muerte (1867), Estudios
penitenciarios (1877), La
instrucción del pueblo (1878), Ensayo sobre el derecho de gentes (1879), La cuestión social (1880), La
mujer de su casa (1881), Estado actual de la mujer en España (1884) y La educación de la mujer (1892).
Este artículo fue
publicado el 20 de noviembre de 2013 en Anatomía de la Historia, la
revista digital que yo dirigí.
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