A finales del año 2021, el periodista (e historiador, pero sobre todo periodista) español Toni Padilla publicó El historiador en el estadio: un ensayo sobre la geopolítica del fútbol.
Conviene aclarar algo
antes de hablar de este libro. Antoni Padilla Montoliu (Toni Padilla en sus
libros) nos advierte pronto al respecto.
“Este es un libro que no escribiría un historiador”.
Ya antes, el propio
Padilla se encarga de decirnos, en ese sentido, que, “en ocasiones, la mejor
forma de explicar la historia es que parezca un cuento para niños”. Sic.
Fútbol, que de eso,
especialmente, va el libro de Toni Padilla: “desde mis años en la universidad, usar
el fútbol para explicar la historia ha sido una de mis obsesiones”; y, al revés,
“la historia nos permite entender lo que sucede en el fútbol”. Así como el
fútbol nos ayuda a entender la sociedad. “Este libro trata “de cómo la política,
la historia y el fútbol caminan de la mano”. Amistosamente o peleados.
El libro no es, vaya por
delante y como aclaración precautoria, una historia del fútbol. Ni lo es ni lo
pretende. No serviría como tal. No obstante, algo de esa historia sí se
vislumbra leyendo sus páginas, aunque más de la historia sin más que de la del
balompié. Es en su primer capítulo cuando el historiador hace su magia y
nos explica históricamente el surgimiento de eso que llamamos fútbol en
todo el planeta Tierra.
El nacimiento del fútbol
moderno (del fútbol, en definitiva) es hijo de la Revolución industrial y del Imperio
británico, que, tras traerlo al mundo, lo llevó a los rincones que dominaba o
donde comerciaba abiertamente. Jugado inicialmente “por chicos de buena cuna en
las universidades, se convirtió en el deporte más popular del mundo cuando
llegó a los trabajadores”.
Un año significativo en
su historia: 1885, que es cuando la FA (lo que hoy es la Asociación Inglesa de
Fútbol, es decir, The Football Association, la primera organización nacional
del balompié) aceptó el profesionalismo.
El historiador en el
estadio nos lleva al México de la Revolución, al nacimiento del fútbol femenino,
también en Inglaterra, hasta aquellos griegos que se llevaron a Grecia sus
equipos de Jonia, al primigenio estado de Israel y sus clubes de fútbol…
Sabemos del equipo
boliviano que combatió en la guerra del Chaco, de aquel Bayern de Múnich bajo
el nazismo, de la resistencia (futbolística) etíope a la invasión italiana, de Chile
y el frentismo de los años 30 (del siglo XX)…
Me interesa centrarme en
uno de los capítulos del libro, quizás el más interesante si uno espera encontrara
en él una historia del fútbol, el titulado ‘1914, Dick, Kerr’s Ladies
FC (Inglaterra): las obreras que crearon el fútbol femenino’.
“La Primera Guerra Mundial paralizó por
momentos el fútbol masculino en la vieja Europa, aunque se siguieron marcando
goles, ya que fue la Gran Guerra la que permitió ver la primera era dorada del
fútbol femenino en el Reino Unido. Más de medio siglo antes de los primeros
intentos para organizar competiciones internacionales entre mujeres, realizados
en los años 70, ‘una generación de futbolistas llenó estadios aprovechando que
los hombres vestían uniforme militar’, me explica Tim Desmond, director del
Museo Nacional del fútbol de Manchester”.
Pero enseguida se creó “una
perversa estrategia contra el fútbol femenino”. El 5 de diciembre de 1921, la FA
emitió una circular prohibiendo a los equipos de fútbol ceder sus campos para
partidos de fútbol femenino. “En el comunicado se afirmaba que ‘el fútbol no es
apropiado para las mujeres’, añadiendo que se había encargado un informe a un
médico que demostraba que la práctica del deporte no era buena para las mujeres”.
Habían sido aquellos los tiempos en que destacó la primera figura indiscutible
del fútbol femenino, Lily Parr (es Lilly, no Lili: editores y autor), los
tiempos en que “muchos fines de semana los partidos de las chicas del Dick, Kerr’s
Ladies tenían más espectadores que los de la liga masculina”.
… Nagasaki e Hiroshima y sus equipos de fútbol, las dos Coreas, la nueva África independizada y el fútbol, la isla de Papúa, la ciudad irlandesa de Derry y sus equipos de dos países distintos, el Chipre dividido también, el equipo argentino de las víctimas y los verdugos durante la última dictadura, “Soweto es fútbol: cómo no”, Brasil, el país que prohibió a las mujeres jugar al fútbol durante cuatro décadas, las reivindicaciones bereberes en Argelia…
Si esperabas que se
hablara de Líbano, acertaste: Líbano y cómo en su infinita guerra civil el
fútbol también fue usado como arma. El fútbol manchado con el dinero de
los cárteles colombianos de la droga, el Alto Karabaj (estamos ya en 1988),
Irak, por supuesto Irak, y el desmoronamiento soviético en Asia Central, por
ejemplo, la guerra de la antigua Yugoslavia… Sale en el libro de Padilla hasta
el Sheriff Tiraspol de Transnistria antes de ganarle al Madrid un partido de la
Champions… Y no podía faltar, y no falta, el genocidio ruandés, ni Chechenia (donde
llegaron a jugar Eto’o y Roberto Carlos). Por haber, en El historiador en el
estadio hay hasta asirios. Asirios, sí. Asirios en la Liga sueca de fútbol.
Y Ucrania, por supuesto.
“Algunas guerras te persiguen toda la vida. Cuando eres niño y ves en una pantalla cómo lloran las madres, esas imágenes acaban por volver a tu memoria con el paso de los años. Un día, sin saber muy bien el porqué, recuerdas la sangre en el suelo de un mercado de Sarajevo, esos milicianos serbios borrachos obligando a beber rakia a un croata asustado en Vukovar, una multitud enfurecida agrediendo a una mujer acusada de colaborar con los soldados de Estados Unidos en Somalia. Estos fueron mis demonios. Con ellos, poco a poco, dejé de ser niño para entender que no todo lo que salía en la televisión era ficción”.
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