El escritor argentino Roberto Fontanarrosa nació y murió en la ciudad de Rosario. Lo uno en 1944, lo otro en 2007.
En el año 2000 se publicaron por vez primera la compilación de sus maravillosos cuentos dedicados al deporte más popular de su país (y de casi todo el mundo) bajo el título de Puro fútbol. Una reunión de relatos que yo acabo de leer en una edición algo posterior, de 2013, maravillado, divertido, a veces emocionado de tanta verdad narrada, inventada, recreada, artísticamente puesta a mi altura humana de enamorado de la literatura… y del fútbol.
Son 23 cuentos que
habían ido apareciendo en todos los libros de relatos de Fontanarrosa
publicados entre el año 1977 y el año 1998 (con posterioridad, el rosarino
escribió más libros de cuentos). En Puro fútbol hay relatos de los
siguientes libros suyos de narrativa breve: Los trenes matan a los autos
(1977), El mundo ha vivido equivocado (1985), No sé si he sido claro (1986),
Nada del otro mundo (1987), El mayor de mis defectos (1990), Uno
nunca sabe (1993), La mesa de los galanes (1995) y Una lección de
vida (1998).
No hay más que leer el
final del excelente cuento ‘Memorias de un wing derecho’ para ver a qué calidad
nos referimos cuando hablamos de la excelencia literaria de Fontanarrosa:
“Porque los escuché decir que iban a las maquinitas.
Siempre hablan de las maquinitas. Vaya a saber qué es eso. Acá una vez al club
trajeron una. Yo siempre escuchaba unos ruidos raros, unas cosas como pluic,
plinc,clun. Y unas sacudidas. Unas luces. Pero después no la
sentí más. Dicen que se le jodió algo adentro a la máquina, algún fusible, y
nunca hay guita para comprarlo. Son máquinas delicadas. De esas que hacen los
yankis. Por eso los muchachos siempre vuelven. Porque el fútbol es el
fútbol. Esa es la única verdad. ¡Qué me vienen con esas cosas! Son modas que
se ponen de moda y después pasan. El fútbol es el fútbol, viejo. El fútbol, la única
verdad. ¡Por favor!”
Extraordinario es también el cuento que tiene como protagonista a Palito Salvatierra, titulado ‘Lo que se dice jugador al fulbo’. Por su parte, ‘¡Qué lástima, Cattamarancio!’ es una brillante sátira sobre el fútbol en tanto que espectáculo sobre la realidad.
El cuento ‘19
de diciembre de 1971’ es una loa portentosa a los seguidores, digamos los hinchas, de los equipos
de fútbol y acaba resultando absolutamente desopilante su manera de explicarnos
la mejor manera de elegir cómo morirse.
Antológico es el chispeante
aunque emocional y, como todos los de este libro, muy futbolero ‘Wilmar
Everton Cardaña, número 5 de Peñarol’, una obra maestra del arte de contar
historias.
Fontanarrosa inventa el
antecedente científico, ficticio, claro, del VAR en su cuento ‘Fútbol
y ciencia’, donde no obstante lo que vemos es la típica burla de quienes, siendo
realmente algo retrógrados en su forma de entender el mundo, parecen mostrarse
muy respetuosos con la dignidad humana. (Lo siento Roberto, no he podido
evitarlo.)
‘Escenas
de la vida deportiva’ es la graciosa historia que todos los que no hemos jugado en serio casi
nunca al fútbol (es un decir) hemos vivido alguna vez. (Y me inspiró un cuanto
que no le llega a la altura del betún a éste, por supuesto.)
El fútbol de los
aficionados, el fútbol de los apasionados y el transcurrir del tiempo fluye
genial en la maravilla que es ‘La observación de los pájaros’: “¿cómo es posible que
tarden tanto en pasar 45 minutos?, ¿cómo puede ser que se transformen en una
eternidad inacabable?; lo que a uno le destruye es la ansiedad”; al final, la
derrota es lo de menos. “Hay que estar más entrenado que los jugadores, carajo”;
uno ha envejecido cinco años otra vez, “igual que siempre, todo
por un clásico, apenas un partido de fútbol, simplemente”.
El muy sombrío cuento ‘Entre
las cañas’ ilumina ese lugar a menudo terrorífico donde jugar al fútbol nos
convierte en algo quizás muy alejado de lo humano. A algunos.
En ‘Algo
le dice Falero a Saliadarré’ volvemos a asistir a la crónica radiofónica
de un encuentro de fútbol real, si bien tamizada por lo que se nos narra
como si estuviéramos verdaderamente dentro de la cancha. Genial de nuevo Fontanarrosa:
“¡Lo tocan a Pedraza cuando al final vacilaría
y ahí tiro libre de enorme riesgo para el arco defendido por Meroni! ¡Dejó un
hombre, a dos, a tres Pedraza en su camino y fue Jastreb el que lo tocó de
atrás y ahora, cuando falta apenas un minuto para terminar un partido que gana
el local dos a uno, el equipo visitante tiene la posibilidad, la chance y la
ocasión propicia para alcanzar la paridad y llevarse un empate de oro para
Avellaneda! […] ¡Qué tensión inenarrable se vive en el estadio monumental de
Núñez frente a esta alternativa del juego que puede definir un partido que ha
sido muy parejo hasta el momento!”
‘El
relato de un utilero’ cierra magistralmente el libro con la luminosa historia de una suerte de
héroe mitológico que jugaba al fútbol en los campos de medio mundo, argentinos
también, por supuesto.
Roberto Fontanarrosa era
un inteligente enamorado del fútbol. También un hincha. Un
hincha de Rosario Central. De Central. Un hincha que escribía primorosos
cuentos sobre el deporte que adoraba. Puro fútbol.
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