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José Luis Ibáñez Salas, el editor que dejó de serlo; por Justo Serna


Las últimas noticias que tenemos de José Luis Ibáñez Salas son muy gratificantes. Ha dejado su faena editorial y los trabajos viles y urbanos, esos que debemos afrontar cada día. Un agraciado golpe de la fortuna y su quehacer le han salvado de las rutinas laborales.

Lo echaremos en falta. Quienes somos sus amigos nunca podremos olvidar al tipo hiperactivo que editaba seis libros a la vez sin dejar de hablar. Lo digo yo, Justo Serna, uno de sus más prolíficos autores. Lejos de rechazar los originales o de poner excusas, José Luis aceptó los veintisiete libros que me ha publicado. Y también otros... Con otro escritor, de cuyo nombre no quiero acordarme, pude endosarle catorce obras más. El libro del que nos sentimos más orgullosos es España Bizarra, un éxito que va por la decimonovena reimpresión. Gracias a aquel del nombre olvidado, el volumen tiene páginas de mucha hondura.

En sus diversos capítulos analizamos con seriedad y erudición las aportaciones e invenciones españolas más desastrosas. Hay uno muy relevante: es el que hemos dedicado a los palos. En ese apartado estudiamos la evolución y pérdidas de este instrumento:  desde el chupa-chup sin palito hasta el mocho de palo telescópico. En su día, dicha 'Historia' la descartaron prestigiosísimas editoriales. Imagino que entendían que no encajaba en sus fondos, esos catálogos de obras tan previsibles. Sin embargo, José Luis supo advertir de inmediato los gustos del público, lo que los lectores aún demandan y son.

Durante mucho tiempo recordaremos sus continuos gestos amistosos y su infatigable laboriosidad. De los varios libros que José Luis escribió, dedicados a Nino Bravo, José Vélez, entre otros, hay uno que sobresale. Es una voluminosa biografía de Sam Cooke. La escribió en pocas semanas. Esta obra, que Sílex incorporó a su catálogo tras larguísimas conversaciones, es un estudio documentado y yo diría que acertado. Tiene alguna errata inevitable que el editor que es y sigue siendo José Luis no se perdona. Pero la sabia combinación de estructura y relato hacen de este libro un texto fundamental de la canción. Las obras de José Luis, esas biografías de Bravo, Vélez, Cooke, etcétera, son ya parte del canon canoro de la España más culta.

José Luis estudió historia. Se licenció en Historia Moderna y Contemporánea. Así, con mayúsculas, pues son materias de las que supo sacar mucho provecho. Sus compañeros de carrera en la Universidad Autónoma de Madrid lo admiraban o lo envidiaban o ambas cosas a la vez. Veían en él a un melenudo perdurable: un cantante que se dedicaba a enamorar a las chicas con versiones de sus admirados ídolos: Nino Bravo, José Vélez y Sam Cooke. Perdió el pelo, pero no perdió las amistades. Al contrario, ganó otras nuevas gracias a su bonhomía.

Ahora se dedica a la meditación, al silencio. Se dice que padece afasia. No tenemos pruebas, aunque es verdad que sólo escribe cartas. En ellas me dice que ha decidido no leer más. Se lo puede costear, claro. "Un afortunado golpe de suerte y el tesón han cambiado para siempre su existencia", podemos leer en una fotocopia que me adjuntó de 'El Faro de Cantabria'. "Nuestro casi paisano compró dos décimos de lotería del Niño", añade el cronista. "Lo hice a tontas y a locas", responde José Luis Ibáñez. "Vi un papel con el número. Estaba adherido a un cristal esmerilado del bar que frecuento en mi barrio. Fue una corazonada". La suerte le agració con miles y miles de euros. No damos la cifra exacta porque es una grosería revelar estas cosas.

Ahora, retirado de la edición, de la escritura y de la lectura, vive en un viejo caserón de sus ancestros, allá en la Montaña, en Cantabria. Esta cerca de un aserradero. No es ninguna molestia: el ruido le produce tanto placer como el silencio. En su hogar carece de conexión a Internet y, según me confesó por carta postal, los únicos libros que tiene son los de instrucciones: el manual de una sierra mecánica. Viste ropas rústicas, se toca el cráneo con una boina. Se le nota cierto desaseo indumentario. Por lo demás, José Luis sigue siendo la misma persona. No habla, no lee, no escribe ni publica libros, pero recibe con humildad de eremita a quienes acuden a visitarlo.


[Este cuento de Justo Serna fue escrito en diciembre de 2014] 

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