La Historia, tarea de historiadores
John Lukacs nació en 1924 en Hungría pero, nacionalizado estadounidense, desarrolló prácticamente toda su carrera como profesor en universidades del gigante norteamericano. Es considerado como uno de los grandes maestros vivos de la Historia, la disciplina a cuyo estudio además ha dedicado algunos de sus mejores textos, convertidos en obras maestras de la historiografía por tanto, y es por supuesto un admirado y reputadísimo especialista en la investigación y la divulgación de la historia, principalmente de los tiempos en que transcurrieron la Segunda Guerra Mundial y su correlato, la Guerra Fría.
La Historia, la disciplina, y la historia, lo que estudia esa misma disciplina. Ya sabes, lector.
Centrémonos en lo que
Lukacs piensa de la Historia, de lo que quiera que sea el “pasado recordado” al que llamamos
Historia. Para ello vamos a ayudarnos de la lectura de un librito
indispensable, excelentemente traducido para la editorial
Turner por María
Sierra en 2011, el mismo año de su publicación original: El futuro de la Historia.
Si la Historia no nació,
como disciplina (ojo a la mayúscula), hasta bastante avanzado el siglo XVIII,
la conciencia histórica,
esto es, la tendencia generalizada a incardinar cada acontecimiento en un
tiempo histórico conocido o reconocible, había nacido algo antes y ha logrado
impregnar de manera evidente la cultura de Occidente y aun la del resto del
mundo de tal manera que no es extraño que lo habitual es que seamos capaces de,
al menos intentar, entender todo en función de su lugar en la cronología del
ser humano.
Lukacs llega a afirmar
que “nuestra actual conciencia histórica ha sido uno de los hitos estelares de
la Edad Europea”, que es el nombre por él acuñado al periodo de tiempo
transcurrido entre 1500 y 1950.
Estamos por tanto ante
un elemento de la cultura relativamente reciente, lo que no quiere decir que
antes del XVIII no hubiera historiadores.
Y lo fundamental en la
manera que Lukacs tiene de entender la Historia: no
es una ciencia, aunque tanto la mentalidad científica como su método
coincida en el tiempo, solo en el tiempo, con el desarrollo de lo que acabamos
de llamar conciencia histórica.
La Historia es literatura, no ciencia, y no puede ser comprendida sin conocer
el gran género literario de los tres últimos siglos, la novela, esencial para moldear la conciencia
histórica.
Como ya defendimos en el
editorial que sirvió de base fundacional de Anatomía
de la Historia, sin mencionar entonces a Lukacs: “los historiadores narran acontecimientos
verdaderos cuyo actor es el hombre. La
Historia es una novela verídica”; usando entonces las palabras del
historiador francés Paul Veyne.
Escribir Historia es
además reconstruir, por supuesto, usando eso sí fuentes
auténticas, provenientes de personas ciertas, reales, “hombres y mujeres
que vivieron de verdad”, de los cuales los historiadores relatan de nuevo sus actuaciones y sus
propias palabras, pero sin
recrearlas –pues “la historia escrita no recrea: describe”, como Lukacs
afirma–, y lo hacen con un lenguaje accesible para los lectores, comprensible.
Hechos reales, esa es la base de la Historia en tanto que literatura. Lo verdadero,
su búsqueda y la permanente
denuncia de lo falso como substancia nuclear de las
investigaciones llevadas a cabo por los investigadores. Mostrar la verdad, esa es la razón de ser de la
Historia.
¿Y su futuro? Pues al final lo menos relevante de esta obra es lo
que en ella se dice del futuro de la Historia, ¡qué cosas!
Concluyamos con la
rotundidad con la que el historiador de origen húngaro indica cuál es, a su
juicio, el fin último de su oficio:
“La tarea principal de
los historiadores, quizá en especial hoy día, es recordarle a la gente [las] conexiones innumerables e
infinitas (y también misteriosas) que
ligan el presente y el pasado. Los historiadores deben considerarse a
sí mismos algo más que especialistas en una faceta tradicional del
conocimiento. Deberían verse como guardianes
de la civilización, humildes pero firmes.”
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