Infierno, Purgatorio, Paraíso (una novela de Jordi Ibáñez Fanés)
El filólogo e historiador español Jordi Ibáñez Fanés, autor de diversos ensayos, poemarios y novelas, publicó a finales de 2021 su novela Infierno, Purgatorio, Paraíso, a la que la editorial Tusquets tuvo el gusto de decorar en su cubierta con la obra que el italiano Sandro Chia pintara en 1987 y titulara Troglodite Erudite. Un cuadro que viene muy a cuento de cuanto podemos leer en el interior de este libro complejo literaria y ensayísticamente. Porque sí, es esta una novela de las que encierran en sí mismas un ensayo. Arriesgada y difícil, muy difícil. De leer, pero sobre todo de disfrutar. Y se disfruta, no obstante. Yo la he disfrutado. Con altibajos.
Infierno, Purgatorio, Paraíso se abre con esta
espléndida cita de Juan Marsé:
“Creo en lo que
dijo Walter Benjamin: la narración siempre viene de lejos, y aunque no sea
verificable le concedemos crédito, mientras que la información (prensa,
televisión, radio) viene de lo próximo y es verificable, y sin embargo muchas
veces no es creíble”.
Sobre la categoría de la literatura de Ibáñez Fanés quiero comenzar dejando
constancia con este párrafo de alguna de las primeras 20 páginas de su novela:
“Fui bajando por
el camino que bordeaba el bosque. Andaba cada vez mejor. Ya no estaba cansado pero
tenía hambre, y continuaba teniendo sed, mucha sed. Una nueva oleada de
nostalgia sin objeto me dejó sin aliento. Me detuve. Escuché. Era ese silencio un
silencio… Un silencio como… Como sería el silencio del mundo antes del
mundo, o del mundo de después del mundo, porque el mundo después del
mundo también debe de ser así, me dije. Una infinita soledad en medio de un
silencio absoluto”.
Le leemos a uno de sus personajes (Xavier Claró, un filósofo) que “estamos
en un momento en que es demasiado tarde para el futuro”. Y con esta frase
podemos hacernos una idea de cuál es el ámbito intelectual de la novela.
“Ese es nuestro
trabajo siempre, nuestro estilo o nuestra afición, nuestra querencia y nuestro
instinto, las grandes preguntas del tipo cómo vivimos, cómo se organiza todo
y cómo se desorganiza la vida, por qué hacemos lo que hacemos, qué hora
es, etcétera. Un trabajo de amor, un cementerio por donde vamos, en días
nocturnos y noches diurnas, entre las tumbas de todas las identificaciones, la
conjura del odio sublimada en un amor desesperado por… ¿Por saber? ¿De veras? ¿Y
qué cosa?
Resulta que de lo que nos habla esta, a menudo, surrealista novela (en la primera
de sus tres partes lo es de una manera bastante evidente: “todos aquí venimos
de una época antigua, de un mundo que ya ha pasado”) es de “las razones de la
mala política, las razones de la soberbia, las razones del victimismo inmune a cualquier
examen de conciencia, las razones de los que se creen superiores, pero habitan
en las telarañas de un viejo complejo de inferioridad: todo muy psicopatológico
muy neurasténico. El mundo en blanco y negro, con buenos y malos, sin nada
entremedio, sin matices, sin intermediaciones, sin más capacidad de análisis
que la queja, el nosotros y el ellos, la fechoría y luego el llanto y crujir de
dientes, los derechos imaginarios sagrados y los derechos reales y concretos
pisoteados”. En definitiva, sobre “el nacionalismo sectario catalán”. Un
asunto que si uno lee a Ibáñez Fanés en sus artículos en El País ya conoce de
primerísima mano. De manera que, sí, Infierno, Purgatorio, Paraíso es
una novela sobre el nacionalismo sectario catalán.
Dividida claramente en tres partes diferenciadas, los personajes de la
primera de ellas sufren el castigo de vivir en “un laberinto del futuro que en
realidad son las ruinas del pasado”. Es “el punto en que todo está intacto el
paraíso antes de ser herido por el ansia”, y “el pasado es un presente
constante, igual que el futuro: todo sucede para siempre y simultáneamente,
todo es visión y reconciliación, todo es repetición, todo ese espacio”.
En la novela, Jordi Pujol es un personaje protagónico al que el autor llama
Capgràs. Capgràs, sí, “una forma de destino, un destino hecho a la medida de un
mundo, de una sociedad”.
Alguien dice en Infierno, Purgatorio, Paraíso que “la Historia es racionalidad
a destiempo”: lo que hacemos los seres humanos es elegir entre novela o
historia, entre narración o información, entre imaginación o explicación, o
bien mezclamos una cosa y la otra. “El oro y la mierda”.
“Amanecía. El día
sería espléndido. Cielo azul y lleno de promesas intactas, la hierba mojada
bajo los pies me hacía sentir la alegría primaria de una vida física, un cuerpo
que no piensa, que apenas recuerda, que sólo siente”.
[…]
Es muy vázquezmontalbana la segunda parte de esta novela. En ella,
el policía protagonista (el subinspector de los Mossos Carles Blasi) no busca
la verdad, la verdad policial, se entiende, anhelando ninguna redención moral, no
la busca para cambiar el mundo ni para resarcirse de dignidad herida alguna.
El soberanismo catalanista sería “la más esforzada de las singularidades”,
repleta de una desmedida “ansiedad de distinción y de diferenciación”, un mero “ilusionismo
particularista”, una “descomunal fantasía que había disfrazado la mediocridad y
la pequeñez moral de sus devotos con el traje de la gran causa victimista,
dispuesta a arder en nombre de la nación incomprendida, oprimida y ultrajada, pero
manteniéndose siempre lejos del fuego y de las cerillas”. El “estupendísimo
catalán” es “una cierta soberbia, un cierto complejo de inferioridad
reconvertida en superioridad y una arrogancia que hemos acabado pagando cara”.
Para el personaje Clotas, estamos ya en la tercera de las partes de la
novela de Ibáñez Fanés (una novela sobre la peligrosa actitud continua del nosotros
somos nosotros), “la Historia es el verdadero estado de vigilia de la
inteligencia y la única posición desde la que la actualidad se vuelve
inteligible”. Clotas repite ahora aquello de ya es demasiado tarde para el
futuro (aquella idea que vimos en boca del filósofo Claró).
[…]
La verdad es el objeto idílico en torno al cual se mueve la construcción
ficcional literaria de Ibáñez Fanés. No es capaz de ser protagonista, pero su
griálica búsqueda se convierte en el motor esencial de la narración. Una
narración sobre la verdad. Escuchemos a Clotas:
“La ciencia, la
historia, el arte, la novela. ¿Comprenden lo que les digo? Hasta el periodismo
o el mundo jurídico. Todo eso son provincias, modos, estilos de verdad. A veces,
la mayoría, sólo lo son de veracidad, o de verosimilitud, o de consenso leal en
torno a una convención. Es decir, son pruebas de honestidad, de honradez. Ser
honesto en el trato con la verdad no significa que estés en la verdad de un
modo, digamos, fehaciente”.
Como buena indagación literaria que es de lo que podemos entender como Historia,
Ibáñez Fanés hace aparecer en su novela al historiador francés Pierre Vilar, del
que en la novela se cuenta que afirmaba que había que “pensar históricamente
todo lo que estamos viviendo, no como los bobos que se piensan que hacen
historia; esto ya no se hace, decía, en el mejor de los casos ayuda a entender
cómo se deshacen mundos. Lo que se hace, añadía, es la política”.
Infierno, Purgatorio, Paraíso se me iba
cayendo de las manos, especialmente su tercera y última parte, donde una de las
historias que la conforman (en ese todo que sí es) se me escurre y me va
trayendo cada vez más al pairo. (Pero no desfallecí.)
Finalmente, ya digo, toda la novela no es más (y nada menos) que una
compleja reflexión novelada, novelística, sobre la verdad que sólo “a través
del arte se deja entrever: la letra minúscula de una bondad soberana
inscrita en las letras grandes de la belleza y la emoción”.
Todo cuanto hacemos los humanos es la misma cosa: “vivir, querer, desear,
amar, odiar, porfiar. La lucha por el reconocimiento. La victoria y la derrota”.
[…]
Este texto pertenece a mi artículo ‘La Catatonia de Jordi Ibáñez Fanés (¿la ficción nos puede salvar?)’, publicado el 18 de mayo de 2022 en Analytiks, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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