El dramaturgo y poeta inglés William Shakespeare escribió a comienzos del siglo XVII en La tragedia de Macbeth (The Tragedy of Macbeth) aquello de que “la vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada”.
Leo en Wikipedia que The
Tragedy of Macbeth “dramatiza los dañinos efectos, físicos y psicológicos
de la ambición política en aquellos que buscan el poder por sí mismo”. La obra de
teatro se basa en la auténtica existencia del rey escocés Macbeth, que lo fue
en la primera mitad del siglo XI.
Cuatro centurias después del estreno del Macbeth shakesperiano, durante el Segundo Año de la Gran Pandemia del Siglo XXI (el año 2021), luego de cientos de adaptaciones de aquella obra, el cineasta estadounidense Joel Coen (habitualmente, pero no en este caso, director y guionista de muchísimas, algunas extraordinarias, películas junto a su hermano Ethan) lleva a las pantallas cinematográficas, dirigiéndola y escribiéndola, su versión en 105 minutos espléndidos de aquella maravilla imperecedera. Una puntualización: aquel hablar de aquellas dramaturgias de aquellos tiempos no es para mis nervios. No obstante, este film no puede sino ser considerado una obra maestra majestuosa. Sigo.
Coen se vale de tres apoyos
esenciales que se fusionan brillantemente con su guion adaptando el texto
shakesperiano y su dirección: la música de Carter Burwell (habitual en las
películas de los dos hermanos Coen), la espléndida y profundamente artística fotografía
en blanco y negro de Bruno Delbonnel y la interpretación sublime de los dos
protagonistas de la cinta, su esposa, la incomparable actriz Frances McDormand,
y el grandioso Denzel Washington.
Todas, todas, las críticas
profesionales y no profesionales que he leído hablan maravillas de La
tragedia de Macbeth de Coen, algo absolutamente inusual.
Valgan estas palabras de Santiago
Alverú para Cinemanía como señero ejemplo:
"La iluminación, la puesta en escena, todo impone sobriedad, sin renunciar a la espectacularidad. Teatro y cine se abrazan entre tinieblas para honrar su origen”.
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