Sérgio Rodrigues regatea con palabras al alma brasileña


Leí en algún sitio del que me fio que la novela El regate era probablemente la mejor novela escrita jamás sobre fútbol. Y yo, que quiero escribir un libro sobre fútbol, decidí leerla. Y la he leído, y me ha encantado.

Sobre esa novela, Tostão, el legendario jugador brasileño (campeón mundial), ahora periodista deportivo, escribió en Folha de São Paulo el siguiente elogio:

 

“Hacía falta en el panorama de la literatura brasileña una gran novela como ésta, que repasa la historia del fútbol. La descripción del regate de Pelé al portero uruguayo Mazurkiewicz, en el Mundial de 1970, es espectacular. Es el libro que me gustaría haber escrito”.

 

El escritor Sérgio Rodrigues, nacido en 1962, publicó O drible, su tercera novela, en 2013. Un año después, traducida por Juan Pablo Villalobos, apareció en español con el título de El regate. De ella dicen sus editores españoles que “un tema comentado con frecuencia es la ausencia de grandes novelas sobre fútbol. El regate pone en jaque dicha creencia: a través de una trama de rivalidad y venganza familiar en la que se mezclan el fútbol, la política y el sexo, Sérgio Rodrigues emprende una celebración del glorioso pasado deportivo brasileño”.

 

“Pero de repente estamos en 1970, el pase de Tostão, y aquí está la clave, Pelé ya es Pelé. Está harto de saber que es un mito, un semidiós, ¿qué puede perder si intenta ser un dios completo? Por eso no hace lo correcto, hace lo sublime: cambia el camino trillado del gol, del gol seguro que había hecho tantas veces, por el incierto que, como veremos, jamás haría”.  

 

Sí, Tostão sale en el libro. Es uno de los personajes reales de la novela, como lo es Pelé, y tantos otros. Sobre todo futbolistas. Y esa es parte de la descripción del regate de Pelé al portero uruguayo Mazurkiewicz, en el Mundial de 1970. Un episodio monumental, en la realidad y en la novela de Rodrigues. Vayamos por última vez a aquella tarde del día 17 del mes de junio del año 1970:

 

“Pelé desafió a Dios y perdió. Imagínate que no hubiera perdido. Si no hubiera perdido, la humanidad nunca más habría dormido tranquila. Pelé desafió a Dios y perdió, pero qué desafío soberbio. Ese gol que no hizo no es solo el mayor momento de la historia de Pelé, es también el mayor momento de la historia del fútbol”. 

 


No es sólo una novela de fútbol, es mucho más que eso El regate. Es una novela sobre crecer hasta llegar a la certeza de saber que “el pasado iba a ser siempre inmutable para siempre”.

Un padre y un hijo son los protagonistas de la novela de Rodrigues. Murilo Filho, padre de Neto, ha llevado “una vida dedicada a escribir sobre fútbol”, como si no hubiera otra cosa “que una memoria alucinada del juego”. El fútbol, ese nexo intergeneracional: “muchas cosas separan a las personas que se contemplan sobre un abismo de 20 o 30 años (música, moda, política, costumbres, tecnología), pero son prácticamente insolubles los lazos forjados en la infancia en torno a los colores de una camiseta, al culto a ídolos vivos o muertos”. Neto, “un miembro de esa especie minoritaria y oprimida pero menor de lo que se piensa: un brasileño desapasionado por el fútbol”. Murilo es, a los ojos de su hijo Neto, un imbécil brillante.

Y cómo escribe Rodrigues, porque no lo he dicho todavía: Sérgio Rodrigues es un escritor sobresaliente. Lee si no:

 

“La frialdad de la tarde ennegrecida flotaba en el aire estancado. Cada hoja de cada árbol permanecía inmóvil como en una fotografía, y hacía un rato que ninguna tararira mordía el anzuelo. El único movimiento era el de dos libélulas que, al reflejarse en la represa, pellizcaban arrugas concéntricas en su piel de bebé”.

 

¿Tendrá razón Murilo cuando le dice a su hijo que “la vida es una cosa loca, nos la pasamos intentando encontrar un sentido a tanto disparate?” ¿O esa no es más que la excusa de quienes hacen cosas disparatadas amparados en la confusión de la realidad?

Y luego está la memoria, claro. La memoria de ese pasado que se sabe inmutable. De Neto nos dice el narrador que “a veces, incluso aquello que había creído recordar, se acordaba de haberlo imaginado un día, descubriendo que ya no se acordaba de lo que nunca había imaginado que fuera posible olvidar”.

El pasado. Y el futuro. Rodrigues nos pone delante de esos instantes cuando se puede sentir “un eco de un dolor futuro”, cuando el pasado lo es para uno(s) pero no para otro(s), porque siempre hay para quienes “el pasado no pasa nunca”, al menos un cierto pasado.

Puede que realmente tuviera razón el filósofo Spinoza y no deseemos las cosas porque las consideremos buenas sino que las consideramos buenas porque las deseamos, al menos eso es lo que le cuenta un amigo a Neto, el mismo personaje que trata de convencerle de que “el fútbol es un gran productor de basura pop” y de que “el pop no tiene historia, sólo revival”, tal y como Rodrigues de hecho titula un capítulo de su novela. “Lo que tiene historia es el arte. El pop es aquello que viene después del arte, el tanque de ácido en el que el arte se disuelve”, es “un flujo continuo que sólo existe en el presente”.


Más sobre el estilo, sobre el arte literario de Rodrigues:

 

“Un coro anterior de tragedia griega: indiferenciado, mítico, más allá de la poesía e incluso del lenguaje, engendraba en el caldo prehistórico el espantoso fiat lux proteico que traía embutida a la eternidad y, con ella, también a la mortalidad, las dos encapsuladas en la misma cinta de Moebius […] En el sueño, eternidad  y mortalidad estaban encapsuladas en la misma cinta de Moebius en la que la narración podía decidir en una millonésima de segundo si iba a proyectarse rumbo al fin del mundo o si iba a recular al instante en el que todavía no existía nada…

 

Resulta que todo esto va sobre la conciencia de ser un monstruo. Y creerlo. O saberlo.

Y en medio, las vidas de quienes son ese monstruo, de quienes sufren a ese monstruo, de quienes lo aman… Y el Brasil de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI. Y también la labor de los periodistas deportivos, por ejemplo:

 

“Nuestro trabajo siempre ha sido ese: llenar de sentidos figurados las lagunas dejadas por un juego que, al pie de la letra, no era capaz de crear nada más allá de un esqueleto del que colgaban pobres esbozos de sentido”.

 

El fútbol y la tragedia de la existencia. El regate.

 

“Sucede que el fútbol puede reflejar la vida, pero lo contrario, por razones que ignoramos, no es verdad. Hay entre los dos una asimetría, un descompás en el cual no me sorprendería que radicara toda la tragedia de la existencia”.

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