La película argentina Elefante blanco, estrenada en 2012, de poco más de cien minutos de duración, se queda a centímetros de ser una maravilla artística.
Dirigida por Pablo Trapero y escrita por él mismo junto a Martín Mauregui,
Alejandro Fadel y Santiago Mitre, para mí está mal rematada. Me ha ocurrido
que, al finalizar de contemplarla, después de que se me haya hecho algo larga
(aunque me estaba gustando, disfrutaba de ella mientras la veía: ¡qué
curioso!), he tenido la impresión de que Trapero no ha sabido cerrarla, darla
por acabada, ponerla un punto final definitivo que la redondee. También que la
extraordinaria música del gran Michael Nyman suena en ella fuera de cacho,
excesiva cuando lo que la película pedía no era la magnificencia grandilocuente
del músico británico. No sé, pueden ser cosas mías.
La cabal fotografía de Elefante blanco es de Guillermo Nieto y el
pulso narrativo cámara en mano que dirige Trapero es muy a menudo
fenomenal, diría que impresionante. Como impresionante, era de esperar, es la
interpretación del maravilloso actor que es Ricardo Darín, muy bien acompañado
principalmente por Jérémie Rénier y Martina Gusman, así como por todo el elenco
de actores profesionales y no profesionales que convierten el film en una obra
cinematográfica de gran mérito.
Se puede decir que le he tenido fe a este largometraje argentino que encierra, de alguna manera, aquello que nos decía un profesor de la asignatura de Religión hace ya algunas décadas en nuestras clases de Bachillerato: que la fe es un don de Dios. Y la fe que sus protagonistas no pierden del todo, aunque bordean su desaparición (la divina y la otra, la meramente humana) a lo largo del minutaje fílmico, es una fe cinematográfica que para los espectadores (yo, al menos) pende de un hilo finísimo.
Porque Elefante blanco, lo escribo ya, es una película religiosa
embutida en el aliento de una película social que pretende conmovernos mostrando
el sufrimiento y la esperanza generados por la pobreza pero también la decidida
actuación casi heroica, prácticamente santa, de seres humanos vocacionales del
amor y la firme ayuda al prójimo hundido en la precariedad.
Estoy básicamente de acuerdo con todas las siguientes críticas que se
escribieron respecto de Elefante blanco. Y eso que son contradictorias
entre sí, algunas. Así es esto de ver cine.
"Trapero
sabe fundirse con el espacio (...) pero fracasa cuando trata de dar espesor
(melo)dramático a las dudas existenciales de sus personajes. (...) no nos
llegan para nada los conflictos íntimos de sus héroes cotidianos."
Sergi Sánchez: La Razón
"Realismo
con talento. (...) plantea los continuos dilemas morales de quijotes nada
enloquecidos (...) Trapero lo cuenta con intensidad y complejidad. Y Darín es
ese transmisor ideal con el que sueñan los directores."
Carlos Boyero: El País
"Demasiados
frentes abiertos alrededor de los curas impiden profundizar en esa frustración
de la dedicación desinteresada, (...) no logra una empatía con sus miserias
diarias.”
Irene Crespo: Cinemanía
"El
trasfondo de la historia es mucho más interesante que el drama que se nos
presenta en primer plano (...) Aun así, Trapero consigue capturar una cierta
verdad en su crudo retrato de la pobreza.”
Manu Yáñez: Fotogramas
"Una
película que trasciende sus limitaciones (que las tiene) con una puesta en
escena impecable, una narración poderosa y una ambientación siempre
convincente."
Diego Batlle: La Nación
"Ricardo
Darín compone con una ductilidad encomiable, para que los distintos estados de
ánimo por los que atraviesa Julián peguen hondo en el espectador."
Pablo O. Scholz: Clarín
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