¿Quién fue Viriato?


“Tras desmantelar el poder cartaginés establecido en Iberia por la dinastía Barca desde finales del siglo III a. C., la República romana desplegará una política intervencionista sobre la franja litoral peninsular y las periferias que representaban los cursos anteriores de los ríos Ebro y Guadalquivir; y lo hizo desplegando una política que combinaba, con más improvisación que experiencia, el establecimiento de pactos y treguas con el despliegue de operaciones ofensivas sobre una miríada de interlocutores locales: estas poblaciones enfrentadas al expansionismo de Roma actuaron de forma autónoma y con frecuencia coaligadas en agregaciones de pueblos y ciudades”. En este escenario histórico es en el que tuvieron lugar dos categorías de respuestas ante el imperialismo de Roma (las mismas que siempre se dan contra cualquier potencia hegemónica): la colaboración y la resistencia.

Así contextualiza la figura del popular personaje de la Antigüedad ibérica, Viriato, el historiador Eduardo Sánchez Moreno.

En el 147 a, C., tuvo lugar el comienzo de la conocida como rebelión de Viriato, quien respondía ante la violencia del pretor romano Servio Sulpicio Galba “que había causado tres años antes la masacre de miles de lusitanos desarmados, a los que había convocado para negociar la paz y con la excusa de una entrega de tierras”. Viriato estaba entre los negociadores que pudieron salvarse.

No faltaron los intentos de negociación con los pretores romanos, pero sobre ellos prevaleció “una escalada ofensiva lusitana que bajo el liderazgo aglutinante de Viriato (auspiciado por su carisma personal, su habilidad política y sus espoleadas victorias) implicaría progresivamente a más actores extendidos entre la Cuenca del Tajo y la costa andaluza”.

Aunque este conflicto, que tuvo lugar entre el año 147 y el 139 a. C., fue conocido como las guerras lusitanas, es más apropiado llamarle las guerras de Viriato, una de las más enconadas del poder romano en el poniente mediterráneo, junto a la guerra de Numancia (143-133 a. C.).

Centrémonos en ese guerrero, Viriato. Durante siglos, cuanto se escribió sobre él fue incapaz de desligar lo que de personaje legendario había en el auténtico, histórico, dirigente lusitano. Desde la Antigüedad, las fuentes le presentaron como un pastor que pasó a convertirse en un bandolero y luego en un general cerca de la realeza, a la que no llegó porque la fortuna le fue adversa. Esa visión fue alentada por el nacionalismo romántico del siglo XIX y triunfó hasta muy avanzado el siglo XX y es una corriente que quiso hacer de Viriato un genial libertador de los hispanos fundido con aquella atávica forma de lucha tan españolísima: la guerra de guerrillas.

Hoy en día, el panorama historiográfico está descontaminado y se sabe que Viriato fue un jefe lusitano “sobre el que persisten dudas acerca de su origen y la extensión de su poder, si bien los estudios más recientes lo consideran exponente de las jefaturas urbanas del suroeste peninsular imbuidas de rasgos ibero-púnicos”.

Viriato fue elegido hegemón (jefe, caudillo) de los lusitanos en el 147 a. C. y se convirtió en la cabeza visible de la rebelión antirromana de este pueblo, una resistencia basada en “el dominio de la emboscada, la facilidad de movimientos, la adhesión de ciudades que proporcionaban tropas y una base logística”, una resistencia que permitió una serie de triunfos sobre los ejércitos de pretores y procónsules romanos: a su capacidad como estratega militar se unía que era un hábil político que sabía granjearse alianzas (de hecho, se casó con la hija de un aristócrata meridional) y afianzar hegemonías, combinando medidas coercitivas y persuasivas.

Parece ser que es la capacidad negociadora del líder lusitano “la dimensión más reveladora de su actuación” y no aquella épica guerrera en la que se basaron los nacionalistas españoles que inventaron aquel pasado español que tanto se enseñó en las escuelas hasta hace relativamente poco. Una épica guerrera de la que Viriato, no obstante, no estaría exento.

 

“En el cenit de su poder, y con su rival acorralado, Viriato persuadió del mutuo beneficio de la paz al procónsul Quinto Fabio Máximo Serviliano y concluyó con él un tratado de amistad ratificado por las autoridades romanas en el 141 a.C.”

 


Aquella iniciativa conciliadora, presta al acuerdo, nació de Viriato, quien fue declarado amicus populi Romani y tuvo una actitud no beligerante “que se mantendría escrupulosamente hasta casi el final, haciendo caso omiso de las provocaciones de Quinto Servilio Cepión, el nuevo cónsul responsable de que el Senado acabara revocando por indigno el foedus convenido un año antes”.

Sabemos de ese tratado que tuvo un carácter paritario y que establecía el reconocimiento de la soberanía territorial para los que se hallaban bajo la autoridad de Viriato, ahora aliado de Roma. El territorio que fue asignado por los romanos al caudillo lusitano podría estar, sobre poco más o menos, en el entorno de la región antigua conocida como Beturia, entre los ríos Guadalquivir y Guadiana.

Pero las hostilidades volvieron a adueñarse del escenario y entonces…

Viriato murió asesinado en el año 139 a. C. a manos de tres de sus lugartenientes, los turdetanos de Urso (la actual Osuna sevillana) Audax (en ocasiones transcrito su nombre como Aulaco), Minuro y Ditalco, que habían sido sobornados por Quinto Servilio Cepión “en el marco de una postrera negociación habida tras la reanudación de hostilidades”. Probablemente, la causa de esta traición fue que la amistad de Viriato con Roma había dejado en una difícil posición a algunas ciudades que le habían ayudado en la revuelta; en cualquier caso, “una atmósfera de recelo, rivalidades y traiciones precipitarían los acontecimientos”. Por cierto, la famosa frase Roma no paga traidores proviene del (posible) asesinato del trío magnicida por los romanos, que se negaron a pagarles cuando reclamaron su recompensa, pero su uso es relativamente reciente y nunca apareció en crónica latina alguna.

A Viriato, su gente le rindió unas significativas honras fúnebres, “propias de un rey helenístico”, remata Sánchez Moreno, que incluyeron la celebración de desfiles militares, sacrificios de animales y monomaquias (duelos singulares) heroicas.

Lo que sí se puede establecer es que la desaparición del jefe lusitano marcó el principio del fin de la Lusitania independiente.

 

[A modo de referencia cualificada de la enjundia del libro Historia mundial de España, dirigido por Xosé Manoel Núñez Seixas (Ediciones Destino, 2018), escrito por 111 autores de diez países distintos del que redacté la reseña que puedes leer aquí, destaco ahora el artículo ‘139 a. C. Viriato y el lejano oeste romano: de la colisión a la integración’, escrito por Eduardo Sánchez Moreno]

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