¿Juega Dios al fútbol? Juan Villoro es redondo


El escritor mexicano, también periodista, Juan Villoro publicó en 2006 un libro sobre fútbol que muchos amantes de la buena literatura, del buen periodismo, del fútbol, tienen por uno de los mejores que sobre el balompié hayan leído. Lo tituló Dios es redondo.

En la página de citas con que se llega al comienzo del libro, Villoro (para quien el fútbol supuso su “primer afán de pertenencia”) recoge unas palabras antológicas de un niño de siete años, Rodrigo Navarro Morales, una excelente manera de ayudarnos a enfocar las páginas que quisimos leer:

 

“En el principio Dios iba a la escuela y se ponía a jugar fútbol con sus amigos hasta que llegaba la hora de irse a sus salones. Aunque Dios sabe muchas cosas, quiere aprender más y hacer cosas nuevas. Un día Dios dijo hoy trabajé mucho y es hora de ir a recreo. Dios y sus amigos se pusieron a jugar fútbol y Dios chutó tan duro la pelota que cayó en un rosal y se ponchó. Al explotar la pelota, se creó el universo y todas las cosas que conocemos”.

 

(Aviso, en este libro no se escribe jamás fútbol, se escribe, en mexicano, futbol. Pero yo lo transcribo.)

‘Calentamiento’ es como titula su propio prólogo Villoro, toda una declaración de intenciones que es eso, una declaración de intenciones:

 

“El juego sucede dos veces, en la cancha y en la mente del público. Dios es redondo pretende situarse en esta encrucijada. No es un libro de historia del deporte ni una valoración de sus logros, sino una exploración narrativa de las pasiones que suscita. He querido escribir para los seguidores del fútbol, pero también para sus críticos, para quienes no se interesan en los goles pero buscan comprender el delirio a través de la literatura. El título proviene de la columna que escribí para el periódico La Jornada durante el Mundial de Francia 98: Dios es redondo. […]

Mi interés ha sido captar la pasión por el juego. Leo con fervor a los periodistas deportivos pero en el momento de narrar trato de seguir el épico consejo del dramaturgo y cronista Nelson Rodrigues: “y si los datos no nos acompañan, peor para los datos”

 

Ojo al dato. Quiero decir, ojo con eso. La verdad no va a ser lo que más le interese a Villoro, nos dice aquí. Literatura, ya lo aclara él. Nada de Historia.

Escribir sobre fútbol. “Escribir de fútbol es una de las muchas reparaciones que permite la literatura”, explica Villoro:

 

“Cada cierto tiempo, algún crítico se pregunta por qué no hay grandes novelas de fútbol en un planeta que contiene el aliento para ver un Mundial. La respuesta me parece bastante simple. El sistema de referencia del fútbol está tan codificado e involucra de manera tan eficaz a las emociones que contiene en sí mismo su propia épica, su propia tragedia y su propia comedia. No necesita tramas paralelas y deja poco espacio a la inventiva de autor. Esta es una de las razones por las que hay mejores cuentos que novelas de fútbol. Como el balompié llega ya narrado, sus misterios inéditos suelen ser breves.”

 

Porque el fútbol es en sí mismo ya literatura. Es “algo que no sucede o sucede a medias o sucede mal, pero insinúa en todo momento que puede componerse”. Es un “relato que corre con la inclemente alevosía de la vida”.

 

La atracción del fútbol depende de su renovada capacidad de hacerse incomprensible”.

 

Este libro va de hinchas, de forofos, de seguidores. No sólo, pero sí un poco:

 

“Una vez elegido el club que determina el pulso de la sangre, no hay camino de regreso. Aunque se mencionen ejemplos en los que el raciocinio ha intervenido para mudar de entusiasmos, el fanático de raza no recusa a los suyos, así reciban golizas de escándalo. Es posible que el fútbol represente la última frontera legítima de la intransigencia emocional; rebasarla significa traicionar la infancia, negar al niño que entendió que los héroes se visten de blanco o de azulgrana.

Nuestra inconstante realidad acepta mudanzas de ideología o vocación y acaba por ajustarse a las de sexo o religión después de alguna terapia. Pero es difícil traicionar la actividad que Javier Marías definió como ‘la recuperación semanal de la infancia’. ¿Quién que haya depositado su ilusión en un equipo puede entender un cambio de intereses en la edad adulta, esa fase que el fútbol intenta abolir?”

 

Quienes llenan los estadios, lo hacen “ilusionados por algo que no sólo pasa en la cancha”. Para Villoro, “gracias al graderío, un partido se carga de supersticiones, anhelos, deseos de venganza, complejos mayúsculos, intrincadas leyendas”. Porque donde ocurre el fútbol es “en la hierba y en la agitada conciencia de los espectadores”. De tal manera que…

 

“el arte de patear puede caer en la esfera de los placeres inofensivos o desembocar en el fanatismo del hooligan”.

 

El aficionado al fútbol, alguien “en perpetuo estado de infancia”, ¿qué es lo que busca en ese deporte, en ese espectáculo? Villoro responde que lo que busca es “capacidad para la magia”:

 

“Aunque contemple un encuentro lastrado por el dopaje, el mercadeo y las impresentables bajezas de los ultras, puede encontrar ahí la playa desconocida donde alguien domina un balón por el gusto de hacerlo”.

 

Exagera Villoro como a él le gusta cuando dice que “el aficionado lleva una pelota entre los oídos”, porque para él el hincha “rara vez trata de defender lo que piensa, porque está demasiado nervioso pensando en lo que defiende y, cuando los suyos pisan el pasto, el mundo, el balón y la mente son una y la misma cosa: con absoluto integrismo, el fanático reza o frota su pata de conejo”.

El fútbol y las canchas, los estadios, “existen para que la gente se dé vacaciones de sí misma”, y en ellas se ve un espectáculo, el de “la inofensiva representación de la violencia”, que en ocasiones se transforma ella misma en violencia.

 

Las gradas son o deberían ser lugares para sufrir a gusto”.

 

El fútbol, que “fragua eternidades instantáneas”, es también “una actividad muy visitada por el diablo”.

¿Qué es y para qué sirve el fútbol?

 

“Aceptemos lo inevitable: estamos ante un muy complejo sistema de representación del mundo que asimila una alta cuota de estupidez”.

 

El fútbol “está hecho para el desfogue de excedentes emocionales, para que el chiflado que llevamos dentro protagonice la vida durante 90 minutos y quien vuelva a casa sea, sino un gran humanista, al menos alguien razonablemente común”.

¿Y los equipos, y los jugadores de fútbol?

Un buen equipo de fútbol “está hecho de la misteriosa energía que reúne a once soledades”. Durante buena parte de un partido, el fútbol “se practica sin hacer nada”. Uno, cuando juega, corre lejos de la pelota, se detiene, se amarra el calzado (cuando el calzado tenía que ser amarrado), grita cosas que no se le escuchan, escupe, cruza una mirada tensa con un contrario, recuerda que no cerró la puerta de la azotea… “La mayor parte del tiempo, el jugador no es otra cosa que la posibilidad de un futbolista, puede estar en juego sin entrar en juego, su presencia es necesaria para el dibujo de conjunto y sus movimientos imprescindibles para evitar el fuera de lugar o el marcaje, pero pasa largos minutos en inédita existencia, sin acercarse a la pelota, única zona de la cancha donde en verdad ocurre el partido”. (En realidad Juan Villoro pretende hacernos creer, como lo cree él, que el fútbol solo tiene lugar donde está la pelota, pero cualquiera que haya visto un partido sabrá que el fútbol tiene lugar dónde está el fútbol: por muy protagónico que quiera ser o que queramos que sea el balón.)

Para jugar al fútbol se necesitan dos “atributos cerebrales”, asegura el escritor mexicano: “el gozo y la burla”.

 

“Las grandes jugadas no tienen otra motivación que el gusto de hacerlas. Cuando los virtuosos bajan una pelota caída del cielo, no tienen tiempo de pensar en la situación de su equipo en la tabla de posiciones ni en el profesionalismo que les compromete con sus colores; actúan por un impulso que depende en partes iguales de la maestría de los movimientos y la conciencia de ser visto”.

 

En la magia que sin duda posee el fútbol juega un papel estelar la picardía, un “misterio que no puede ser cuantificado”.

 

“La guerra de nervios no está bajo contrato. Es la parte gratuita del fútbol, lo único en que los titanes del pasto se parecen a nosotros, que sólo jugamos con la mente”.

 

(Que Villoro es un inclemente madridista lo descubre uno, que es un madridista de tipo básico, cuando lee las 15 páginas del epígrafe titulado ‘La Casa Blanca del fútbol’: una pequeña muestra es cuando dice del Madrid que es un club “cuya supremacía coquetea con la impunidad”.)


Casi al final de Dios es redondo, Juan Villoro, que ha llenado este libro suyo de genialidades literarias casi poéticas (las que te he traído aquí, por ejemplo), aunque también de simplezas como soles escritas para impresionar sin lograrlo casi nunca, se hace la pregunta esencial de todo esto, nos la hace:

 

            “¿Vale la pena entregarnos a una actividad tan similar a la vida?”

 

Quizá lo mejor de esta obra sean las dos conversaciones que su autor mantiene con el ex futbolista y ex entrenador hispano-argentino Jorge Valdano, un afortunadamente habitual de este tipo de ¿ensayos?

 

“—En Los cuadernos de Valdano afirmas que desde que se terminaron las grandes ideas el fútbol parece demasiado importante. Durante mucho tiempo los escritores no hablaron de fútbol y ahora hay la moda opuesta; el fútbol se presenta como sustituto de la cultura, la religión o la política, ¿no estamos intelectualizando demasiado el juego?

—Estoy de acuerdo. Además, siento una responsabilidad directa en este síndrome. Me parece que durante mucho tiempo el fútbol careció de un discurso que lo sustentara y está muy bien que intelectuales piensen en algo que interesa tanto a la gente y que es en muchos sentidos inexplicable, porque nos hace sentir cosas muy parecidas en el estómago sin que lo que ocurra el domingo modifique sustancialmente nuestras vidas. Se trata de dos historias paralelas: ¿por qué la cultura se acerca al fútbol y por qué el fútbol se acerca a la cultura? Lo único que puedo decir es que he tenido cierto deseo de reflexión sobre el tema que me ha ocupado toda la vida, y que a veces he exagerado. El fútbol tiene que ver con lo que Italo Calvino llama identidades leves, se trata de una excusa que nos da una sensación de pertenencia”.

 

Valdano cierra el círculo del libro, desde aquel primer afán de pertenencia de Villoro hasta esta reflexión magnífica sobre lo que supone el fútbol (esa excusa, esa identidad leve) para tanta gente, esa manera de entender el fútbol que yo comparto completamente.

Nos pasamos el tiempo, quienes amamos el fútbol, aguardando el próximo partido. Y llenamos con la vida esos espacios.

 

            “El fútbol es algo que esperamos, pero también algo que termina”.

 

Como este libro, como cada libro.

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