El papel de las mujeres en la música


“Buena parte de la música popular del siglo XX es el resultado del choque entre dos culturas en el continente americano: la africana, con sus ritmos y originales elementos armónicos, y la europea, con las fórmulas melódicas y armónicas que conocemos. Un choque que dio lugar a diferentes manifestaciones y estilos que fueron desde el jazz y el rock, hasta el tango, la samba, el son y el bolero”. Esta evidencia que acabas de leer la recogen la investigadora y especialista en visibilización femenina Ana López-Navajas y la musicóloga y flautista Laura Capsir Maiques en su libro El papel de las mujeres en la música (en cuya edición yo mismo tuve la suerte de poder participar para la colección El Papel de las Mujeres, de la editorial Santillana), cuya esencia queda reflejada en el siguiente párrafo:

 

“La presencia y protagonismo de las mujeres en la música es algo milenario, pero ni la historia de la música ni la propia actualidad lo recoge. Por eso, la historia musical que conocemos es incompleta y nos escamotea mucha e importante producción musical: toda aquella que a lo largo del tiempo, de forma continuada, nos han brindado las mujeres”.

 


La memoria cultural de los seres humanos, “cuanto nos ha construido social y culturalmente como personas”, está edificado de una manera sustancial por todo aquello que supone escuchar música. Pero ocurre que, entre todas esas creaciones musicales que van conformando los paisajes musicales de cada vida, de cada grupo social, no es muy habitual que demos con canciones, músicas, compuestas por mujeres: lo más frecuente es que sean “las creaciones masculinas las que constituyen nuestro mundo musical”. Como se encargan de demostrar libros como el de López-Navajas y Capsir, “ellas han estado tan ligadas a la música como ellos, y su producción resulta tan significativa, continuada e interesante que no se puede entender la historia de la música sin sus sonidos. Sin embargo, su situación y circunstancias sociales han sido muy distintas a las de los hombres, y eso ha mediatizado su expresión y su producción musical. A esto hay que añadir la pervivencia de un enfoque androcéntrico que fija su mirada en la producción musical masculina y desdeña la femenina”.

Como Ana López-Navajas y Laura Capsir se encargan de ratificar en su libro, “la música es mucho más que un arte”, es en sí misma cultura y por tanto una forma de comunicación. Una maravillosa forma de comunicación emocional. Es “uno de los elementos para la construcción social de la realidad”. Y tan es así que “una determinada manera de ejercer la práctica musical puede contribuir por tanto al mantenimiento del sexismo en la sociedad”. Al no ser un arte atemporal (¿alguno lo es?), más bien al contrario, ha de ser entendida como una de las expresiones de un tiempo determinado con su propio contexto social: “lo que en realidad hace la música es configurar el espíritu de una época”. Y, al mismo tiempo, al ser una poderosa herramienta de comunicación emocional, la música “nos permite a los seres humanos conocernos a nosotros y nuestro entorno”: contribuye a construir la realidad social.

 

Este artículo es una adaptación de un texto incluido en mi próximo libro: La música (pop) y nosotros.

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