Un libro sobre fútbol, sobre la verdad fundamental de un mundo incierto


Fútbol y pasiones políticas
es un libro coordinado por el periodista deportivo español Santiago Segurola que recoge diversos artículos (un total de veinte) escritos principalmente por especialistas franceses, pero que cuenta con alguno del propio Segurola, de Jorge Valdano, de Manuel Vázquez Montalbán, Patxo Unzeta o Eduardo Galeano. Publicado en español en 1999 (con las traducciones de José Luis Nevado, en su caso), Fútbol y pasiones políticas parece tener como objetivo esencial plasmar la idea de que el fútbol no le pertenece ya a la gente porque ha caído en las manos del capitalismo mundial.

En su prólogo, Segurola escribe:

 

“Aquel sencillo juego que surgió entre la clase universitaria británica, encontró un foco imparable de expansión entre las clases trabajadoras tras la Revolución Industrial del siglo XIX. Su naturaleza expansiva lo llevó a convertirse en el pasatiempo predilecto de las grandes urbes europeas y suramericanas, carácter que se agudizó en el momento de las poderosas transformaciones sociales y de los novedosos espectáculos que vinieron a satisfacer el ocio de las capas populares, primero el cine, luego la televisión. En cada instante, ha sido un reflector de las circunstancias económicas, sociales y tecnológicas que han acompañado.

[…]

Amateur en su nacimiento, entre los sportmen de las selectas universidades inglesas, se hizo profesional cuando la clase obrera y las ciudades demandaron un cambio en su estructura. Su carácter tribal ha sido aprovechado por los nacionalismos de toda clase, desde el comienzo del siglo XX hasta nuestros días.

[…]

Estructurado en un principio como un vehículo de ocio masivo, esta misma condición ha terminado por hacerlo extraordinariamente apetecible al mundo de los negocios, hasta el punto de erigirse en el escenario de combates que han traspasado el ámbito mercantil para alcanzar una categoría política”.

 

Ya en el primero de los artículos de Fútbol y pasiones políticas podemos leerle al destacado y a menudo polémico intelectual Ignacio Ramonet centrando su texto (‘Un hecho social total’) en el hecho de que “el fútbol divide”:

 

“Para algunos es el deporte popular por excelencia y encuentran en él el compendio de las mejores cualidades del ser humano (solidaridad, camaradería, generosidad, valentía, voluntad, virtud), para otros es una actividad perniciosa y le consideran como la madre de todos los defectos (agresividad, violencia, fanatismo, chovinismo, marrullería, corrupción). El fútbol es el deporte más universal y es objeto de pasiones a nivel mundial.”

 

Ramonet concluye que “el fútbol no es solamente un juego”, y no lo es porque ha dado en ser “un hecho social total” cuyos componentes (“lúdicos, sociales, económicos, políticos, culturales, tecnológicos”), al ser analizados, nos permiten descifrar y comprender mejor nuestras sociedades contemporáneas, identificando sus valores fundamentales y sus contradicciones.

François Brune, experto en medios de comunicación, en su artículo ‘Un resumen de la condición humana’, afirma que el fútbol representa de alguna manera esencias de la realidad. Así, los jugadores, con sus acciones y sus funciones, “representan de forma subliminal lo que hacemos en la vida: atacar, defender, utilizar la astucia, esforzarse, darse o no, sufrir, alegrarse, ser brillante o trabajador, hacer trampas, jugar legalmente, jugar individualmente o colectivamente, etcétera”. Los jugadores de fútbol “evolucionan en una especie de microcosmos espacio-temporal a distancia del público, dibujan cuadros y se convierten en figuras y muy pronto en héroes”.

El espectáculo que es el fútbol “nos relata de forma acelerada la condición humana, el romance mítico de los individuos y de las colectividades, con sus grandezas y sus decadencias, los reveses y los éxitos, los giros (del partido, de la vida) donde uno se lo juega todo”, también “los relajamiento culpables o las oportunidades inesperadas, las injusticias”… Para Brune, el fútbol, ese espectáculo mundial, sobre todas las cosas, lo que hace es reflejar “la terrible ley salvaje y planetaria que convierte la alegría de unos en la desesperación de otros”.


Quizás el mejor de los artículos del libro sea el primero de los dos escritos por el antropólogo francés, un habitual en este tipo de textos sobre el fútbol, Christian Bromberger, el titulado ‘El revelador de todas las pasiones’:

 

“El fútbol ofrece un terreno privilegiado para la afirmación de las identidades colectivas y de los antagonismos locales y regionales. Es sin duda en esta capacidad de movilización y de demostración de adhesiones en la que hay que buscar las razones de la extraordinaria popularidad de este deporte de equipo, de contacto y de competición. Todo encuentro entre ciudades, regiones, naciones rivales toma la forma de una guerra actualizada donde no faltan los himnos ni las fanfarrias militares ni los estandartes de los hinchas”.

 

Esa identidad colectiva, esa emoción colectiva, esas emociones colectivas, en realidad, se desbocan en el estadio, el lugar “donde se tolera el proclamar valores cuya expresión está socialmente proscrita en la vida cotidiana, por ejemplo: afirmar crudamente la aversión por el otro”.

No obstante, más allá de ser afirmación de identidades colectivas, la trama profunda del fútbol “representa el incierto destino de los hombres en el mundo contemporáneo”.

Como el deporte que es, el fútbol “exalta el mérito de las cualidades técnicas, la competencia entre iguales; hace ver y hace pensar de forma brutal y realista en la incertidumbre y en la movilidad de los estados individuales y colectivos simbolizados por las figuras emblemáticas de los jugadores en el banquillo, los ascensos y decadencias de las estrellas, las promociones y descensos de los equipos, los rigurosos procedimientos de clasificación, regla de oro de las sociedades contemporáneas basadas sobre la evaluación de las competencias”.

Y el azar, algo a lo que le da su justa importancia Bromberger:

 

“Pero si un partido de fútbol es tan cautivador se debe a que lo aleatorio, la suerte, juega un papel singular, a causa de que la complejidad técnica del juego, basado en la utilización anormal del pie, de la cabeza y del torso, de la cantidad de parámetros diferentes que es necesario dominar para llevar a cabo una acción victoriosa y del papel aplastante del árbitro, que debe sancionar de inmediato las infracciones, en muchas ocasiones difíciles de ver”.

 

Son las reflexiones que Bromberger hace sobre la relación, la imbricación, entre el fútbol y el mundo actual las que me interesan sobremanera de su brillantísimo análisis. El fútbol encarnaría una visión que es al mismo tiempo “coherente y contradictoria del mundo contemporáneo”. Si de un lado “exalta el mérito individual y colectivo en forma de una competición destinada a consagrar a los mejores”, de otro, “subraya también el papel del destino en el éxito, de la suerte y de las marrullerías, que son, cada una a su manera, burlas arrogantes del mérito”. Por todo ello, y dada la forma que reviste la justicia, “nos da a conocer un mundo humanamente creíble, incluso cuando no se logra la victoria”.

 

“Como lenguaje masculino de referencia, que traspasa regiones y generaciones, que hace dialogar lo singular y lo universal, que enfrenta el mérito y la suerte, la justicia y la arbitrariedad, el nosotros y los otros, el partido de fútbol se nos ofrece como una de las profundas matrices simbólicas de nuestro tiempo. Bajo los oropeles de la diversión fútil, arroja una luz clara de lo esencial y se ha convertido en una especie de paradigma de la acción colectiva. […] Un partido nos recuerda de forma dolorosa, semana tras semana, la verdad fundamental de un mundo incierto: el destino es independientemente de todo un eterno volver a empezar”.

 

El escritor Eduardo Galeano, de quien es conocida su pasión por el fútbol, a la que ha dedicado varios libros y diversos escritos, deja su impronta de descreimiento de bonhomía allá donde el capitalismo ose posar sus garras y nos presta esta perla muy de las suyas:

 

“En los ámbitos del fútbol profesional no existen los escrúpulos. Porque este fútbol forma parte de un sistema de poder, muy poco escrupuloso en sí mismo, que compra eficacia no importa a qué precio”.

 

El texto de Galeano está muy en la línea, ya digo, de ese espíritu general del libro que quiere mostrar lo poco que queda del fútbol genuino (a finales del siglo XX ya, por aquel entonces), por culpa de su conversión en mero negocio.

El gestor de medios de comunicación Philippe Baudillon, en su artículo ‘Un deporte singular’, matiza esa desesperanzada visión cuando escribe que “el fútbol es portador de valores, el problema está en saber si los responsables de este deporte saben conservar lo que tiene de magia, integrando al mismo tiempo las nuevas bases económicas, financieras y tecnológicas, fuentes de riesgo, pero también de esperanza”.

Pero el sociólogo Jean-Marie Brohm (en su artículo ‘Una multinacional del beneficio’) recalca una idea tradicional de los intelectuales desde hace décadas, cada vez menos habitual pero al parecer inextinguible, la idea de que el fútbol es el opio del pueblo:

 

“El fútbol tiende no solo a colonizar todos los países, sino igualmente a suplantar las prácticas corporales tradicionales, los deportes populares o los juegos ancestrales. Hay que considerarlo como una superestructura político-ideológica del capitalismo avanzado. El fútbol, al que la casi totalidad de la gente de izquierdas ha adulado siempre en tanto que deporte popular, escuela de vida, medio de integración cultural, etcétera, es el ejemplo típico de opio del pueblo. Las relaciones de producción capitalista han penetrado en la institución-fútbol desde hace mucho tiempo, hasta el punto de constituir una gigantesca empresa de persecución de beneficios”.

 

El alto diplomático Pierre Brochand, en ‘Entre lo nacional y lo transnacional’, matiza esta (des)consideración del fútbol en tanto que mera herramienta capitalista sin alma, deshumanizada. Brochand establece que, dado que la violencia ha sido “oficialmente desterrada en las relaciones entre las naciones por los sucesivos mandatos de la Sociedad de Naciones y de las Naciones Unidas”, es el deporte, sobre todo el fútbol, el que “se ofrece como el único sustituto legal e incluso legítimo de los conflictos interestatales abiertos de antaño”. No es que el fútbol sea únicamente un reflejo de nuestras sociedades, es que acaba por ser “un prisma que nos ofrece en sí mismo una lectura que demuestra las ambigüedades y contradicciones de nuestro mundo”.

El campeón mundial de fútbol y excelente escritor Jorge Valdano escribe un hermoso texto al que titula evocadoramente ‘Ya bota una pelota en el Río de la Plata’. Su reflexión sobre la historia del fútbol me ha parecido brillante, como todo cuanto le leo. Valdano, a quien el balón le “ayudó a ser niño”, nos cuenta cómo de realista se ponía la vida cada vez que desaparecían de su entorno la pelota y el juego:

 

“Tiendo a pensar que el fútbol empieza en la cabeza (entender el juego), pero debo reconocer que su aprendizaje empieza por los pies (entender el balón): es imposible jugar al fútbol si el balón es un adversario más”.

 

Como todos sabemos, el fútbol es anterior a sí mismo”. Así comienza Valdano su concentrado recorrido por la historia del fútbol, ese “fenómeno popular que le gana al tiempo y al progreso”.

 

“No hay civilización antigua que no crea haber puesto la primera piedra de este juego: correr con desorden detrás de una esfera forma parte de una vieja necesidad lúdica”.

 

Es en Inglaterra donde el fútbol se separó del rugby y “encontró sus fronteras geográficas y fue depurando un conjunto de reglas simples y sabias hasta que encontró su personalidad popular”. Fue juego aristócrata, “por su paso por exclusivos colegios”, pero también proletario, al ocupar “el ocio de los primeros hijos de la industrialización”. Ocurría que “el pueblo accedía a un sueldo, al tiempo libre y a participar en la diversión de los ricos”. En aquellos exactos comienzos del siglo XIX “el fútbol se partía en espectadores y practicantes, de modo que en el nacimiento de la sociedad de masas el estadio fue el primer símbolo de integración social”. El entonces muy poderoso Imperio británico “soltó sus barcos para hacer comercio con el mundo y en su itinerario iba sembrando el fútbol”. Aquellos marineros y obreros británicos “empezaron a transmitir una pasión que creció sin esfuerzos”. Así, en todos los lugares entraba el fútbol “de una forma parecida, pero en cada país encontró una forma distinta, como si un milagro de identificación le fuera pegando la sensibilidad de cada tierra”. El caso es que, a lo largo del siglo XX, como ya no quedaban “fenómenos sociales capaces de defender el orgullo de pertenencia, el fútbol fue aumentando su influencia”.

El fútbol incluye como era de esperar su propia dialéctica, expresada así por el ex jugador y ex entrenador argentino:

 

“El placer contra la obligación, el deseo contra la responsabilidad, la libertad contra el orden. ¿Quién gana?”

 

En otra de sus aportaciones al libro (‘Ronaldo como metáfora’), Segurola establece “las razones por las que se rompe el fútbol actual”. Son estas: “por la codicia, por el predominio abusivo de los intereses económicos sobre las necesidades de los futbolistas y por una ausencia de moral que llega hasta las últimas consecuencias, hasta la posibilidad de la destrucción absoluta”. Palabras de 1999.

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