Es posible que la película española Ane sea la peor película que haya visto en los últimos años.
Rodada en 2020, Ane afortunadamente
apenas dura unos larguísimos cien minutos mal dirigidos por David Pérez Sañudo,
autor del guion junto a Marina Parés por medio del cual adaptan el cortometraje
de igual título dirigido dos años antes ya por el primero y también coescrito
por ambos (de hecho, al ver el largometraje tuve la sensación de que un corto,
que no sabía yo que ya había sido rodado, habría bastado para contar esta
simpleza).
Muy vasca la película por ámbito y
por rodaje (está la copia que he visto, además, por si fuera poco, muy mal
doblada/actuada al castellano), ni tan siquiera la muy esforzada interpretación
de Patricia López Arnaiz la salva.
Ane ha sido galardonada en diversas
ocasiones: se alzó con tres Premios Goya, a la Mejor actriz (López Arnaiz,
asimismo agraciada con el Premio Forqué y el Premio Feroz en la misma
categoría) e incomprensiblemente a la Actriz revelación (Jone Laspiur, que es
la enfurruñada y rebelde, y algo más que no supe entender, Ane) y al Mejor Guion
adaptado.
Las críticas profesionales tan
desmesuradas e irreconocibles que he leído sobre la película me resultan
sencillamente bochornosas.
¿Por qué estoy tan perplejo? Ane habla de esa historia tan repetida: madre e hija en el eterno proceso de construcción de un pequeño infierno hecho a base de ese milenario coraje materno aparente tan reconocible y de su encontronazo con la rebelión apuntalada en la sempiterna cultura del trauma. Eso es lo que se esfuerzan en contarnos. Mal. Con diálogos penosos, con unos personajes tallados a base de ripios morales, casi siempre mal interpretados, mal recreados, mal puestos delante de mis ojos. Por no hablar de algunas escenas violentas que parecían salidas de un corto grabado por unos amiguetes con un móvil. Fue muy decepcionante verla. Porque Ane me resultó inane.
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