En uno de mis cuentos fue 23 de febrero


No hay azúcar, casi no hay azúcar. Está racionado. Es la primera vez que lo veis cualquiera de los tres. Azúcar racionado: sólo puede llevarse un kilo por compra. Entramos, lo compramos. Es para la madre de Manolo. Y nos vamos a su casa, donde ella no está porque ya habrá ido a abrir esa tarde de febrero la papelería. Hace frío, ese frío madrileño que siempre parece nuevo, tan didáctico. Manolo, Quique y yo vamos a ver en la tele el debate de investidura de Calvo-Sotelo, de otro Calvo-Sotelo tantos años después de que el antiguo Calvo Sotelo se convirtiera en mártir y su asesinato acelerara un golpe militar y precipitara una guerra civil y una revolución y una dictadura y más muertes y más España. Hace frío también en este día de invierno madrileño y yo aún no tengo 18 años cumplidos.

¿Y a qué viene ahora esto? Lo de Tejero, digo. ¿Qué tienen que ver Tejero, mis 18 años sin cumplir, la casa de Manolo donde estamos él, Quique y yo para escuchar en la radio… un debate de investidura? Madredelamorhermoso. Ni idea, no sé ni yo mismo a qué viene ahora traer aquí mi decisión madura de llamar a casa la tarde del 23 de febrero de 1981 para decirles a mis padres que NADIE salga a la calle, NADIE, poco antes de que yo mismo baje unas horas después con Quique y Manolo a esa misma calle donde les he ¿prohibido? bajar a mis padres y a mis hermanos, a qué viene traer aquí esto, sí, al cuento en el que mi hermano iba a ser el protagonista de cuando, siendo un canijo, Richard se sube solo a un autobús que va hasta Villaverde Bajo, del otro día años más tarde, pero pocos, cuando se va con un compañero de clase hasta el campo del Atleti, haciendo pellas.

Un guardia civil en el Congreso que grita y dice coño, siempre coño. Hay que decir coño cuando se quiere ofender, cuando se quiere amedrentar. No decimos poya, o también, no sé. Escuchamos en la radio disparos y ahora es como si se interrumpiera la conexión y el hilo conductor de este relato y el que desde mi memoria trata de llevarme, y a ti, a aquella tarde de invierno de hace ya tantos años pero que pareciera hubiera sido ayer mismo, como ayer mismo debió ser cuando mi hermano está un rato en un autobús que ha cogido en la puerta del portal de la casa de mis padres donde vivimos él y yo pero no todavía nuestra hermana Maite, que aún no ha nacido, como ayer mismo debió ser asimismo cuando algunos años después él, mi hermano, el mediano de los tres hijos de Cuca y Ricardo, hace pellas y se va más allá del parque de la Arganzuela, que por aquel entonces apenas tendrá unos cinco o seis años, el parque… y pocos más él, Richard, nacido Ricardo pero a quien apodamos, apodaron enseguida Richard porque hablaeningléselniño… Escuchamos disparos y el güisqui se nos atraganta, el güisqui que por aquel entonces era whiskey y que hoy es lo uno y lo otro, indistintamente. Glup, glup, échame más, ha dicho Quique. Y nos echamos más. Los tres. Más güisqui. Más whiskey. Pum, pum, pum, decorando el techo del hemiciclo para engrandecer la dignidad del lugar, sin pretenderlo. Golpistas de pacotilla, de opereta. Pero cómo nos acojonaron.


[De mi cuento 'El niño que hablaba en inglés y la tarde del golpe de Estado': inédito, claro... Si quieres leerlo completo, consígueme un editor]

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