Franco y la Gran Cruz Laureada de San Fernando


El historiador Gabriel Cardona, militar asimismo, fundador de la clandestina y reivindicativa Unión Militar Democrática (UMD) en los estertores de la dictadura de Franco y especialista en un asunto tan destacado en el régimen franquista como es el devenir de lo castrense, nos contó cómo se las gastaba la muy pagada de sí misma personalidad del Generalísimo y cómo sus conmilitones de primera hora en los avatares de la guerra de los años 30 le facilitaron todavía más el halago desmedido con que sus acólitos adornarán la larga estancia en el poder del Caudillo.


Cuando el 19 mayo del año 1939 tuvo lugar el Primer desfile de la Victoria celebrado en la capital del país, la ciudad de Madrid, que en un tris estuvo según parece de perder ese título por su afán en su defensa de la lealtad a la República, el general José Enrique Varela impondría a Francisco Franco nada más y nada menos la Gran Cruz Laureada de San Fernando, la “principal condecoración española por méritos en combate”. Una recompensa que llevaba aparejado “el derecho a percibir una pensión vitalicia que doblaba el sueldo de capitán general”. Una distinción que el jefe del Estado venía ambicionando desde sus años de capitán en el protectorado marroquí, y que le había hecho reclamar ante el mismísimo rey Alfonso XIII su mérito, sin éxito.

Nos narra Cardona que, para obtenerla, Franco había decidido hacerlo sin apropiarse de ella, más bien “recibiéndola de manos inocentes y neutrales. Para que todo fuera transparente como el agua, dimitió durante unas horas y por única vez en toda su vida. Entonces, el vicepresidente, el general Jordana, reunió al Gobierno y, a propuesta del ministro del Ejército, general Dávila, otorgó a Franco la Gran Cruz Laureada de San Fernando, sin más trámites ni sustanciar el expediente contradictorio, que era reglamentario desde mediados del siglo XIX. Y colorín colorado, concedida la cruz, Francisco Franco asumió de nuevo sus poderes”. Días después, como he dicho ya, el propio Varela le impondría solemnemente la condecoración.


Este texto pertenece a mi libro El franquismo, publicado en 2013 por Sílex ediciones.

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