Quadrophenia: la película

He vuelto a ver Quadrophenia. No recuerdo si la había visto ya alguna vez después de aquel estreno para la prensa (yo no era periodista, pero tenía entradas) en 1979, a mis dieciséis años. Sí recuerdo que a mí y a mis amigos Quique y Manolo nos gustó bastante. Nos impactó. ¿Por qué? No lo sé.

Tal vez yo ya hubiera visto en Suances, en mis doradas vacaciones infantiles y adolescentes en el Cantábrico, la desaforada y ¿estimulante? película Tommy, también perteneciente al universo creativo de The Who. Era rocanrol, amigo. Pop, diría hoy, para no errar, por si acaso. Rock, ¡qué demonios! Quizás yo a mis dieciséis años ya estuviera brevemente bajo el insuficiente influjo de la banda de Pete Townshend (y Roger Daltrey, protagonista de Tommy además, y de John Entwistle, y de Keith Moon, que cuando viera yo Quadrophenia ya había muerto bajo su propia desmesura de niño camino de la muerte). Seguramente. Un influjo que no ha perdurado pero que en estos días recupero, entre unas cosas y otras: básicamente porque he leído, he desmenuzado, he analizado, las memorias de Townshend. Las jugosas memorias de Pete Townshend (de hace ocho años).

En cualquier caso, me detengo en Quadrophenia, la película. Entiéndeme a lo que te voy, que diría por aquellos años mi amigo Pepe (e imagino que aun hoy). 1979, casi dos horas de duración, una película (muy) británica dirigida por alguien que no ha destacado especialmente en la cinematografía mundial, Franc Roddam, pero que en aquella ocasión creo que cumplió con creces, aunque quizás sin darse cuenta lo que hizo fue ofrecernos el nervioso actuar de un montón de imbéciles mal criados incapaces de divertirse sin hacerse daño, aferrados únicamente a la palabra cultura por un sentido del gregarismo musical dañado, enfermo, incompetente desde el punto de vista social. Enfermo, especialmente el protagonista (Jimmy, magníficamente interpretado por un actor que tampoco destacará en su carrera posterior: Phil Daniels), perturbado como sabemos por él mismo que lo estuvo durante mucho tiempo el propio Townshend, el genuino creador del disco original (¿una ópera rock que finalmente trascendería en largometraje?) y de lo que acabaría por ser este film sorprendente para unos tiempos en los que la juventud parecía reaparecer como Gran Personaje cinematográfico.

Escrita por el propio director pero también por Dave Humphries, Martin Stellman y por supuesto con el asesoramiento creativo de Townshend, en Quadrophenia no sólo escuchamos las canciones ad hoc de The Who sino que con esos personajes desquiciados y desquiciantes, presuntamente divertidos, simplones, drogadictos, irreverentes y maleducados, oímos la música que ellos escuchaban: por ejemplo, la magnífica Louie Louie, de The Kingsmen. Ellos, por cierto, son los mods. Somos los mods, somos los somos los somos los mods gritan antes de pelearse: de atacar, mejor dicho. En fin, pura parafernalia.


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Este texto pertenece a mi artículo ‘La película Quadrophenia: que el amor reine sobre mí’, publicado el 14 de septiembre de 2020 en Analytiks, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.

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